Por: Malu Rivero (MALV)
Empezaré con el final, que paradójicamente es lo primero que me viene a la mente. Es curioso como el lenguaje de algunos artistas es tan individual y reconocible a la vez que internacional. A la entrada de la feria había expuesto un claro elogio al color, y al acercarnos a comprobar el autor (otra ávida connoisseur y yo) exclamamos al unísono «— ¡Ah, ya decía yo!». Como no podía ser de otro modo pertenecía a Olafur Eliasson. Supongo que ese es el efecto que desean conseguir todos y cada uno de los artistas expuestos en esta feria. El acto de exponer en una feria es forzar la individualidad en un espacio industrial estandarizado; lleno de paramentos de pladur blanco en el que mostrar tu carta de presentación al mundo. Curiosamente, entre la abundancia de la muestra, la individualidad de la que hablaba queda más expuesta que nunca. Porque lo único, por mucho que nuestras mamás nos lo hayan dicho a todos, no es habitual. En el necesariamente aséptico y democrático lugar en el que montamos estos encuentros, las particularidades se acentúan solo para el ojo viejo y experto, quedando disipadas para el gran público en un laberíntico espacio aparentemente inabarcable. La singularidad se diluye en un océano de déjà vu constante, si no eres selectivo, puedes acabar aburriéndote o teniendo la sensación de que ya lo has visto todo en esta vida. Porque sin control la sobre estimulación lleva a la ataraxia con pasmosa facilidad. La inmensidad del lugar provoca que el minotauro de a pie quede embelesado ante las obras más sensacionalistas y polémicas, sin saber muy bien por qué, pero tampoco lo pregunta. Se acerca al gentío, espera su turno para hacerse la selfie, y se va sin preguntar a qué venía tanto revuelo… ¿Qué ha sido de la curiosidad? ¡Con lo que nos gustaba un chisme antes! Y, lo que más me perturba; ¿Por cuál otra sensación la hemos cambiado tan alegremente? Un maximalista diría que hemos cambiado la realidad por la ficción con tal de mantener nuestra salud mental, en claro detrimento desde el comienzo del milenio.
Quiero destacar que los artistas que señalo en los contiguos reportajes me han interesado principalmente por su técnica y resultado cromático, más que por su argumentario, ya que muchas veces es tendencioso y/o escaso.
En mi terca búsqueda del color autóctono me encontré con Cristina Lucas (Albarrán Bourdais) la cual también tiene una interesante reflexión entre lo que es la historia oficial, la realidad y la memoria colectiva. Pero me llamó la atención la luz de su color que realmente chillaba mediterráneo con un figurativismo matérico muy ibérico. Lo huelo, nos estamos acercando, el cromatismo europeo está por aquí… pero justo cuando ya encuentro la primera pista, esta soldado tiene que retirarse.
A las tres horas a mi acompañante se le juntó el síndrome IKEA más el hambre y teníamos que salir de allí a toda costa. Al volver a pasar por los stands ya visitados me embargaba una extraña sensación de familiaridad inmediata, como si al verlos por segunda vez ya se hubieran institucionalizado y el lugar cobrara más entidad de museo. Definitivamente, estábamos pisando sobre seguro, no percibía el riesgo que antaño se le atribuía al arte contemporáneo, ni la performatividad, ni el compromiso. Ya que toda polémica se reduce a una escultura hiperrealista de nuestro querido y manido Picasso. A mi forma de ver, el señor está pidiendo a gritos que le dejen descansar en paz, y el arte contemporáneo también debería tomarse unas vacaciones y cerrar puertas a la turistificación del sector. Es poco representativo e irrisorio que cada año en los medios de comunicación solo se hable de la instalación hiperrealista de turno con la celebridad que toque ese año; ya sea Franco, o el rey emérito… caemos una y otra vez en caricaturizar nuestro oficio ante el gran público. Propongo que nos aislemos. Castigo autoimpuesto en mano, para pensar en lo que hemos hecho. Como cuando éramos niños malos desterrados a nuestra habitación. Al principio estabas enfurruñado y enfadado, al rato comprendías que algo habías hecho mal, y al final encontrabas algo para entretenerte y abstraerte. De repente, sin darte cuenta, ya volvías a estar riendo con tus juguetes. Me consta que sonreír es mainstream y no esta cool en estos ambientes, pero podríamos volver a los dos años con el sistema de valores revisado en pos de servirle a la sociedad con una mirada más crítica, divergente, y tal vez con una reformulada sonrisa. ■