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Bellas artes

EL ARTE CONTEMPORÁNEO TIENE UN BUEN CULO PARA PEGARLE PATADAS CON CARIÑO Y MALA LECHE

Por: Gregorio Vigil-Escalera

Obras: Yalain Falcón

02:30

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La modernidad nos trajo de todo, lo que era posible y lo que parecía imposible, cada día una eyaculación nueva, una convulsión exultante, un pasmo alborozado, una mirada y contemplación más agudas, inauditas, incisivas y críticas. Estábamos ante una insólita revolución estética que no tenía límites y cuya diversidad y horizontes eran tan vastos como universos carentes de confines e inundados de luz.

Sin embargo, para algunos el ciclo o lo que fuese, después de años de sangre y plomo, se agotó, estaba exhausto y se arrastraba postrado, falto de iniciativa y dirección. Por mucho que rezaba era incapaz de frenar la andadura hacia el fin, y hasta el emblema transgresor había dejado de tener significado.

Y viene al rescate entonces el llamado arte contemporáneo, que engulle la modernidad con su retahíla filosófica y teorética. Sus prontos partidarios —muchos de ellos especuladores disfrazados— ponderan sus propiedades herméticas, su renovación, novedad, apropiación, hibridación, globalización, mestizaje, incongruencia, transgresión, imprevisión, participación; la multiplicidad de procedimientos, la individualización, la ambigüedad y al mismo tiempo la autonomía y hecho social. En definitiva, pluralidad de estilos, proliferación de mensajes, lenguajes y códigos.       •

En la otra banda, los detractores hablan de la nulidad de su formulación, su mediocridad, charlatanería, impostura, su oda al mercantilismo, su insignificancia, vacuidad, fealdad, tontería, vulgaridad, incomprensión, futilidad y banalidad. Hasta Jean-Philippe Domecq llega a declarar que la nulidad afecta al noventa y cinco por ciento del arte contemporáneo. Y Braudrillard no le va a la zaga cuando advierte que toda la duplicidad del mismo consiste en eso: en reivindicar su nulidad, la insignificancia, el sinsentido.

Por consiguiente, para acortar las distancias entre una minoría que «todo lo sabe» —a saber qué— y el gran público de los medios masivos, hay que rehabilitar una crítica de arte centrada en las obras, una por cada una, para encontrar en ellas  cuestiones existenciales y genuinamente artísticas (desde la forma a la angustia, desde la visión hasta la reflexión, desde el placer al horror, desde la realización hasta la ansiedad y la zozobra, desde el pensamiento hasta la emoción y desde el ser hasta la muerte). Quizás así se consiga —no lo creo ni prometiéndome la resurrección para verlo— que un espectador cada vez menos interesado en el arte contemporáneo debido a su radicalización —entre comillas— y su exposición en lugares especializados, lo deje definitivamente de lado.

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