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Color blind

Parte 2: REPORT JustMad-ArtMadrid-Urvanity 2023

Por: Malv Rivero

03:32

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La inexistente cultura del color europea me perturba y ciega más que nunca. En mi siguiente misión me embarco en la odisea de encontrar el primitivismo cromático europeo. Bien puede ser que acabe descubriendo que nunca hubo una paleta autóctona y que siempre fue robada, o eufemicemos, un préstamo cultural. Nos hemos convertido en seres inexpertos en color, llevamos tanto tiempo regocijándonos en la interminable gama de ocres que frecuentamos, que se nos ha quedado vista de perro (ya que los canes solo ven en blanco y negro). Lo curioso del atentado a nuestros sentidos es que ha sido autogestionado. No os sorprenderá saber que el autosabotaje tiene cara y nombres de grandes señoros que eran creadores de opinión en su época y, desgraciadamente, más allá de ella. 

Hubo un tiempo en que nos emperramos en pensar que la cuna de nuestra civilización se expresaba con la pureza del blanco marmóreo. Cada vez que se encontraba pigmento sobre una ruina o escultura, se clasificaba erróneamente como etrusca, ya que se consideraba una civilización temprana menos sofisticada que la griega. Este fenómeno que provoca la primeriza aversión por el color se lo debemos en gran parte al sabio alemán Johann Winckelmann, el cual gustaba de alinear su trabajo de erudición con su ideología política. Hoy lo llamaríamos supremacismo blanco y eurocentrismo, pero en el siglo XXVIII era la normalidad. Nos ha dejado lindezas como: «mientras más blanco es el cuerpo, más bonito es» y «el color contribuye a la belleza, pero no es belleza».

El escritor romántico Johann Wolfgang von Goethe también aportó su verbo a la causa de denostar el color escribiendo; «las naciones salvajes, la gente sin educación, y los niños tienen predilección por los colores vivos» o «la gente refinada evita los colores vivos en su vestuario».  Al ser un golpe perpetrado desde dentro, al artista indígena europeo actual solamente le queda irse a buscar consejo cromático y nuevos referentes al exterior. África y América latina conservan sus universos del color intactos desde hace siglos. Por eso son un referente como salta a la vista al toparse con la obra de los brasileños Assume Vivid Astro Focus (Baró Galería) en Arco. Nunca renegaron de su cromatismo y ahora tienen un legado indirecto, y sospecho que hasta neuronal. Ven de un modo que les ayuda a reconocer correlaciones y sinestesias entre los colores que el nativo europeo se vería incapaz de concebir. 

Me dejo caer por Urvanity, Art Madrid y JustMad, ferias de arte más accesibles y asequibles que Arco. Animo a visitarlas, especialmente a los que estén pensando en comenzar una colección; buenos lugares para estrenarse. Le cuento mis inquietudes a los artistas más coloristas que encuentro. Adrià C. Sánchez me aclara: «A priori no hubiera pensado en esos colores que he usado» y me pone al corriente de su drástico y valiente paso del binomio del B&W al color. Al ser un artista abstracto le pregunté si no tendía a ser más figurativo con el blanco-y-negro, ¡pero para mi asombro me respondió que seguía siendo igual! Aunque sí es cierto que eso le arrastra al antagonismo y al dualismo irremediablemente. Nota mental: estudiar la pureza de la abstracción concebida estrictamente en blanco y negro.

Galoguin casi consigue meterme en una tienda de campaña (Galo’s Trip) en la que se podía disfrutar de la única obra hecha con colores exclusivos. Colores que no usaba nadie más en la muestra, ya que es experta en fosforitos o flúores que invitan a la introspección. Me es chocante el anacronismo que supone ver un paisaje típico de este rancio país, como es la bucólica Alhambra de Granada a través de sus acrílicos chillones en La Octava Maravilla. Arte neopaisajista, bautizaría yo, que queda a camino entre: lo pintoresco y lo galáctico; entre lo casero y lo ciberespacial.  Atajo por el que yo no había transitado nunca antes.

Mi reflexión es que el desconocimiento de la policromía típica de la Grecia y la Roma clásicas por parte de nuestro querido alemán provocó la ceguera actual en la que vivimos, aparte de la concepción más errónea sobre la estética de lo clásico. Si alzáis la mirada en cualquier lugar en el que os encontréis leyendo este artículo, podéis comprobar la escala de grises en la que nos hemos convertido con nuestro vestuario. Lucimos como una gran marea gris salpicada por algún abrigo monocolor. Eso sí, si vamos a arriesgar con un color que sea liso y sin estampados. No vaya a ser que un color tenga que convivir con otros, ¡por Dios bendito que no somos salvajes! Y en pleno alegato por el monocromo encontré la obra de Willli Siber (Galeria Michael Schmalfuss) con una terca apuesta por ver el valor que podía cobrar el soliloquio de un color expresándose a través de todos sus tonos y estados de ánimo. Eso sí, con ayuda de los materiales de los distintos soportes y tratamientos de la pintura, que a veces cortejaban el reflejo de la luz y otras lo engullían. Resultando en una ristra de pacientes a los que la misma enfermedad les daba síntomas distintos; unos tan eufóricos y otros tan taimados. 

Por último, me acerco como polilla a la luz al calor de la obra de Paco Cassinello (Flecha) el cual me vuelve a ofrecer un futuro reciclado que rememora a Metrópolis (película de 1972). Su electrizante tríptico resembla una megalópolis en una distopía podrida de capitalismo. Ufana con sus materiales sintéticos y procesados. Materiales sólidos engalanados con sus luces más fulgurantes, que los licuan, en una noche que nunca acaba. Un efecto tan desasosegante como optimista; tan agobiante como atrayente, te llevan hacia la luz. Supongo que todos tenemos un pequeño Ícaro dentro. Puede que el siglo de las luces nos cegara y ahora seamos analfabetos funcionales del color: color blind.   ■

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