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Bellas artes

SOSIEGO, AUTOCONFIANZA Y AMOR A LA LIBERTAD

La pintura de Gilberto Marino

Por: Ángel Alonso

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Hay pintores que se destacan por crear una obra que llame la atención, que grite, que compita… pero hay otras voces —en mi opinión más eficaces— que lejos de chillar hablan en voz baja, como para comunicarnos más íntimamente aquello que quieren trasmitir.

La pintura de Gilberto Marino García (La Habana, 3 de marzo de 1947 – Miami, 21 de marzo de 2015) denota una actitud hacia la pintura bastante poco frecuente de encontrar en los tiempos que corren. Me refiero a la modestia que proyecta, a la bondad que se desprende —para decirlo con esas claras palabras de Carlos Castaneda— de la humildad del guerrero(1). 

Lejos de la competencia y las pretensiones, lo que le interesaba era mirar hacia dentro y captar la esencia de las cosas. Su fijación con la figura de El Caballero de París no es gratuita. Retratar a este personaje significaba admirar la libertad que el mismo encarnaba, a través de su desprendimiento de las reglas sociales. El artista captaba en la mirada del personaje, aquel gallego de Lugo que se proclamaba aristócrata, los idealismos que regían su felicidad y su elegante demencia.

Y es que El Caballero es un motivo de inspiración para todo aquel que viva apasionadamente, para todas las personas que priorizan los valores espirituales por encima de los materiales. El insigne personaje es una metáfora de cómo el artista concibe la existencia, un símbolo de libertad. El rechazo del creador a la coacción y a la censura se manifiesta en estos retratos. No olvidemos su claridad y firmeza cuando se expresaba en el terreno político. Para él, como para El Caballero de París, el libre albedrío y la libertad personal eran principios sagrados. 

«Un hombre libre —decía Thomas Hobbes— es aquel que, teniendo fuerza y talento para hacer una cosa, no encuentra trabas a su voluntad». Marino supo superar todos los obstáculos para lograr su emancipación, no solo supo librarse de un sistema político que se interponía en su camino, sino también de cualquier enjuiciamiento que intentase limitarlo a la hora de crear. Por eso era abierto con respecto a otras maneras de pintar y no despreciaba la obra de otros artistas.

El tratamiento de las figuras humanas resulta a menudo escultórico, como si se tratase de figuras de porcelana, por momentos la piel parece revestir luz. El retrato era su especialidad; de la academia solo se servía para las principales proporciones, luego alteraba lo naturalista en pos de una profundidad mayor, haciendo énfasis en la mirada del modelo. Agrandaba un poco los ojos de la persona retratada para que fueran los protagonistas de la obra.

Resaltan en estos rostros las expresiones de candidez; estamos ante una pintura que apuesta por la tranquilidad del espíritu, por el reposo. La herencia surrealista se hace notar en obras como Green wisdom, en ella la cabeza del personaje se diluye en un cielo de colores arenosos, una masa de diferentes tonalidades sienas, ligeramente amarillentas, ocres y rojizas. Con una depurada técnica de mezclas y veladuras la imagen nos comunica la integración de los pensamientos con un universo físico, imaginado pero de base natural, que sirve de fondo a una penetrante mirada. Otra vez aquí los ojos son el principal vector para trasmitirnos el mundo interior del retratado.

Pero el artista no se limitaba al retrato, también posee obras muy interesantes en las que aparecen grupos de personas, bailarinas, la Virgen de la Caridad…  Destaca en el tratamiento el dominio de las transparencias y las logradas armonías, en las que la paleta resulta muy bien controlada al matizar con diferentes tonalidades las superficies representadas. Las telas, las pieles humanas, las flores, los cielos… suelen trasmutar su condición material y aparentar estar construidos por otra sustancia. Se respira un ambiente etéreo en los espacios habitados por sus personajes. Hay una languidez en ellos que se siente como un letargo. No hay violencia alguna en su pincelada, la pintura se deposita con parsimonia sobre la superficie; el mundo que construye es suave, agradable y melodioso. Este sosiego no es más que una muestra de autoconfianza, de seguridad en sí mismo.

Sobre su partida ha dicho Juan Cueto-Roig: «Los creyentes podrán consolarse pensando que cuando Marino llegó al cielo, fue recibido por el Caballero de París con una pomposa reverencia, y con gran revuelo y alegría por los ángeles que posaron para él, y que ese día comenzó una gran fiesta que durará para siempre».(2)   ■

1._ «Ahora sé que la humildad del guerrero no es la humildad del pordiosero. El guerrero no agacha la cabeza ante nadie, pero, al mismo tiempo, tampoco permite que nadie agache la cabeza ante él». Palabras de Don Juan en Relatos de Poder, de Carlos Castaneda.

2._ http://cubanartsconnection.blogspot.com/2015/03/en-memoria-de-gilberto-marino-garcia.html

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