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La representación del rostro humano ha evolucionado desde los primeros retratos, aquellos que en el antiguo Egipto encarnaban dioses y faraones. Durante siglos este género estuvo al servicio de gobernantes, personajes de la iglesia, etc. Es con el impresionismo que la pintura empieza a inundarse de personas comunes, de la gente de pueblo, y es con el invento de la fotografía que el retratista se vio forzado a ir más allá del parecido físico, ya no sería el encargado del registro de una persona en cuanto a su apariencia, había un aparato que lo hacía con más fidelidad. Ahora más que nunca habría de volcarse en atrapar el alma de ese individuo que posaba para él.
Siendo la cámara tan fiel al modelo, hasta el punto de dejar desempleado al pintor académico, el artista que pintaba rostros fue a enfocarse en aquellos aspectos que una máquina no podía reproducir. Sobrevivió este género a todos los movimientos de las vanguardias artísticas del siglo XX y poco a poco logró, como el paisaje, afianzarse en su legitimación artística, dejando a un segundo plano el parecido físico. Los retratos de Picasso, de Klee, y de muchos otros artistas del siglo XX son una prueba de cómo evolucionó ese género.
Las cabezas que pinta Ricky Freijo Larios se sustentan en la tradición de este género y a la vez subvierten sus patrones, porque se trata de una interpretación personal del rostro humano a partir de fotografías. Su dibujo, tras la libertad de su carácter expresionista, conserva la solidez de lo aprendido en la academia, porque es capaz de combinar la cualidad de un buen escorzo con una mancha gestual; una línea bien definida con una textura construida basándose en colores salpicados.
Sugerentes y poseedoras de una elegante violencia, estas cabezas nos expresan una diversidad de sentimientos humanos que van de la preocupación al miedo y de la sorpresa a la cólera. Las referencias fotográficas de las que parte el artista aportan a estos dibujos un matiz cinematográfico. Esta relación entre el movimiento que atrapa la fotografía y la pintura la vemos —entre otros pintores— en Edgar Degas primero y más tarde en Francis Bacon, cuyo estudio estaba repleto de fotografías de revistas que utilizaba como referencia para sus figuras, deformadas por el movimiento y la gestualidad. •
Freijo no se aleja tanto del dibujo tradicional, más bien superpone lo que sería un apunte rápido a una abstracción gestual en la que los accidentes se subordinan a las líneas del dibujo, libre y rítmico, que construye las cabezas. Las miradas son a menudo duras, contenedoras de una intensidad pasional teñida de rock, y las manchas del fondo se estampan en la piel con cierto sabor a action painting.
Y como los contenidos de la obra de arte no son solo lo que ella encierra físicamente, sino también el pensamiento de quien las hace, pregunto al artista y me corrobora lo que ya he sentido:
«Quería trasmitir diferentes sensaciones, hacer bello lo imperfecto, no ves aquí ninguna cabellera hermosa, ni cara perfectamente simétrica, no están completos, y ahí radica la belleza, donde se mezcla lo masculino y lo femenino, dolor, silencio, soledad, ternura… Mi intención es evocar creativamente diversas emociones, con una factura plástica diferente en cada una de las obras, provocando reacciones varias en quien las observa, por lo que trasmiten y por el gesto plástico, por esa variada concepción estética en cada uno».
Y es precisamente ese carácter andrógino de las figuras lo que las hace más sugestivas, Se trata de rostros incompletos y ambivalentes, impactantes como anuncios, a veces fríos como los protagonistas de los videoclips y a la vez rotos e inacabados. El artista alimenta lo inexacto, lo irregular; procede como en el arte japonés Wabi-Sabi, que se centra en la belleza de la imperfección. Leonardo da Vinci decía que lo bello es una «ficción de plenitud» que ninguna imagen puede referir completamente. Freijo nos propone una apreciación estética de lo que tradicionalmente no se considera agradable; sabe que el arte tiene la capacidad de redimirnos de lo feo y convertirlo en algo bello. ■
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