Nombremos algunos de los soportes en los que ha reposado el arte a lo largo de los siglos.
La piedra de la cueva paleolítica, el pergamino, el mármol, muros de templos, la tierra en el land art, un VHS, el cuerpo en el bodypainting, un ordenador IBM, un holograma, una granja de servidores en Groenlandia, la nube, un NFT… y nunca fue tan importante el dichoso apoyo, el mero lugar donde registrar la información.
Creo firmemente que el soporte habla más de un contexto histórico que de la propia obra en sí, que es lo que permanece. Mediante una especie de psicosis colectiva quedamos tan deslumbrados ante la novedad que el argumentario por el que se ha creado cierta obra parece quedar relegado a un segundo plano. Con la obnubilación que sufre el hombre moderno de corte neoliberal frente a las novedades, tenemos cierta tendencia a valorar más el cuadro de Ribera si viene en un buen barroco y ostentoso marco aunque esté situado en una escalera de paso del Prado.
En esta ceguera generalizada causada por un contenedor y no por un contenido también perdemos el hilo del progreso histórico en nuestro sector, si es que se había avanzado algo desde la era del post-arte, que lo empiezo a dudar. Superado o no ese período de estancamiento, ahora gracias a polémicas frívolas y perniciosas se abre un vacío dentro del vacío. Debates de actualidad como el de los omnipresentes NFT que forman más parte del mercado del arte que del arte. ¿Pero por qué hacemos esto, se le han acabado las ideas a la humanidad? ¿Tendremos que provocar un cataclismo como la quema de la biblioteca de Alejandría y destruirlo todo para poder volver a empezar y así volver a tener «ideas nuevas» como sugirió Cioran? ¿A dónde somos capaces de llegar en nombre de la alabada innovación?
Concluyo que se le da mucha relevancia, demasiada, a ese nuevo soporte en el momento coetáneo, tanto que pasa a ser más importante que el propio trabajo artístico. Hablando en plata, gracias a la instalación de un marketing endémico ya en toda actividad creativa humana, nos podrían vender una mierda con un lazo que la compraríamos encantados.
Malv Rivero
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