Los gobiernos e instituciones tienen la responsabilidad moral de respetar, cumplir y proteger la libertad artística. Es alarmante la tendencia de algunos estados e ideologías a intentar doblegar el pensamiento cultural, apoyándose en sus sistemas legislativos y también, haciendo uso de herramientas morales y confesionales que provocan en la mayoría de los casos, flagrantes violaciones a la libertad de expresión mediante una reacción violenta y censuradora del espacio creativo.

Lo trasgresor, lo reivindicativo y lo X, dan rienda suelta a una violencia institucional XXXL, que castiga a todo aquel contestatario con ganas de plasmar un sentimiento personal o colectivo. Los gobiernos están utilizando todo tipo de pretextos como tapadera para restringir aún más el discurso, penalizando la información o la crítica al propio gobierno, mediante la instrumentalización, como ya hemos dicho, de las leyes, convirtiéndolas en herramientas de censura y represión contra los artistas críticos con el sistema.

Muchos países, desgraciadamente, están abanderando esta tendencia. El abanico es amplio: estados de izquierda, de derecha, laicos, democráticos, etc. La represión artística ya no es patrimonio de ninguna doctrina o propensión ideológica sino que se ha capilarizado en todo poder que se siente agredido por el pensamiento. Esta denuncia artepoliana es en respuesta a la indignación que nos produce el drástico y taimado paso de la censura a la represión extrema. En abril del 2020, Freemuse, organización sin ánimo de lucro y consultora de las Naciones Unidas (ONU), publicó un informe al respecto en el que se contabilizaban, hasta esa fecha, 71 artistas encarcelados más otros 273 escritores y académicos condenados en todo el mundo. Lamentablemente las cifras van en aumento, y estas estadísticas las completan periodistas y disidentes intelectuales.

Francisco de Quevedo (1580-1645) dijo, «Donde hay poca justicia es un peligro tener razón» y sobre ese postulado estamos basando nuestra inconformidad con esta tendencia censuradora y represiva. La censura es enemiga de toda grandeza, y tenemos claro, desde nuestras sensibilidades, que el pensamiento, cuando suele salirse de lo ordinario, entraña condena. Es una pena que la conciencia nos salga tan caro.