A YUNIEL DELGADO SOLO LE VALE LA CULMINACIÓN DE UNA EXISTENCIA PICTÓRICA

Por: Gregorio Vigil-Escalera

El joven pintor cubano Yuniel Delgado demuestra paradójicamente en su trabajo una madurez pictórica que implica nuevos planteamientos, en un marco de actividad en el que su acción consumada es una clave decisiva. Alimenta con su excepcional talento imaginarios que tocan lo más relevante de la visión y pasión humanas, volviéndolas a rescatar para el arte, para una formulación que capta contenidos y formas que se materializan en una configuración individual y plural de seres que aparecen desnudos o despojados en los dibujos de sus cuerpos, predestinados a ser juzgados en el transcurso de su vocación inmortal.

Como se siente poseedor de una libertad plena ante superficies, espacios, planos, muros, lienzos y soportes, tiene en su movimiento continuo el poder de agrandar y expandir sus obras hasta que los cuerpos consiguen convivir con los observadores, asombrados de esos conjuntos icónicos inconmensurables. Porque además de que sus trazos son carnes agitadas en volúmenes rotundos, las resonancias cromáticas son llamas cuya iluminación llega tanto a sobrecoger como a sentir que estamos ante un tiempo de consternación imbuido de una alquimia de fulgor.

Por su origen y raíces, se detecta que los espíritus mestizos y animistas, latinos e hispánicos, laten en su mente y en su capacidad para, una vez en posesión de sus muchos recursos y medios, conocimientos y saberes, procedimientos y técnicas -esa necesidad de ser formado por el pensamiento, por la reflexión de los modos de producción, de que hablaba Hegel, así como de la práctica y destreza para el porvenir-, emprender una creación artística con una identidad estilística precisa.

Además, sus distintos viajes previos a su asentamiento en Madrid le permitió registrar en su memoria singladuras y experiencia en lo referente al objeto fundamental de su entrega, lo que fue simultáneo a apoyarse en una base de partida desde su mundo cultural de procedencia, al que ineludible y paralelamente lo confrontó con su propia concepción plástica, con la vista puesta en el surgimiento del suyo propio, al que le daría entidad y fortalecimiento hasta guiarlo hacia una meta de superación tras otra.

Casi se diría que la carnación es su gran verdad y al ser grande no puede mentir. Como aseguraría Adorno, aun cuando su contenido sea pura apariencia, tendrá que ser necesariamente verdad, una verdad que sus creaciones atestiguan. Y Nietzsche decía que «el arte maneja la apariencia como apariencia; en consecuencia no se propone engañar, es verdadero» 

 

Incluso ante algunas de sus realizaciones y representaciones, ante esas visiones y la factura de sus expresiones, vienen al discernimiento del que se queda abstraído en su contemplación aquellos versos de Octavio Paz:

«Las ideas se disipan,

                                     quedan los espectros:

verdad de lo vivido y padecido.»

Yuniel muestra a fin de cuentas una vertiente romántica, a la que se añade referencias simbolistas y amalgamas expresionistas, porque tiene algo de Kant en cuanto a su mística y alucinación y otro poco de Federico Schlegel por su taumaturgia y magia, dado que por otra parte a su ingenio le ha sido dado extraer su concepto estético de las cambiantes constelaciones históricas.

Eso a pesar de que Adorno haya aseverado que el concepto no puede definirse y no podemos deducir su esencia de su origen. Lo cual deja de ser cierto en lo referente a este gran artista, puesto que en su caso sí hay que inferirlo y refrendarlo como un signo único y definitivo.  

Por lo que vendría bien esta recomendación de Dante:

«Si tú sigues tu estrella,

glorioso puerto alcanzarás 

sin falta». 

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