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Arte

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No había leído a Yasmina Reza ni había visto ningún espectáculo sobre una de sus obras. La primera ocasión que he tenido tuvo lugar la otra tarde, en el Teatro Pavón Kamikaze. Por lo visto, “Arte” es una de sus obras más exitosas en nuestro país y en el resto del mundo. Comienzo este artículo reconociendo mi ignorancia porque es importante, tiene que ver con mi experiencia como espectadora de la representación de esta obra de arte, y enlaza precisamente con uno de los temas de los que trata el texto.
Para explicarlo, quiero empezar comentando mi reacción final, inesperada, tras escuchar el parlamento final de uno de los personajes -Marcos, encarnado de forma veraz por uno de los actores, Roberto Enríquez-. Sentí un escalofrío. Fue un giro intelectual que instantáneamente conectó con la totalidad de mis sentidos, con las emociones. Experimenté la intuición precisamente cuando el personaje desvelaba algo intuitivo, ya razonado y discutido intelectualmente, combatido emocionalmente, desprovisto por fin del estorbo de la obcecación. Cuando salí del teatro caminé bajo la noche madrileña alegre y conmovida, no sabía muy bien por qué, tan solo había visto una comedia… En esos momentos, me identificaba profundamente con Iván, personaje interpretado con brillantez y frescura por Jorge Usón. Me percibí ingenua y esperanzada hasta la médula.
¿A qué caja de Pandora accede la llave de la risa? El humor es la mejor herramienta para mirar la realidad, pues puede abarcar con flexibilidad y ligereza la totalidad de su espectro. La forma que tiene Yasmina Reza de provocarnos la risa, conlleva una sombra de incertidumbre, una sospecha de estar inmersos sin posible evasión en una tragedia. Todos vamos a morir, este es un dato a tener en cuenta. La obra es una cruda reflexión sobre el paso del tiempo y su capacidad para transformarnos, es más, para destruirnos. Pero la clave es la risa y eso es maravilloso. El público en ningún momento se pone a la defensiva, pese a que se acometen asaltos contra cuestiones controvertidas referidas a cuestiones intelectuales, artísticas y morales. La moral es la que se subraya como posible remedio que nos ayude a pasar el trance de la desaparición segura sin tanta amargura. Los personajes tipo que nos presenta la autora se mueven por el impulso principal de una actitud ante el mundo, diferente en cada cual, característica individual que en un principio les atrajo y que más tarde les irrita, incluso les repele, motivo por el que se enfrentan. Cristóbal Suárez sostiene el montaje, con gran soltura técnica y total implicación como artista -esta frase podría haberla dicho su personaje, Sergio… La dejo tal cual, no sin cierta ironía que pone en duda mi propia capacidad discursiva-.
Hay que destacar la maestría de Miguel del Arco como director de actores. La puesta en escena es hermosa y funcional, respeta las indicaciones de la autora, pero añadiendo algún elemento del imaginario de M. del Arco. Utiliza además recursos de sonido que confieren una identidad concreta al espacio, delimitado por el alzarse o la ruptura de una cuarta pared, invisible a ojos del público. Es interesantísimo el uso de estos apartes, en principio tan añejos, que adquieren sin embargo en el texto y en la dirección de del Arco, una dimensión imprescindible para la conexión con el público, sin perturbar el transcurrir de la acción ni trastocar la organicidad de los sucesos. Sirven también, junto con los silencios y ciertos efectos de sonido, para marcar un ritmo escénico no exento de dificultad, dado que no es una comedia al uso, sino algo más interesante, a mi entender (me sonrío entre paréntesis, otra vez, de esta última frase de mi exposición, menos mal que no he escrito ningún ‘-ismo’). Pese a la ausencia de la música en el espectáculo, tanto el texto como la dirección escénica, destilaron una cadencia que penetró nuestro sentido de la armonía sin dificultad, como melodía mundana reconocible. Una atmósfera cargada de poesía, que nos fue calando como la nieve, apenas sin notarlo… Algo que iba tecleando nuestras emociones hasta componer sentimientos. Resultó algo mágico gracias a su delicada percepción, en contraste con la batalla campal que se iba desarrollando en escena, subiendo de intensidad trágicamente, hasta el límite de una posible ruptura de la amistad entre los tres personajes. Estos van despertando nuestra empatía, así que, estamos en sus manos, estamos perdidos. Como ellos, perdidos en la dialéctica intelectual, en la cerrazón mental… Solo un corazón abierto late en la mesa en la que se le disecciona -es una metáfora, yo también utilizo cosas de esas-, un corazón que nos toca la zona interior más tierna, que marca el compás de lo humano, sin estrategia, ajeno al raciocinio. Ese corazón les une, el más denostado, el aparentemente sin consistencia. ¿Qué les separa entonces? Les distancia el mundo. Suena grandilocuente, pero es lo cierto: nos distancia nuestra confrontación con el mundo. Pese a no negar la identidad de cada individuo, somos esencialmente lo mismo. Pero nos perdemos la pista, cada cual en sus circunstancias, dedicados a desentrañar la incongruencia que nos rodea.

Plantea diversas cuestiones de interés este texto, además de las ya sugeridas, problemas a resolver en los que se nos implica como público atento, en los que se nos ofrecen distintos posicionamientos, todos ellos aceptables si escuchamos a las partes. Nuestra perplejidad va en aumento, y evitamos tomar partido, procuramos quedarnos al margen, aunque resulte imposible. Nos identificamos, no estamos de acuerdo, rectificamos, no concluimos… La obra no ofrece las soluciones del formulario. El tema que sirve de esqueleto a las conversaciones mantenidas en escena es el de la discusión sobre lo que quiera que sea el arte, ya lo dice el título. Dos de los personajes se empeñan en rebatirse mutuamente, mientras que un tercero, en todo caso, a disfrutarlo, aunque en el fondo no esté demasiado interesado en lo artístico. Su mayor interés estriba en fomentar la amistad de un modo básico, pero efectivo.
Se toca también de soslayo el tema de las relaciones de pareja. Según el tratamiento por parte de la autora, es este tipo de relación personal objetivo imposible de llevar a cabo como proyecto de futuro, dada su naturaleza absurda. Es precisamente tras su acelerado parlamento sobre las complicaciones de la preparación de su futura boda, cuando Jorge Usón se mete al público en el bolsillo, arrancándole una marejadilla de aplausos muy beneficiosa para la continuidad del buen hacer del conjunto. Podría parecer que Miguel del Arco, desde las alturas, dio la entrada con una batuta a esta intervención del público. Del Arco nunca haría tal cosa, eso es sabido. Para artistas como él, el público es soberano. En el texto también se expone esta cuestión, la de nuestra actitud frente a la idiosincrasia del artista, la de la tendencia a rendirle pleitesía. Miguel del Arco es una persona muy de carne y hueso; aunque es imposible que se libre de los ‘palmeros’, tampoco de los detractores, y me consta que en ambos casos sabe defenderse. Al pensar en él e intentar valorarle como persona –sin tener en cuenta su talento ni su categoría profesional-, lo primero que acude a mi mente es un sonido: su risa, a carcajadas. Le he oído reírse tantas veces, dentro y fuera del teatro, que me parece lógico que sea genial como director de comedia. La misma apuesta en las tablas que en la vida: el sentido del humor para no perder la perspectiva, la integridad como bandera.
Yasmina Reza se cuestiona a través de sus personajes la necesidad de unos principios morales para la vida en general, herramienta muy útil a la hora de adjudicar valor artístico a un objeto o a un acto. El mercado del arte, en concreto el de las Bellas Artes, es un lugar salvaje en el que el precio pone en valor al objeto por el que interesarse y pujar. Parece ser la única norma. ¿Quién pone el precio? Influyen los rabiosos intereses particulares de los que hacen negocio a través de la cultura -haciéndolo ya extensible al Arte Dramático-. Cuanto mayor poder adquisitivo o mayor poder político, mayor influencia en el mercado. Está probado el blanqueo de capital a través del arte, actividad para nada inofensiva. Toda acción inmoral, incluso aunque se trate de una transacción económica entre tan solo dos activos, siempre atañe a terceros en situación social más o menos vulnerable. Podemos abandonar en los márgenes de nuestra sociedad mercantil a la belleza incuestionable o a los sujetos más válidos, si no andamos con cuidado. Pero resulta difícil definir, delimitar lo intelectual, apresar en algo legible los conceptos. El arte es solo un medio de expresión, ni más ni menos, una libertad de acción imprescindible para el ser humano. Que genere discusión es justo lo más sano, lo que le convierte en arte vivo, relativamente fácil de consumir, pero difícil de digerir. Ahora bien, cualquier sometimiento es deleznable y, por encima de todos, el que impone el poder del dinero.
¿Qué nos sugiere la autora como posible salida de este túnel de la inercia y lo irreflexivo? La educación, el prepararnos para asumir un consumo responsable, en general de cualquier producto del mercado, también de lo artístico. Solo así experimentaremos algo insólito: tendremos algún control en nuestras vidas, seremos más conscientes de nuestra evolución, participando más en ella, no nos quedaremos inmóviles en un tramo de nuestro camino, seguiremos esforzados hasta el final, aunque el final sea el que todos sabemos, pero aún no conocemos… Todo conocimiento es laborioso y experimental, aunque la intuición sea algo intrínseco con lo que ya contamos. Y en este cultivar el intelecto, la sensibilidad y la empatía, los márgenes imprescindibles que deberíamos autoimponernos, como legado a las futuras generaciones, deberían ser siempre ético.
Si tienen la oportunidad, les animo a que aporten a este espectáculo del Pavón Kamikaze la contribución de su presencia, de su reflexión y de su risa; y, por qué no decirlo, del apoyo económico que un proyecto de gestión privada de un teatro así también necesita.Por mi parte, ya he leido a posteriori la obra en cuestión y pienso seguir cultivandome acudiendo a este teatro y a otros. También con más lecturas, en las que incluyo a Yasmina Reza.

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