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LA EXTRAÑA PAREJA

LA EXTRAÑA PAREJA

Regreso a Teatro Nueve Norte. Es mi segunda ocasión en esta sala tan acogedora. El reclamo, un actor-director del que conozco la trayectoria y al que le tengo fe: Chema Coloma. También a María Muñoz, de la que hace tiempo perdí la pista. Ambos forman parte del elenco de actores. Voy a ver un clásico de Neil Simon: “La Extraña Pareja”. Apetezco de comedia. También mi acompañante. La revisión actualizada de la versión femenina del texto, junto con la dirección de la obra, a cargo de Andrés Rus. Las protagonistas, Susana Hernáiz y Elda García. Completan el reparto: Puerto Caldera, Teresa Soria Ruano y Diego Quirós (este último, también ejerce como ayudante de dirección). Ya tenemos la ficha artística. -No suelo pormenorizarla en todos mis artículos, y menos al inicio, pero últimamente estoy muy sensibilizada con respecto a la labor que ejercemos los cronistas; con cómo a veces ninguneamos, con pretensión o sin ella, a determinados componentes de las compañías. – Faltaría mencionar a Javier Sanabria como diseñador de iluminación y sonido. ¡Ah! Y que es una producción de Calibán Teatro. -Ya no se me olvida nadie, tómese como acto reivindicativo.

Aquí estoy, de nuevo, sentada en el centro de la segunda fila, contemplando el desbarajuste de apartamento que se nos muestra como inicio de puesta en escena. El ambiente en esta sala es el de un público joven. Eso me gusta, le da sentido a lo artístico, nos coloca en la tesitura de la conexión de lo clásico con las nuevas generaciones. Todas las circunstancias confluyen para hacernos disfrutar de una estupenda tarde de teatro.

Pasemos ya a lo destilado tras el disfrute. Antes de proceder a mi análisis, tengo que decir que los actores han estado sobresalientes, apoyados sin duda por el éxito en las propuestas de dirección de Andrés Rus. En relación con esto último, lo que más me ha interesado de esta nueva versión, ha sido el aspecto reivindicativo de la misma, sacándole punta a lo que tiene que ver con la mujer y su papel en la sociedad, arremetiendo contra el machismo con valentía e inteligencia. Son pequeños apuntes, como al margen de lo que transcurre, pero que le dan una rabiosa actualidad al montaje. El público se ríe de lo que está mal, de lo que está peor y de lo que es sin lugar a dudas bochornoso. La reflexión vendrá después, esa es la catarsis que se espera. Dice Luigi Pirandello que “el humorismo produce una cierta perplejidad entre el llanto y la risa”.

También está revisada la localización de la acción, trayéndola a nuestro país, a nuestra ciudad y a nuestra época. Puede parecer, a priori, que la versión original pudo tener un efecto más jocoso, dados el ámbito y la época en los que fue estrenada. No puedo hablar como testigo de entonces, pero el texto, en esta versión, dirigido al público madrileño, resulta fresco e incisivo, funciona de maravilla. Lo insólito del emparejar a dos personas del mismo sexo, diseccionando ese tándem para encontrar las carencias en la convivencia de cualquier matrimonio de la clase media al uso, sigue estando vigente como revulsivo de coherencia. Hay que ponerse en el lugar del otro para comprender las causas y las consecuencias de nuestra dificultad para convivir. Ya que somos incapaces de hacerlo de forma inmediata, tras una ruptura sentimental, el autor nos propone que sea un amigo el que nos sirva de espejo, alguien que supuestamente nos quiere de forma incondicional, pero que nos devuelve la imagen franca de en lo que nos convertimos al convivir, de nuestra intolerancia y nuestras obsesiones, de cómo nos abandonamos, de lo erróneo en nuestra lucha por comprender y por crecer.

Neil Simon transciende lo anecdótico, de ahí su vigencia. Hay multitud de aspectos del ser humano que se ponen de relevancia en esta obra: apego, dependencia, orgullo herido, amor propio, autocomplacencia, sentido erróneo de la responsabilidad sobre el otro, melancolía romántica fundada en lo que pudo haber sido, la huella que nos deja el otro al convivir, el chantaje emocional, la culpabilidad, la represión…

En esta versión, por otro lado, se ejemplifican ciertos prejuicios sociales de la clase media en la actualidad (como la alusión irónica de los principios ideológicos de la dieta vegana). Hay, además, en la trasformación de los personajes masculinos para actualizarlos, una fina ironía que incide en la dificultad en la comunicación, alude a la inmigración y el choque de culturas, resolviendo con el exotismo de la mezcla, del mestizaje y de la ruptura de lo establecido.

El texto se sirve de alusiones eróticas veladas en donde la mujer busca su propio placer, sin perjuicio de otorgarlo a su pareja de juego. De algún modo se utiliza el equívoco, también, se insinúa la posibilidad de una relación a todos los niveles entre individuos del mismo sexo, aunque de manera indirecta. No se llega a plantear abiertamente la homosexualidad, ni en el original ni en esta versión revisada. Pero quizá sea así más interesante: la letra con humor entra, podríamos argumentar…

La mujer actual aparece identificada con perfiles femeninos que, aunque rompen estereotipos, nos presentan un abanico de mujeres absolutamente distintas unas de otras, que no dejan de recorrer los distintos niveles evolutivos, del sometimiento al empoderamiento. Es muy interesante el perfil del personaje de Clara, totalmente sometida a los deseos de su marido, lo cual la impide disfrutar del momento; nos trae reminiscencias del Mito de Cenicienta, reiterando continuamente “Me tengo que ir a las doce”. Y, por supuesto, el sujeto paciente, Flori, la desequilibrada, por la que todos se tienen que preocupar, ya que esa es su manera de relacionarse, provocar preocupación en el otro.

“Que te quieran es mejor que si te necesitan”. Algo tan obvio podría resultar un consejo desfasado en boca de cualquiera, si no fuera porque la dependencia emocional es un mal enquistado en nuestra educación sentimental, una pandemia mundial que quizá tenga algo que ver con nuestro carácter gregario como especie. No somos criaturas que toleren soledades extremas. Es cierto que admiramos a los leopardos, pero nos identificamos más con los gorilas. ¿Cómo alcanzar ese equilibrio de lo humano que está en un punto intermedio? El amor no puede ser la excusa para dejar de esforzarnos por nuestra independencia, objetivo costoso de alcanzar y, sobre todo, de mantener. Nacemos desvalidos, necesitados de todos los cuidados posibles, extremadamente vulnerables y sensibles, puro egocentrismo, ansiedad desmedida. La sacrificada devoción de nuestros progenitores, nos acostumbra pronto al confort emocional de la protección desmedida. Así que, en la adolescencia, sentimos por un lado que queremos liberarnos pero, enseguida, que estamos por completar. A partir de entonces tenemos fe en el cliché romántico que se nos ha vendido, creemos que ensamblamos seguramente con alguien especial que, como nosotros, anda por el mundo perdido, intentando reunirse con su otra mitad. Pero hete aquí que una vez nos vamos encontrando y comprometiendo con cada persona elegida como pareja de vida, la plenitud nunca acaba de alcanzarnos. Rompemos relaciones, seguimos buscando y el tesoro se nos esconde. Quizá dentro de nosotros mismos. He leído que está demostrado científicamente que en un alto porcentaje los seres humanos somos polvo de estrellas. Es justo lo que buscamos, el sentido de pertenencia, de formar parte. Pero nuestras capacidades son minúsculas, inmersos como estamos en el universo inabarcable. ¿Cómo vamos a captar lo intelectualmente indefinible? ¿Cómo? Con nuestra sensibilidad extrema, esa que tiene que ver con el instinto animal y lo trasciende. Estoy convencida de que sucede, de que vislumbramos la magia de que estamos hechos a través de nuestro reflejo en lo semejante. Pero que solo dura unos instantes, unos momentos vitales que se esfuman. Lo maravilloso es efímero, pero verdadero. El amor es una certeza, no un invento fruto solo de la cultura. Pero el amor más puro es una energía estelar que nos libera, no quiere amarres, no quiere cauces, no sabe de formas fijas. Para que acabe ese amor solo hace falta el aparatoso trasiego de nuestras preguntas sin respuesta, nuestra impaciencia, nuestra intolerancia, nuestro capricho transitorio, nuestra tendencia acomodaticia, nuestro desinterés por más vida…
Podemos subrayar un tema fundamental en la obra, llegado a este punto, que la proyecta hacia esta dimensión trascendente, espiritual incluso, pero desde una perspectiva de humor negro. Se trata del miedo a la muerte, a la propia y a la ajena. En concreto de algo tan tabú como el suicidio. Tanto la calidad del texto de Simon como la excelente resolución sobre el escenario de los episodios de supuestos intentos de suicidio de Flori, provocan en el espectador un aligerarse del peso de su propio temor por la posibilidad de un final -elegido o no- que constantemente nos acecha.

“Siempre se puede sobrevivir mientras se sepa amar”, nos susurran los actores desde la escena.
Que este sea nuestro lema.

 

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