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Revista Agosto Artepoli XIII

MI OPINIÓN

Escuchaba en el noticiario de ayer que la gente consumidora habitual de cultura es más feliz. A partir de ahí empecé a elucubrar y ya no me pregunten qué sucesos de vital importancia estatal me salté ayer paradójicamente, mientras tendría que haber estado entonces, más atenta a la información de la actualidad. Aunque un pajarito un día me dijo que el periodismo no era cultura, pero, eso es otro debate y Larra tendría algo que objetar al respecto.

A su vez esta misma información me hizo feliz presto, ya que me incluyo en ese grupo, todo lo que mi sueldo y el 21 % de IVA cultural me permite claro. Mi sospecha ante una declaración tan aparentemente pura y sana se hace plausible; “Ya, ¿pero por qué?”. Será por lo ilustrado en palabras de Pedro Ruiz que cuando vamos al cine durante dos horas los problemas los tienen otros. Quizá nos dé paz la cultura, nos dé consuelo. De una manera inherentemente egoísta, como no puede ser de otro modo en el humano, la necesitamos para satisfacer nuestra función última.

Esta función última de alimentar al animal al que concibieron la razón, que tanto descuidamos o no vemos prioritario… mejor gastarse el dinero en una mariscada o una tumbona en una playa muy lejana y exótica nos decimos. Lo cierto es que es igual de perecedero, miento, en tiempo lo es, pero no en sustancia, la calidad de la felicidad que adquirimos con la compra de cultura es mucho mayor. ¿Quién demonios dijo que la felicidad no se podía comprar? Claro que sí se puede, y si piensas lo contrarío es que estás malgastando tu dinero, ver charla informativa de Michael Norton en el TED si se siente aludido.

Puede que la cultura, de cualquier tipo (hasta la más barata, gratis); un libro, un videojuego, un mimo callejero nos ayude a sobrellevar la vida. Estoy convencida de que le puede funcionar a todo el mundo si prestamos un poco de atención a nuestro alrededor. A mí especialmente este último, el mimo, me alegra cualquier día de abarrotamiento cetrino en las Ramblas de Barcelona con su hieratismo prefabricado y un disfraz un tanto kitsch. Ni que sea únicamente por el contraste, por encontrar una complicidad rebelde entre la quietud de ese esperpento plausible y el esperpento de persona que yo llevo dentro, ahí escondido cautelosamente entre la homogénea colorida muchedumbre.

MALV

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