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ODALYS O LA PLENITUD DE UNA DICHA

ODALYS O LA PLENITUD DE UNA DICHA

Por: Gregorio Vigil-Escalera

La cubana Odalys no solo dialoga consigo misma, sino que lo hace con todas las miradas, con el mundo y con su perspectiva pictórica. Primero se explora ella misma, se pone a prueba con un dibujo que desvela y desnuda, y al final vierte lo que ha absorbido, pues en su caso es lo que ve y que además pinta.
Mas también indaga sobre la vehemencia de su deseo, sobre los símbolos que deben acompañarla, sobre la vitalidad de sus sentimientos, que nunca considera que son suficientes. Por eso, de una obra tan íntima se desprende la fabulación de un retrato de sí misma en aras de la búsqueda de un espacio de espiritualidad y creencias que la crueldad del tiempo no pueda encontrar.
La representación urdida de ese Shangri-La, refugio y amparo, como ámbito existencial, es su propio cuerpo y su propia mente, configurados con la magia cromática –esos azules, naranjas, rojos, amarillos, etc. – de una aparición cuyos receptores, todos nosotros, estuviéramos esperando a lo largo de la vida.
Y ahí confluye la arquitectura de su eficiente dibujo, en cuyo seno memoria individual y colectiva se invocan y se implican, involucrando también a una imaginación formada y acunada en un repertorio de vivencias múltiples, que lo que ahora le piden es resituarlas en otra dimensión, a fin de que sus formas, una a una, puedan gozar de la máxima expresión de su libertad, hasta conformar su identidad en un estilo singular de plasmar su modo de hacer, y que a través del cual haga suyos aquellos aconteceres del pasado que jalonan sus creaciones alegóricas.
Además, y como desarrollo de todo lo precedente, Odalys materializa en la misma medida que desmaterializa, razón por la cual sus mujeres están en el polo contrario de la “Mujer” de De Kooning, pues ni son genios de la depredación, de la codicia, de la brujería, ni diosas terroríficas, musas maliciosas o grandes meretrices de Babilonia. Por el contrario, en ellas se refleja un encanto misterioso, una fisonomía de adoración pagana, una muestra de que la fantasía es su origen y dimanación, y de que hay, al mismo tiempo, una soledad del ser y una reivindicación del estar.
Por lo tanto, nada más lejos de una feminidad primitiva y desbordante, amenazadora y terrible. Y sí más cerca de un mirar sereno, de unos pájaros alegres, de unas conchas luminosas, de una emoción y evocación que envuelve la contemplación en un dulce sueño.
Lo que llega, en último término, a marcar esta concepción modernista y actualizada no es el registro de una conceptualización de género, sino la culminación de una belleza física que integre una expresión poética y le proporcione significación a cuerpos fantásticos que son eje del espíritu y espíritus quiméricos que a su vez son eje de esos cuerpos.

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