Bellas ArtesEjemplar XXVMarta María de la Fuente Marín

Entre Polvo y Polvo, ¿qué?

Entre Polvo y Polvo, ¿qué?

Por el título, Love (Gaspar Noé, 2015) parecía incluirse en la gastada lista de películas que cuentan la estereotipada historia de amor. Gracias a Dios no fue así. Si bien la presentación de un triángulo amoroso –entre Electra (Aomi Muyock), Murphy (Karl Glusman) y Omi (Klara Kritin)-̶  no es nada novedoso en el mundo artístico, el filme tiene la intención de provocar e inquietar. Elementos como la estructura fílmica y el uso -y abuso- del sexo sin censura así lo atestiguan. Sin embargo, la película es víctima de torpezas casi imperdonables, que ni siquiera la excelencia de los aspectos técnicos pueden salvarla.

Pensar en volver…

Love muestra estas cartas desde la primera escena en un plano fijo con Electra y Murphy masturbándose hasta la eyaculación. Como salido de un sueño, Murphy despierta en la cama con una realidad diferente: otra mujer y un niño.  Hay una dislocación evidente. Se verá acentuada con la llamada de la madre de Electra que lo lleva a recordar, con voz en off, una relación marcada por la pasión y un deseo constante de experimentación sexual.  A partir de aquí se suceden una serie de saltos temporales que en los momentos iniciales del filme tienden a confundir al receptor sobre el tiempo en que la trama está siendo narrada. La sensación discontinua de la progresión dramática es lograda por el llamado “parpadeo” -fotogramas en negro- para cortar la secuencia que, por una parte, no resulta del todo agresivo. En algunos puntos narrativos se utilizan gestos que funcionan de puente entre un corte y el siguiente, a veces entre el pasado y el presente.

Una de estas primeras escenas es cuando Murphy está oyendo el mensaje de voz íntegro de Nora. En un dolly back de la cámara, el personaje se sitúa en la entrada de su habitación. Minutos después realiza una acción semejante, con cambios radicales en la escenografía, en los registros de la conversación y en las connotaciones de esta última, pero no en el gesto.

Por otra, aportan gran carga dramática a determinada acción. En ese caso se encuentra la secuencia dedicada a la confesión del embarazo de Omi. Luego de la noticia, el corte le aporta gran fuerza expresiva al gesto de Electra de escupirle la cara a Murphy.

 ¿No lo llames Amor, llámalo Porno?

La película no es presentada, ni asimilada, como un ideal romántico y tampoco lo sería si el sexo estuviera menos presente. Al contrario, si hay algo real y sincero son este tipo de escenas sin censura. El director pretende mostrar un amor diferente al que se tiene culturizado y convencer al público de que eso es Amor. Esto implica entonces tratar los problemas inherentes al amor libre: la posesión, los celos, la libertad, la igualdad, la exclusividad, el deseo, los hijos, entre otros. La explicitud sexual ha sido víctima de calificación gratuita de pornografía por algunos, otros la soportan y hay quienes la apoyan. Lo cierto es que cuenta con un papel protagónico fundamental por la carga filosófica  -o no- que el director decide ponerle, por la intensidad con la que es llevada a cabo, por ser el principio y el fin de todo o casi todo.

La duración de la película es uno de los excesos. Es y se hace tan larga para el público por el intento constante de revelar la intensidad que la pareja principal va adquiriendo. Esto significa que no se logran secuencias fuera de la cama con la profundidad necesaria para el cumplimiento de este objetivo en poco tiempo, por lo que es necesario subrayar la idea de un amor verdadero  varias veces para que de alguna forma el público se lo crea. Aquí la actuación juega un papel fundamental, que no cumple a cabalidad. En la pareja principal faltaba la chispa de la química que verdaderamente deslumbrara al público y que no tuviera que esperar al final para, junto con el actor principal ya por obviedad, enterarse de que realmente amaba a Electra. Los diálogos estaban cargados de clichés y reflexiones superficiales que forzaban lo que debía ser natural: las miradas iluminadas, los gestos inconscientes, las sonrisas nerviosas. Tampoco es la fatalidad general, pues si el espectador se esforzaba un poco, podía sentir la ira, el amor y la lujuria por instantes; además, la caída de Murphy en su error y por tanto el alcance de su madurez, no fue un fiasco del todo. Pensar en un aprobado para ellos será suficiente.

En parte es comprensible todo este aparataje de secuencias reincidentes por la intención de aligerar el pensamiento del espectador sobre las propias escenas de sexo.  El receptor es inducido a valorar el sexo con amor, su frenetismo y reiteración para que no especule que este tipo de escenas puedan ser gratuitas. Algo que, lamentablemente, el espectador sí llega a pensar.  Sin embargo, hay intervalos- pocos, pero los hay-en que el sexo sí se hace vehículo del amor, o por lo menos de ilusión. Uno de esos momentos es cuando pasan su primera noche juntos.

A vuelo de pájaro, la pareja es mostrada en la cama coloreada por una luz roja que los acompañara en casi todas las escenas de este tipo o relacionadas con ellos, para aludir al arquetipo de vínculo pasional que mantenían. Es una de las pocas secuencias en que los personajes aparecen desnudándose entre sí y ni siquiera es focalizado, como en tantas otras, el momento de la penetración. El director prefiere centrarse en un plano detalle de besos y abrazos  donde el deseo en “quiero follarte tanto”, pero también la ternura, están a la orden del día.

Si bien esta escena porta esa carga simbólica en la que se hace el amor, otras tantas carecen de ese tipo de justificación y sentimiento, figurando como meras gratuidades, como se decía antes. Así sucede con las secuencias en las que lo hacen en el baño y en lo que parece ser algún pasaje subterráneo desolado, el sexo se vuelve pura práctica y contacto genital.

Con fotogramas de sexo banales y otros no tanto, es que la vida de esta pareja se desarrolla en buena medida. Así se ven en todas las posiciones posibles, sin acrobacias ni planos quirúrgicos  propios del cine porno, exceptuando el primer plano de la eyaculación y el filmado desde el interior de una vagina. Sin embargo, estas secuencias  pueden ser  vistas como parte de una intensidad variable para no saturar la vista del receptor. Ambas escenas son dos agentes llamativos que petrifican hasta el más tolerante y atrevido de los espectadores, pero no siempre el público recibe este tipo de estímulo tan energizado. Es otro de los salvavidas del filme: no todas las secuencias permanecen en el mismo nivel de fuerza, esta fluctuación roza con los extremos de saturación y aburrimiento, pero en los registros medios logra cierta motivación.

El decrecimiento de dicho vigor es apreciable durante la única secuencia de sexo que comparten Omi y Murphy vista en dos momentos fragmentados del filme desde dos encuadres distintos, pero al final es la misma secuencia. Se llega a esta conclusión, entre otros motivos, por la cantidad de escenas en las que participan Omi y Murphy con respecto a Electra, pero también por la iluminación y los colores. Aquí la fotografía se lució.

Generalmente la relación de la pareja protagonista está marcada, como se ha dicho antes, por el color rojo y una paleta ocre, logrados por una iluminación filtrada y motivada que se construye a golpes de contraluces y clarososcuros. Mientras que se emplean colores claros en las secuencias dedicadas al matrimonio, la luz adquiere un estilo notan en el que la clave es alta con una ausencia casi de contraluz por mantenerse la sombra baja.

Esa comparación se hace visible en fotogramas como en la que Murphy y Electra conversan acerca del nombre de un bebé, así como en los que él y Omi acarician el vientre abultado por el embarazo. Los juegos de luces y colores son más que evidentes, aunque compartan el principio de una luz lateral. En el caso de la primera pareja no se logra un equilibrio y se le da un mayor realce al contorno y la textura que revela de manera ideal los relieves de la piel semidesnuda. Mientras que con el matrimonio se logra un equilibrio con esa entrada de luz que incide sobre los cuerpos vestidos y travesea con las transparencias delicadas.

La volubilidad de la intensidad es perceptible y ayuda al receptor, en primer lugar, a entender el universo sentimental de Murphy, en qué medida puede o no estar implicado con ambas mujeres; en segundo lugar, a mantenerse alejado, por el momento, del incendio que supone la sobresaturación. Estos niveles de energía, gran parte del tiempo, están atados al sexo según la fortaleza que adquiere como detonante o consecuencia.

Es inevitable no percatarse de que en muchos momentos la sexualidad funciona como coto o principio de algún conflicto. Por ejemplo, cuando la pareja toca techo en cuanto a eso, el marco de la experimentación se amplía y requieren de un tercer implicado sentimentalmente. Quizás es aquí cuando la película se precipita y cumple con el principio de Murphy sobre que, si algo puede ir mal, lo hará. Se dibuja el sexo como cumplimiento de una fantasía, pero como principio de una serie de circunstancias, en su mayoría, irreversibles.

En los fotogramas que se dedican a la escena del ménage à trois (trío), la mayoría de estos se mantienen en perspectiva cenital para mostrar todo lo que hacen. Resulta llamativa la manera caótica en que desarrollan las acciones, quizás por la misma naturaleza de la relación espontánea. Si bien no hay un orden evidente, algunos objetivos están claros: el interés que las mujeres manifiestan entre sí y la intención del hombre de participar penetrando a una de las dos. Cuando los fotogramas se dedican entonces a un plano mucho más cercano, es notable una mayor intimidad y quizás hasta complementariedad entre los tres. Aquí es importante, como en otros momentos de la película, la banda sonora, marcada en este caso por un solo de guitarra eléctrica que va in crescendo (aumento) cuando las caricias, los besos y las exploraciones también suben de tono. Resulta una elección muy acertada por la misma fuerza que le aporta al momento, esa “electricidad” que fluye entre los tres cuerpos, fundidos unos con otros, solo podía ser lograda con acordes tan fuertes.

Por una parte, el sexo solo funciona como cierre de algún conflicto. A este ejemplo acuden las imágenes de las numerosas rupturas y retornos de la pareja, que incluían sexo duro, como se ha dicho antes, entre opacidades, medias luces y siluetas que marquen texturas. Regresar debía tener, para ser real, un final carnal.  Por otra, se mueve como inicio de circunstancias adversas. Esto se relaciona con la incursión en el mundo orgiástico en las penumbras de un club, donde tanto Electra como Murphy estuvieron con varias personas. Sin embargo, es notable como Murphy no tiene problemas para aventurarse con la vecina rubia, pero ver a Electra teniendo sexo con otro hombre no le resulta para nada agradable -¿la experimentación machista puede siquiera ser considerada como libertad? -.

Se hace camino al andar

Murphy no solo recordará y vivirá de nuevo las escenas fogosas con Electra, sino todo lo que su relación significó para él. Generalmente la pareja era presentada en habitaciones y espacios cerrados, pero la mayoría de las veces que se presentan en exteriores, lo hacen andando con un travelling de la cámara -cuando no estaban teniendo sexo o discutiendo-. Esta construcción suele funcionar como una metáfora en la que el personaje entiende su vínculo con ella como un camino. Su incertidumbre sobre el paradero de Electra le desata todos estos recuerdos y el volver sobre ellos le hace percatarse, al final, de sus errores, de la cadena de ellos que formaron su camino hasta ese momento.

El abrazo final entre padre e hijo es la toma de conciencia de Murphy sobre la vida, el amor, de lo mucho que se equivocó y cómo duele perderlo todo. Abrazar a la causa aparente de la separación, desnudos y bajo el agua  ̶entendida esta como método ancestral de purificación de las almas  ̶  es su reclamo de redención.

Más que sexo

Love es otro capítulo del cine postmoderno que adopta el sexo real, una opción que hace tiempo dejo de ser novedosa y que ya no escandaliza a nadie, o al menos no debería. Sin embargo, sigue siendo una opción atrevida y siempre inquietante. Por una parte, hay que reconocer la intención por intentar crear algo profundo, pero la verdad es que la historia queda superficial y simple, aliñada con las implícitas escenas sexuales. Por otra parte, el trabajo técnico es excelente. La fotografía y los juegos de luces fueron magistrales en el manejo de tintes rojo pasión y ambientes cálidos, subvertidos en otros tonos para diferenciar las circunstancias. La virtuosidad de la cámara en planos-secuencia e imágenes estáticas, así como en el “parpadeo”. La banda sonora fue sumamente acertada, sobre todo con el sexo, en la elección de música electrónica y partituras de piano que permitían fortalecer las escenas desde la excitación o la gracia.

Love va más allá de la escena sexual gratuita y la narración pornográfica de una historia sórdida y triste. Construida con sus aciertos y torpezas, pero al fin y al cabo un reto del director a las trabas de la cultura que define la vida en la linealidad de la rutina y en la desabrida costumbre. Gaspar Noé se quita el antifaz de la indiferencia y el pijama de la ignorancia y se viste de gala -o a lo mejor ni se viste- para eyacular en tres dimensiones en la cara de sus espectadores y hacerse consciente de su producto. No se hace responsable de los ofendidos, es más, los invita a su película.

Por: Marta María de la Fuente Marín

Fotografía:

Juan Borja

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