Pintura con mayúsculas
Pintura con mayúsculas
La obra de Héctor Frank Heredia
A pesar de todos los rompimientos, negaciones y transgresiones que han militado a través de la Historia del Arte con respecto a la representación pictórica, lo cierto es que hay unos cuantos códigos primordiales, unas cuantas leyes inviolables que siempre están allí.
Las bases fundamentales de la pintura, lo primero que asimilamos de ella, son válidas en cada época y en cada movimiento artístico, aunque los fauves enfaticen en la estridencia del color y los hiperrealistas en la perfección técnica, se trata en cualquier caso de la misma esencia: Organizar ante el espectador una sinfonía de elementos visuales armonizados. Esto vale desde el Renacimiento hasta la postmodernidad o desde el clasicismo hasta el Bad Painting; siempre estarán presentes los elementos cardinales de la imagen, sea esta pictórica, fotográfica o digital.
Héctor Frank Heredia (La Habana, 1961) fortalece estos elementos esenciales de la pintura y se zafa de los artificios que se han creado alrededor de la misma. Sabe que describir cualquier intención más allá de lo que estamos viendo es artificial, postizo, no le van pretextos ni argumentaciones porque se siente libre de esa necesidad de explicarse que tanto daño le ha hecho a la pintura. Es atender a lo que vemos lo que nos dará las claves de los contenidos implícitos y no lo que especulemos o justifiquemos.
Claro que ha aprendido que el contenido que emana del material con que se ha construido la obra estará influenciando la recepción del espectador, pero a mi entender el artista va más allá de estos valores sígnicos y las historias a las que puedan remitir; la lectura universal que podamos hacer de esta obra es mucho más rica que cualquier asociación al discurso consciente.
Es verdad que allí está la huella del yute, textura empleada que nos remite a la vida cubana, por ser un material que está presente desde en sacos de alimentos tan significativos como el azúcar hasta en tradicionales fiestas religiosas, también ha incorporado en ocasiones fragmentos de madera heredados de las más antiguas casas de La Habana, objetos cargados de historia que remiten al pasado colonial. No digo que Héctor Frank no encarne esa identidad nacional, solo aprecio que no debemos quedarnos allí, que no nos hemos de conformar con esta aristotélica y lineal respuesta, porque podemos rasgar el velo de la primera lectura e ir más allá de su contexto.
Si esto no fuese cierto su obra no hubiese tenido tanto éxito en países donde los espectadores no tienen ni idea de lo que puede simbolizar para un cubano un saco de azúcar o un fragmento de madera del tiempo de la colonia. Entonces vayamos más a fondo, porque lo que da fuerza a su obra no está en los significados inmediatos de los elementos que usa sino en valores intrínsecos de la Pintura con mayúsculas.
Esta atención a los elementos esenciales de la pintura es la que caracterizaba a Paul Klee, el único pintor con el que relaciono la obra de Héctor por una similar atención al ritmo, pero esta intención musical de la pincelada y de las armonías de colores viene, en el caso del alemán, de haber estudiado música, mientras que en el caso del cubano, de una formación científico técnica que lo educó en el rigor y en la laboriosidad.
Por eso pienso que la formación de Héctor Frank Heredia está presente en su obra y que le ha aportado más que si se hubiese graduado en una academia de arte. La singularidad de sus retratos está, además de en su figuración (de exclusiva gracia), en la parte artesanal de su pintura, en la construcción parsimoniosa de texturas, verdaderos tejidos visuales que delatan un paciente trabajo.
Antes de conformar el cuadro final, el artista pinta líneas horizontales o verticales, onduladas o rectas, sobre papeles blancos o de colores que luego incorpora en forma de collage sobre el lienzo. Las piezas definitivas son en gran medida el resultado de este previo trabajo, se trata de superficies rítmicas que son confeccionadas como un mantra; la creatividad se ha vertido aquí como una especie de meditación. La vibración de estos planos texturizados da como resultado los efectos ópticos que enriquecen sus imágenes.
La síntesis que podemos apreciar en su pintura actual es resultado de muchos años de trabajo, pero desde sus primeras cartulinas pintadas en el sofá de su casa, todavía sin un espacio como estudio, ya pude apreciar que su desarrollo sería explosivo. Precisamente sobre el tema de las condiciones de trabajo le pregunté si no prefería crear primero ciertas comodidades, dedicar una habitación únicamente a la pintura, por ejemplo, y recuerdo que me dijo: «El que exige muchas condiciones para pintar es que no va a hacer nada». Y claro, con el tiempo vino el estudio, las exposiciones, las buenas galerías, las buenas ventas, los viajes y el glamour, pero su felicidad no es eso, su felicidad sigue siendo, como me dijo un día en su coche, comerse un pan con aguacate debajo de un árbol.