Artículos de artepoli VIII
Margarita Yarmats | BEGEMOT ART & FASHION
ISRAEL ELEJALDE
” IDIOTA “
Editorial
El arte no hubiera sobrevivido sin la mentira. Ésta, junto con la apariencia y el engaño casi forman parte de su ADN, de su nacimiento, del dibujo incluso. Dejando a un lado la inherente falta a la verdad que supone el paso de la realidad al plano (del 3D al 2D para que los milenials nos entendamos) o la simple y letárgica práctica de la mímesis durante siglos, la mentira también ha sido temática recurrente en todas y cada una de las etapas del arte desde la edad antigua. Ejemplifiquemos con un Loke Dios mitológico nórdico de la mentira y el caos rescatado por Hollywood últimamente, o en una traicionera Judith renacentista degollando a Holofernes, o incluso a un Dalí vengativo sirviéndose de su método paranoico-crítico para maldecir a una pareja de amantes que resultan ser una flagrante calavera. Naturaleza humana. Pero bajo ningún concepto podemos justificar con la creación artística el encapsulamiento en nuestra propia burbuja cuando se trata de reflejar la vida. Sin mencionar el inmovilismo social que esto genera.
Acabar siendo impracticables. Y no, no me creo que la obra de nadie sea ni deba ser un soliloquio y menos si es una obra lo suficientemente buena para desentrañar alguna errabunda verdad empañada por el apogeo de la razón en estos tiempos. Mucha falta nos hace ver la luz, pero la más propia de los milagros, en esta sociedad saturada de religiones pero sin religiosidad.
Porque nunca sabemos cuándo estaremos en un lugar o veremos a esa persona por última vez… hay que ser honesto. Todas y cada una de las veces que, cediendo a la presión del encorsetado circo social, he mentido; no he traicionado a amigos ni compañeros, pero he traicionado a la persona más importante de mi vida. Yo. “(…) fue porque ignoré quién era” diría un joven y asustado Segismundo pero no por ello menos certero.
¿Por qué mentimos? ¿Y para quién? La mentira no es algo individual, bueno la mentira tal vez, pero no el mentiroso. Es un acto colaborativo; el emisor lanza el bulo y el remitente decide creerlo. Tiene fácil demostración. Si decidís poner a la práctica la sinceridad durante 24 horas lo comprobaréis. No se necesitan más dado que nos mienten una media de diez veces mínimo al día según la Dra. Meyer. Imaginaos lo que mentimos nosotros mismos si el tope esta en cien veces.
También veréis que siempre llega el tambaleante punto en el que a pesar de que digas la verdad la gente decide no creerte. Así que mentimos para los demás, no para nuestra persona. Casualmente los individuos más estridentemente sinceros también son las personas más reconciliadas consigo mismas que conozco. Puede que con un trabajo liberal bien remunerado, -en su mayoría-, por lo cual, tienen la suficiente libertad para hacer y decir con crudeza pero lealtad a su verdad. Lealtad a sus valores que muchas veces, no todas, les han llevado a ese olimpo reservado para pocos; Rubianes, Cela, Rivers, Winehouse o Mujica. De esa gente que nos deja ojipláticos con tanta elocuencia. Dilucidar sencilleces como: “Vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad.” oída a José Mujica o la ocurrente “El ayer es historia, el mañana es un misterio y el hoy es el regalo de Dios, por eso lo llamamos el presente.”, con la que Joan Rivers nos dejó. Os animo, artepolianos, a trabajar duro para formar parte de este olimpo de la areté.