A la Sunamita Abisag
A LA SUNAMITA ABISAG
Busquen a mi señor el rey una moza... LIBRO PRIMERO DE LOS REYES, 1.4
Bella sunamita, ya no soy un rey,
sólo un hombre al que el tiempo puso
su glacial corona.
Extraviado ahora en el reino de los años,
perdido para siempre en su eterna nevada,
te llamo para que calientes mis pobres
y cansados huesos.
Con tu calor
devuélveme algo de mi niñez,
un poco al menos de mi lejana adolescencia.
Que tu piel sea esta noche mi verdadero reino,
el único con que suele soñar un monarca.
Que tu aliento sea la frontera
entre pasado y presente,
invisible y deseada frontera
entre ayer y hoy.
Gentil y amada sunamita,
no soy más que un anciano que habla
y gesticula a solas,
patriarca vencido por el tiempo,
único enemigo real
que tarde o temprano derriba imperios
y vence a los monarcas.
Ya no me interesa reinar.
Detesto el oro y el poder.
Con estas manos temblorosas
de qué me sirve un trono,
con estos ojos borrosos
de qué me vale el esplendor de la luz.
Yo sólo quiero, aunque sea por una noche,
reinar en tu cuerpo.
Dulce e inolvidable muchacha
inmortalizada por ofrecerme su calor,
no temas:
nada puedo hacerte.
Y nada puedes darme
que no sea la humana calidez
de tu cuerpo desnudo,
tu febril y anhelante respiración
junto a mi oreja,
y permitirme soñar.
Soñar que sigo siendo aquel muchacho
que tañía la cítara
en los valles de Israel.