Un susurro de libertad individual
Un susurro de libertad individual
La obra de Lidia Barbara Kopczynska
Si hay algo que ha caracterizado el arte realizado por mujeres es que ellas suelen tomarse a sí mismas como referencia, pero no para hablar de su ego sino para trascender lo autobiográfico y exponer otros contenidos a partir de su propia imagen. Desde las más nombradas como Frida Kahlo, Ana Mendieta, Marina Abramović o Cindy Sherman, hasta otras menos reconocidas, estamos en presencia del autorretrato que se extiende de lo individual a lo colectivo, a veces con carácter de «sororidad», que es el término empleado en la jerga feminista (y aceptado por la R.A.E) para hablar sobre la solidaridad entre las mujeres.
La obra de Lidia Barbara Kopczynska (Breslavia, Polonia) encaja en esta sensibilidad, pues es auto-referencial desde cuando fotografía un fragmento de su piso, un suelo mojado o un espacioso interior, hasta cuando se retrata a sí misma. En todo momento su estado interno está presente y la factura de la pieza suele atestiguar este estado de ánimo. Pero hay un condicionamiento que diferencia a nuestra artista de las antes nombradas y es que viene de uno de los espacios geográficos históricamente más incómodos para su pensamiento emancipador.
No olvidemos que Polonia, tal vez por su fuerte arraigo católico, además de otras causas como la influencia soviética -opuesta ideológicamente pero también patriarcal- ha sido uno de los países europeos donde las voces feministas han encontrado más resistencia. Voces fuertes y radicales a favor de la emancipación de la mujer han tenido importantes logros, pero con muchos más obstáculos que en otros países europeos. Todavía los gobiernos actuales cargan contra esta equidad antes lograda y limitan las oportunidades de trabajo a la mujer, para no hablar de la extendida violencia de género, igualmente popular y hasta naturalizada en España.
La obra de Lidia Barbara es difícil de definir, es un reto para el crítico, estas dificultades que encontramos para darle una explicación obvia, para encasillarla (que es lo que solemos hacer) nos están manifestando su complejidad, porque no se limita a una manera específica de hacer o a crear un estilo reconocible de inmediato. En este caso hay que mirar por dentro la obra, olvidar las referencias a cualquier «ismo», incluso el postmodernismo, que con todo lo que se le ha sustentado como libertario no deja de estar poblado de lugares comunes −apropiación, intertextualidad y demás términos cansados- y de estilos marcadamente reconocibles, atributos que niegan su propia esencia, su supuesta anulación de la importancia de la autoría.
Su investigación plástica, si profundizamos un poco, notamos que toma como protagonista a la iluminación, utiliza los efectos de los destellos de la luz contra la cámara, los recursos fotográficos que captan el desplazamiento de la misma, los desenfoques intencionales y otras sutilezas formales para edificar un discurso conceptual que va de la contemplación a la introspección, pasando por matices que esbozan un contenido de trasfondo social, como ocurre en la foto Juego de tronos, tomada durante el juego nocturno de unos niños sudamericanos en una plaza de Barcelona. Todo ocurre a nivel poético, construyendo la obra desde tesituras alejadas de lo literal y de lo panfletario. Quizás esta quietud venga de su admiración por Edward Hopper, artista norteamericano que también centraba su atención en la iluminación y en su riqueza como canal para expresar experiencias silenciosas, internas y de gran profundidad psicológica. Es importante destacar que en su trabajo fotográfico juega un papel significativo la colaboración de Andrzej Dakszewicz, que es quien digitaliza (en muchas ocasiones) sus fotografías. Como se puede ver, por ejemplo, en las obras Último día de verano (autorretrato) y Mi lado bueno.
Llama la atención su manera de componer, a veces las imágenes son muy dinámicas pero a la vez se mantienen estables, sin cabos sueltos, incluso las que aparentan ser caóticas son en el fondo ordenadas, se trata de un orden interno en el que los elementos están atados por cuerdas invisibles que los mantienen unidos. La inclinación de la cámara en ocasiones le sirve para agilizar la imagen otorgándole líneas diagonales y ángulos puntiagudos, de esa manera lo que pudiera ser una escena común trasciende la convencionalidad y se percibe bajo otro punto de vista. En otras ocasiones la imagen es centrada, como para no distraer al espectador de su contenido, esto ocurre con Mera mujer, quizás la más reivindicativa. En este caso no podrían llevarse a cabo experimentaciones formales ni composiciones atrevidas, perdería su fuerza comunicativa que -sin caer en lo literal- es muy directa, la artista ha dicho sobre esta imagen que «sugiere la posición de la mujer en el patriarcado».
Si fuésemos a definir la obra de Lidia Barbara en pocas palabras yo diría que se trata de un susurro de libertad individual. Un susurro no tiene la estridencia de un grito, pero llega más hondo, penetra más en la conciencia, encarna secretos, es íntimo. La artista es licenciada en Bellas Artes, se graduó en la Akademia im Sztuk Pięknych Eugeniusza Gepperta que Wrocławiu (Geppert Academia Eugeniusz de Bellas Artes en Wroclaw) en el año 1994 -institución que debe su nombre al gran pintor polaco Eugeniusz Geppert-, cultiva la pintura, la cerámica y la fotografía, es en este último medio expresivo donde podemos descifrar mejor sus códigos, porque suele atender a motivos que la mayoría de los fotógrafos ignoran, como un ratón muerto o un charco de agua. Veo en sus imágenes esa dimensión poética que capta el cine de Tarkovski cuando explota la belleza de lo que normalmente consideramos feo.
El dramatismo implícito de sus piezas, en las que un objeto común puede atestiguar un estado de ánimo, es lo que fortalece estas imágenes sin aderezos, sin adornos superfluos. Está muy lejos del esteticismo y del kitsch, porque no es una obra pretensiosa ni relampagueante. Su humanismo e intereses lo muestra con su más reciente proyecto Terapia a través del arte, talleres que materializarán su objetivo de «vivir encuentros de aprendizaje vivencial, reflexión, acción » según manifiesta la propia creadora.
La obra de Lidia Barbara Kopczynska es, sobre todo, el instintivo y orgánico reflejo de su propio desarrollo, de sus vivencias más íntimas y de sus cavilaciones; murmullo reflexivo que denota una preocupación por construir un mundo más cordial, más libre.
It is a great article of the great artist
Ya lo leeré tranquilamente,un saludo.
Me ha encantado, el artículo,la conozco personalmente y es una mujer con una especial sensibilidad, bravo Lidis
Gracias Ana!