Jesús Ravelo La alucinante y dolorosa belleza de la vida
Jesús Ravelo
La alucinante y dolorosa belleza de la vida
Una poderosa línea fecunda y certera, una composición compleja y equilibrada, en la que cada objeto ocupa exactamente el lugar que le corresponde, una textura estudiada y espontánea al mismo tiempo, una figuración contenedora de las enseñanzas de Klee sin parecerse en nada, motivos simbólicos de gran carga espiritual, Orishas alejados de todo lugar común, acabado casi industrial de la pincelada y los claroscuros, virtud de profesionalismo que provoca la venerable pregunta de ¿cómo lo hizo?, técnica sofisticada, respeto al oficio, rara producción individual e insustituible. Esta es la obra de Jesús Ravelo Odriasola (San Antonio de los Baños, 1972).
Lo siento, ya sé que no se trata de San Bedia o San Mendive, u otros grandes que encarnan el sincretismo, lo afrocubano, pero si nos olvidamos por un momento de los valores agregados de la fama y colocamos esta imagen al lado de estos monstruos encontramos una obra igualmente profunda, antropológica, con referencias a lo étnico, aunque con una técnica más depurada.
Claro, ya sabemos que la obra de arte no se hace valer únicamente a partir de los valores intrínsecos del objeto artístico, se necesita un haz de relaciones, de apreciaciones especializadas, de flamantes firmas de críticos prestigiosos, salvoconductos de poderosos curadores, apoyo institucional, distribución, galerías… fachadas que han dejado atrás la autenticidad, para no hablar de la sensibilidad, aspecto que cada día cuenta menos, desgraciadamente. Tenemos entonces que olvidar todos los mitos y desprejuiciarnos para valorar el arte de manera sincera y directa, diferenciar lo que encontramos valioso de lo que nos dijeron que debíamos encontrar valioso.
De todos modos, cuando el artista trabaja a diario, intensamente, entregado, siempre hay un poco de justicia, siempre pasa algo con lo que hace, y en el caso de esta obra, que tal vez por su sofisticada factura adquiere también valores decorativos, encuentra un lugar en aquella zona del mercado donde los compradores adquieren lo que realmente les gusta sin mirar demasiado las firmas. Así, por ese camino, poco a poco crecen los precios de estos cuadros y el creador, estimulado, expande su obra por el mundo; al final, como decía un amigo «cada artista tiene una sola historia que contar». En lugar de destacarse con premios en certámenes o ser lanzado por alguna institución, este artista es de los que progresivamente y con mucho esfuerzo ha logrado una obra contundente.
Uno de los recursos que más poder confiere a estos cuadros es la línea hundida a manera de hueco-relieve, que les da un aspecto semejante a la matriz de un grabado. Y ahora muchos pudieran decir: « ¡Ah! Pero se trata de sus valores formales, artesanales, los que aquí parecen destacar» pero ¿Acaso los aspectos formales de una obra disfrutan de una verdadera autonomía con respecto a los contenidos? La ya superada división entre contenido y forma siempre fue una ficción, el contenido lo encarna la forma. Fabricar el objeto artístico perdería sentido de otra manera, porque cuando éste resulta totalmente traducible al verbo ya no tiene por qué construirse.
La ejecución de estas obras, el proceso formal que tanto las individualiza, es lo que precisamente las carga de significado, más allá del contenido puramente representacional. No se trata de aquellos empastes espatulados de siempre ni de la aburrida chorrera de pintura expresionista, estamos en presencia de una manera de hacer que describe la personalidad del artista, riguroso y tajante, dinámico y controlado al mismo tiempo. Sus cuadros denotan la sensibilidad que puede esconderse tras una personalidad aparentemente de hierro, necesaria chapa de metal que controla un temperamento con tendencia a desbordarse, a dispararse impulsado por los nervios y encandilado ante la alucinante y dolorosa belleza de la vida. Su figuración, sus temas, aquello que podamos leer a primera vista es sólo el pretexto, el verdadero contenido está, como casi siempre, en la realización.
El título de este texto no describe, por tanto, las características externas de las pinturas de Ravelo sino lo que estas encarnan, ya no en lo representacional sino en el modo de construir su discurso estético. Este artista es ante todo iconoclasta, como el cine de Lars von Trier, las lecturas de Osho y otras fuentes de las que se nutre. Un iconoclasta rabioso, que odia todo lo falso, incómodo para todos los sistemas, que se ríe explosivamente de todo lo que no salga del corazón.
Excelentes cuadros