Entre la magia y la razón. Piero Boni
Por: Ángel Alonso
Hubo momentos en los que Ciencia y Arte fueron concebidos como términos opuestos, eran tiempos de especializaciones extremas, habíamos olvidado que durante el Renacimiento un artista como Leonardo era a la vez inventor, matemático, pintor… La exagerada especialización resulta limitadora de la propia disciplina en la que nos volquemos, pues toda investigación artística se nutre de otros conocimientos extraartísticos; ya sabemos que el submarino, antes de ser un descubrimiento científico, navegó por las alucinantes novelas de Julio Verne.
La obra de Piero Boni, artista italiano de extenso currículum, navega entre la ciencia, la pintura y la literatura. Estamos ante un creador de preocupaciones universales, elevadas, un pintor que se aleja de lo pedestre y vive inmerso en la espiritualidad que fundamenta el verdadero arte. No es frecuente encontrar un artista de esta magnitud en nuestra sociedad contemporánea que cada vez se encuentra más esclavizada por el artificio, la desinformación con apariencia de información y la industria del entretenimiento. Piero se sumerge en el campo cuántico y explora la multitud de posibilidades que este le ofrece a través de una pintura hija de su imaginación, a la que alimenta con su nivel cultural, sus conocimientos y su espiritualidad.
Hay un equilibrio entre la magia y la racionalidad, entre lo onírico y lo matemático, que se puede percibir en el uso de líneas rectas y duras junto a otras curvas y suaves abrigadas por colores apastelados y mansos. La figura humana aparece a menudo en pequeña escala, activa pero humilde ante el poder del universo y de lo desconocido. Los títulos son con frecuencia largos, descripciones literarias de la escena representada. Crea, como metáfora, un mundo paralelo en el que habitan planetas de su propia invención con características propias, leyes que los rigen, personajes que los pueblan, relojes que miden otro tiempo no uniforme, representaciones simbólicas de morfología abstracta pero cargadas de un significado oculto que quisiéramos desentrañar.
Lo natural aparece con frecuencia representado en un entorno metálico, futurista. Plantas encerradas en una prisión de líneas rectas verticales, árboles plantados matemáticamente en un árido terreno, desprovistos de hojas, uniformados, subordinados a una perspectiva casi caballera, irreal, mecanizada… Planetas reconocibles y no reconocibles, estrellas, montañas, se combinan en un alucinante paisaje que sirve de escenario a la historia representada. Porque son cuadros anecdóticos, literarios, en los que se nos intenta contar una acción que no podemos entender y que nos obliga a una segunda lectura escudriñadora.
Chirico ya sabía que los grandes espacios producen esa sensación de extrañamiento a la que se agarraron tantos surrealistas en su afán de representar el mundo de los sueños. Boni emplea ese mismo sistema para dar un efecto de inmensidad, de dilatación, se trata de escenarios en los que el tiempo es otro, en los que se respira la totalidad de la energía indivisible del universo. Esta unidad se muestra en sus tensiones espaciales, estructuras en las que el cuidadoso diseño del espacio hace que cada elemento ocupe exactamente el área y volumen adecuado, insólitos paisajes en los que el calibre del color resulta metódicamente preciso.
En una entrevista concedida al Historiador del Arte Domenico Montalto el creador ha declarado:
“Creo el arte implica conocimiento. El conocimiento a su vez crea emoción y placer poético-estético. Si mis pinturas fueran solo representaciones de un mundo que es imaginario porque está formado por reglas elegidas por el artista, tan imaginario como para superar las “metáforas” de nuestro mundo terrenal (y por lo tanto vinculadas a un mundo puramente ficticio), tendrían poco para decir a nuestras almas en términos de conocimiento.” 1
De sus palabras podemos deducir la seriedad con la que asume ese universo paralelo que refleja en sus cuadros y que considera tan real o más que el ordinario, porque se trata de un cosmos que percibe a través de una práctica artística ligada al conocimiento. Contiene su arte una mirada vigilante, una conexión con una realidad existente más allá de las apariencias.
Como parte de esta vivencia… ¿imaginaria?, sus obras recrean experiencias y acontecimientos ocurridos en dos planetas creados y asumidos como reales: Giò y Artù, astros espiritualmente más evolucionados que la Tierra, contenedores de un semblante más etéreo que el nuestro. Se trata de planetas que sitúa al otro lado de la realidad ordinaria, en un campo que atestigua la permanencia de la espiritualidad sobre las limitaciones del mundo físico. Allí la materia es menos densa, sobre todo en Artù, que es un planeta más elevado en el camino a la iluminación. Giò aún conserva algo de contaminación, síntoma que aprovecha el artista para abordar temas ecológicos a los que se siente inclinado.
Este peculiar modo de afrontar la creación artística posee, debajo de su apariencia onírica, un por ciento elevado de visión científica, ya que se basa en las más recientes investigaciones sobre cómo está constituido eso que llamamos “El Universo”. Las nuevas teorías ponen en duda, entre otras cosas, la existencia de la materia tal como la habíamos entendido, y algunos científicos han arriesgado la hipótesis de que dentro del átomo no hay más que energía e información. Lo curioso de estas nuevas tesis es que coinciden con concepciones tan antiguas como las del Kyvalión, documento del siglo XIX que sintetiza los conocimientos del Hermetismo.
Cultiva Boni el dibujo y la pintura, disciplinas que integra de manera equilibrada, pues no se sabe en la misma pieza cuándo empieza uno y cuando termina la otra. Un artista se define por tener una voz propia, individual, contundente y clara. Estas cualidades son las que primero saltan a la vista en la obra de este maestro italiano.
[1] Il “corpo sottile” della pittura, entrevista al artista por Domenico Montalto, PIERO BONI Mondi Participative (Dipinti e Disegni) . Lubrina Editore.