cubaEJEMPLAR XV

“Esto no es una pintura”

Por : Carlos Michel Fuentes

Un instante la vida. Nube de hierro que cruza ante los ojos del semiciego. Con un bastón que emerge de la tierra fecundada palpa el ancho de su brazo mientras canta para sí, -y solo para sí- con voz aguadañada, una seguidilla de nieve.

Solo un instante. La vida entre los rombos tejidos por la araña marimbera. Los que se van se quedan o a veces regresan a la grupa de un escarabajo. ¡Ja! ¿Qué es eso de una vaca volando? ¿Qué es eso de que un chivo beba vino? ¿Qué pinta un aguacate entre las olas, ensombreciendo la calva de Neptuno, al colmillo del taimado tiburón de Ducasse?

La belleza es belleza porque entornamos los ojos. Los años vividos, los días, los minutos que se pudren al polvo de los portales nos persiguen, nos dan caza para luego abandonarnos.

El pintor no es más que un niño que envejece entre sus pinceles de palo. Sus flores y sus frutos hieden a linaza y a trementina. La mosca confundida que se posa y se frota las patas es succionada por el látex del lagarto de lino. La luz de los museos es sol y es luna.

A la tierra irán a parar los huesos de estos cuadros. Animales muertos, gastados por el roce continuo con los hombres. Un totí -como siempre- de ojos de madera, cargará con la culpa.

Pero no desvariemos. Sigamos pues la corriente de este río donde todo es colorido y todo anda envuelto en un halo de melancolía pura.

Dejémonos llevar -os lo propongo-. Todo es más simple de lo que parece. La mentira no tiene espinas ni semillas, es masa limpia, un carruaje sin ruedas ni látigo.

Los actores de este circo impío -cuando cierres los ojos- aprovecharán y saltarán de cama en rama multiplicándose como decimales peces.

Es que estos son cuadros para ver con los ojos cerrados. Puñales de lana para vuestras noches frías. ¡Quien desdeñe la magia que se abstenga! Quien no crea en milagros. Quien le tema a la luz. Aventuras son. Trasiego de amores. La serenata y el réquiem tomados de la mano, recién bañados. Entalcados en polvo de estrellas rutilantes. Bordeando una y mil veces la glorieta del parque abundante. Taconeo de caballos sofocados, exhaustos.

Una cigarra inicia su vuelo, planea de ventana a ventana y viceversa. Los que se fueron quedan. Estas pinturas son recuerdos de recuerdos. Sueños de sueños. Pruebas de vida en medio de la muerte.
Hablan también de Cuba, de una Cuba gris y enmohecida (por eso brillan hasta el dolor en ellas los colores). Hablan del guajiro, de la vida en el campo (por eso son tan habaneras). De amores (por eso penas). De sexo (por eso viven en perpetua pureza sus amantes).

Lo que nos narra el pintor -pues estos cuadros son también fábulas tremendas- es nuestra propia vida, por eso nos resultan tan familiares y tan ajenos, como un déjà vu que se mira en un espejo iluminado por una vela de atrezo y de viruela.

Esto no es una pintura. Apunta el apuntador desde la concha cuando se enroscan las cortinas salvajes y el pintor nuevamente afila con su pincel la hebra toda. La fruta tiembla. Un elefante camina sobre un techo de guano. Alguien cuela café -tal vez nosotros mismos- y el recuerdo de su aroma nos desvela, nos aparta del sueño, nos advierte, nos transforma en vigías. Nos espabila de un plumazo de sangre.
El sueño de la araña entre los rombos de su tela, eso seremos: la sombra que ilumina nuestros pasos.

¿Qué trae el mar? ¿Qué arrastran sus olas?

Ofrendas de un pintor a sí mismo, sus deseos ajenos y propios, las flores que se enredan en el arrecife más espinoso, como colmillos taimados de tiburones, como la mueca inevitable del macaco.
Fragmentos de un filme inacabado. Esperanto, abducidor y algo esperpéntico. Quien no haya amado no entenderá estos cuadros, pensará que tan solo se trata de pinturas resultantes de un manojo de bocetos, de bosquejos al baño de María servidos en porcelana fina sobre manteles de hilo, tejidos por las dos negras fridas de dedos finos del ingenio. Iniciales bordadas en oro, lavanda y comino.

Mientras Cuba remolonea y los cubanos trapichean con sus antiguos sueños, Justo pinta sin parar, en caída libre; da cuerdas a un reloj sin manecillas retando a un tiempo que se extingue, con la esperanza de despertar en otro paraíso, distinto, diferente, usando las gafas del ahorcado que vive en la baraja.

Como el escorpión que no puede evitar clavar su ponzoña en el carapacho de la tortuga que le cruza el río, así viajan estas obras, convertidas en sal, atadas a su destino ineluctable. Desde el fondo de las abadías, desde el interior de las pavorosas catacumbas, desde las prietas honduras de las trincheras, desde el brillo de los arañazos y lo poblado de unas cejas. Envenenando cuanto recuerde y toque. Memorias de un Midas cuentapropista y bizco.

Ahora llueve -un palo de agua- y una niebla fría se cruza en la línea de fuego. Entre lo real y lo imaginado. La vida en un instante. Mirando al cielo. Cruzando los dedos. Descifrando el mensaje de las auras libres.

Lo que pinta el pintor desaparece. Se escucha el motor de una batidora triturando una fruta y el ladrido de un gato en el tejado.

La lluvia todo lo engulle. Al final -pues- no son estas más que pinturas acorraladas por la lluvia. Inevitables. El autor cultiva la desesperanza a puñetazos de fe sobre su mesa. Una fe gigante en sí mismo. ¿Una fe ciega?

No en balde para visitar su estudio debemos atravesar tajantes el cementerio -sin apurar el paso recomiendo- zigzagueando entre las tumbas de los ilustres difuntos, descansando entre esquelas talladas sobre el mármol y muñecos de trapo.

Prófugo cronista de su tiempo y de su espacio el pintor aguarda, oculto, paciente entre su obra silenciosa y póstuma como una tela de araña en donde se mecen millones de elefantes.

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