Ana Novella. El románico y los extraterrestres.
En la obra de Ana Novella (1968) están ocurriendo notables cambios, la artista está arribando a una etapa de madurez en la que solidifica su propuesta, en la que los contornos que definen su personalidad cristalizan y todo comienza a fraguar, algo que solo es posible cuando se trabaja intensamente. Se desprende, tras largas exploraciones, de las influencias asimiladas, de las herencias que la ayudaron a abrir su propio camino. Comienza a despegarse de Chagall, de los expresionistas alemanes y de los fauvistas franceses, andamiaje que ya no necesitará en la construcción de su edificio, de su voz, que se torna cada vez más individual y reconocible.
Los cuadros establecen un tipo de narración no convencional, no aristotélica sino más bien aleatoria, flexible y de múltiples posibilidades de lectura, algo muy parecido a lo que sucede con las representaciones románicas. Los frescos en las paredes de los interiores de las iglesias en este período histórico poseen, tal vez por su subordinación al espacio arquitectónico, una atmósfera de levedad en la que (como también ocurre en algunos de los cuadros de Ana) no se respeta la fuerza de gravedad y se pone en duda qué está de pie o de cabeza. No existe un claro orden sobre en qué dirección ha de hacerse
la lectura de las imágenes representadas, si de izquierda a derecha o de arriba hacia abajo, pues no hay que olvidar la influencia árabe del románico en España, cultura esta que ejecuta y lee su escritura de derecha a izquierda.
El título parece responder a la creencia en intervenciones alienígenas en nuestro planeta durante aquella época, algo que no resulta descabellado cuando diferenciamos las imágenes románicas (seres fantásticos alados, ángeles distorsionados y delirantes…) con la sobriedad y mesura de períodos anteriores como el Clásico o períodos posteriores donde la representación vuelve al naturalismo, donde se recupera la suavidad de la imagen que envolverá primero al Gótico y luego, bajo un pensamiento más racional, al Renacimiento.
En realidad la intención va más allá de esta interpretación sobre el pasado. La recreación de una hipotética historia antigua es un pretexto para discursar sobre el presente, relacionando lo que pudo haber acontecido allí y lo que pudiera estar sucediendo aquí y ahora. Esto no ocurre en términos reales sino metafóricos, ya que establece, mediante esta ficción, una asociación entre aquellas distorsiones exaltadas con las de la realidad actual.
Asistimos a un universo de deformaciones, y en esto desempeña un papel importante el panorama virtual en el que estamos imbuidos, pleno de noticias falsas y exageradas, de imágenes retocadas que nos hacen pasar por reales, trasiego de tergiversaciones que nos hacen dudar de la veracidad de todo lo que leemos, escuchamos y vemos.
La presencia de los extraterrestres en el Siglo XII es una metáfora que le permite a Ana sumar al carácter onírico de sus figuras (que ya estaba presente en su obra anterior) un significado nuevo, pues este adquiere una dimensión histórica por su referencia al período románico, a aquellas imágenes cuyos perfiles resultan tan fantasmagóricos como algunos de Facebook.
No obstante, la claridad de estas bases y más allá de este nuevo sustento teórico, no olvidemos que Ana Novella es una pintora mucho más intuitiva que conceptual. Siempre han existido artistas que priorizan el pensamiento y otros, igualmente significativos, que hacen prevalecer lo que sienten, que se expresan más desde el corazón que desde la mente.
Fue André Breton quien invocó, desde su manifiesto surrealista, al automatismo psíquico como proceso creativo y uno de los escritores que lo llevaron a la práctica, pero fue Joan Miró quien lo manifestó en el campo de las artes visuales mediante pinturas de composiciones aleatorias. Encarnaba los principios de este movimiento de manera mucho más interna y menos descriptiva que otros pintores surrealistas, cuyas representaciones del mundo de los sueños eran más ilustrativas, más planificadas, menos vívidas. Ana se encuentra, en este sentido, mucho más cerca del instinto que de la razón, mucho más próxima a un Miró que a un Breton, prefiere la magia a la realidad, concentra su talento en el acto de pintar y no necesita las barreras de las definiciones para expresarse.
En estos nuevos cuadros integra textos inconclusos y fotos fragmentadas. El carácter de fábula, sigue estando presente, lo percibimos en la disposición de los personajes, reparto teatral que resulta adecuado para crear historias, nunca las mismas, y no solo en la mente de diferentes espectadores, sino en diversas miradas de un mismo espectador, ya que son obras en las que no se descubre siempre lo mismo, son sensibles a reinterpretarse continuamente.
La obra de Ana Novella no nos impone una lectura obligatoria o un contenido preciso, nos lleva por un camino mucho más placentero, nos seduce a un estado de ánimo afectivo, pleno de visiones oníricas y dúctiles alucinaciones.