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El arte de las emociones

El arte de las emociones

Por: José Manuel Lucía Megías

Escritor y catedrático de Literatura de la UCM

La mano de Felipe Alarcón se mueve en forma de preguntas, de interrogantes. Va en busca de algo. Un algo que es el camino que van abriendo las líneas con que su mano llena de colores el blanco del lienzo, del muro, de la cuartilla, del papel. Felipe Alarcón es capaz de inventar un universo de posibilidades a partir de una línea que todo lo envuelve, que todo lo abarca, que todo lo descubre y que todo lo encubre al mismo tiempo. Una línea que dirige el ojo del curioso que se acerca al cuadro, al dibujo por primera vez. Y es siempre una primera vez. Una única vez. Pues la pintura de Felipe Alarcón parece que se reinventara en cada mirada: un nuevo detalle, antes no visto, ilumina ahora la obra con una nueva luz, que todo lo explica; pero al instante, un nuevo detalle te lleva a nuevos universos interpretativos, a nuevas sensaciones y emociones. Cada obra de Felipe Alarcón es una, pero es también múltiple. Cada esquina, cada centímetro, cada cara, cada gesto bien podría ser una nueva obra. El principio de una nueva lectura iconográfica. ¿De dónde procede esta magia realizada con una destreza en el dibujo y un jugueteo en el color, en la mezcla de matices y de los materiales que lo van creando? La libertad. “La libertad, querido Sancho”. Esa libertad cervantina por la que merece dar la vida es una de las claves de las lecturas, de las miradas de Felipe Alarcón en cada una de sus obras. Una libertad que permite que personajes alejados por cientos de páginas se den ahora la mano. Una libertad que construye caminos que son un laberinto, pero que siempre nos llevan al centro de la emoción. Una libertad de manos que se entrecruzan por más que los separen siglos de historia y de experiencias. Una libertad que vuelve en múltiples cada una de sus obras, que permiten multiplicar la emoción de un descubrimiento, de un gesto, de una intención, de una pregunta. Felipe Alarcón mira la vida con una sonrisa que agradece pero que no deja de indagar por el misterio que se esconde detrás de las cuadriculadas respuestas que nos han enseñado en la escuela y que se empeñan los medios de comunicación en que las convirtamos en nuestra propia voz. No hay esquinas en la obra de Felipe Alarcón. No hay aristas. No hay metas ni hay fronteras. En su obra el círculo es el paradigma de la libertad que todo lo inventa. El círculo y la línea curva. De ahí que, a veces, ante la visión continúa de una obra de Felipe Alarcón uno sienta como un mareo, como estar flotando. Y lo hace literalmente por su arte. En estos casos, se recomienda cerrar los ojos, respirar hondo y volver a abrirlos para seguir disfrutando de tanta dicha, de tantas emociones.
Nadie queda indiferente. Nadie puede quedar indiferente ante una obra de Felipe Alarcón. No se trata de trazar las líneas que dialoguen con la razón o con los libros de historia del arte. No se trata de llenar las obras de cientos de palabras que, en su explicación, terminan por agotarlas y convertirlas en fósiles. No se trata de mostrar una genialidad que solo es comprendida por quien la realiza, sin tener otro destinatario que su propio ego. Todo lo contrario. La obra de Felipe Alarcón se abre a la emoción con el corazón abierto del pincel y del lapicero, de los colores y de las líneas curvas que todo lo engloban. La obra de Felipe Alarcón es una explosión de sensaciones y de emociones que nos sorprende, divierte, entristece a un mismo tiempo. La sorpresa de su particular lectura de una realidad vivida, leída pero ahora de nuevo descubierta e inventada. La diversión de encontrar gestos y formas antes nunca relacionadas. La tristeza de una mirada que se pierde en un horizonte que nos devuelve, de golpe, a una realidad con la que siempre dialogan las obras de Felipe Alarcón. Unas obras que son sueños nacidos del arte de la emoción que nos devuelve a la vida, a nuestra vida, enriquecidos, llenos de preguntas y de interrogantes la mirada, y de sonrisas y de ganas de vivir los labios.
La obra de Felipe Alarcón se abre a la emoción con la libertad de una mirada fiel a su destino. El destino de no evitar ninguno de los interrogantes que nos ofrece la vida, dentro y fuera de la literatura, dentro y fuera del arte. La obra de Felipe Alarcón se queda grabada en las pupilas. Una obra que nos cambia la vida. Una obra que devuelve al arte su verdadera esencia, en un tiempo de silencios artísticos y de tanto ruido y ecos que no es posible distinguir los verdaderos sonidos de la vida en las frías paredes de los museos y galerías, que albergan hoy más muertos artísticos que muchos cementerios. Nada que ver con la obra de Felipe Alarcón que es un canto a la emoción, a la vida.

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Pues si algo creo que puede definir –si pudiera definirse el arte, que lo dudo- la obra de Felipe Alarcón es su deseo logrado, su voluntad de convocar al aquelarre de las emociones a quien observa su arte, a quien se acerca a sus pinturas, a sus dibujos.

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