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Cambios climáticos

Cambios climáticos

Emilio Orihuela Molina

 

Una mujer se prepara para salir muy temprano de su casa a dejar a sus dos hijos en la escuela e inmediatamente irse a trabajar. Tiene el tiempo contado y de sobra sabe que el tráfico a esas horas es siempre terrible. Al abrir la puerta de su casa y salir a la calle se asombra, al mismo tiempo que se molesta, cuando enfrenta el espectáculo frente a ella: donde antes existía una vereda, ahora un riachuelo domina el camino. No hay ni un solo lugar por donde cruzar, el agua ha llegado casi a los treinta centímetros y es de un color chocolate. Resignada, y a sabiendas de que tendrá que sortear el lodo, carga al más pequeño de los niños mientras instruye al otro para que se remangue el pantalón. Caminando por esa calle que ahora es, más bien, un canal, se aleja de su casa maldiciendo al gobierno por no hacer nada bien, a la naturaleza por hacer todo mal y, de paso, a su marido por haber comprado casa en esa zona donde ella nunca quiso vivir desde un principio.

Historias como la anterior son más comunes de lo que podríamos imaginar en una ciudad tan mal diseñada como la nuestra. Por todas partes del mundo, los cambios climatológicos hacen estragos en nuestro mundo civilizado, ocasionando pérdidas materiales y humanas. Existen ejemplos tan lejanos como en países  de Asia, donde familias enteras mueren tratando de escapar de las fuertes corrientes ocasionadas por los deslaves; en Europa, donde gente salta de autos náufragos para salvar sus vidas; o en nuestra vecina Norteamérica, donde viven millares de damnificados esperando un hogar que nunca llegará.

Y para ejemplos locales basta citar lo ocurrido, apenas hace poco, en el municipio de Valle de Chalco del Estado de México, donde decenas de familias tuvieron que desalojar sus viviendas, por orden del gobierno estatal, atreviéndose a llevar consigo puertas y ventanas por temor al saqueo. De igual manera, es común también que, ante la presencia de tales catástrofes, concluyamos que es un designio de Dios o, en el mejor de los casos, incompetencia de las autoridades por no ocuparse en hacer su trabajo. Porque la mujer que encuentra su calle convertida en canal piensa cualquier cosa, excepto que también es su culpa. Sin embargo, la responsabilidad es de todos, tanto de las grandes fábricas que contaminan el aire con gases tóxicos, como de la persona que por no querer pasear un trozo de papel o un envase de refresco, decide arrojar la basura por la ventana de su auto o del transporte público.

¿Es posible que algún día nos demos cuenta de la importancia que tiene la colaboración de todos en la conservación del ambiente? Es difícil saberlo. Pero no lo es el hecho de que en pocos años estaremos todos sufriendo las consecuencias de nuestra indiferencia e irresponsabilidad.

Emilio Orihuela Molina

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