Obras: Alexander Lecusay
Ivo tiró el libro sobre la mesa.
—¿Te ha gustado? —preguntó Alex.
—Sí, bastante.
—¿Qué te ha gustado más?—inquirió Alex, de nuevo.
—Todo —contestó Ivo, con un poco de fastidio.
—¿Todo, todo?
—Sí, repinga…, todo el jodido libro —gritó Ivo, con más fastidio.
—¿Hasta el diseño de la carátula? —volvió a insistir Alex.
—Vaya cacho de comemierda estás hecho —dijo Ivo, aplacándose y soltando una risita cómplice.
Ambos comenzaron a reír.
Ivo tomó de nuevo el libro en sus manos, corrió una silla y se sentó frente a Alex, que dibujaba en un cuaderno un bonito desnudo femenino; bueno, al menos el cuerpo, porque la cara era una especie de máscara africana, al estilo de las Señoritas de Avignon, de Picasso.
—¿Sabes? —dijo Ivo, y alzó el libro a la altura de sus ojos, mostrándole a Alex la carátula.
—¿Qué? —preguntó Alex sin levantar la vista de su dibujo. Difuminaba con el dedo índice de la mano derecha uno de los senos, y lo hacía como si en realidad estuviera acariciando una teta real, de carne; la acariciaba con una suavidad extrema.
—Al principio me pareció mala.
—¿Qué cosa?
—La carátula.
—¿Y, eso?
—Me pareció kitsch.
—Sí, y qué te hizo cambiar de opinión.
—El texto, quiero decir, los cuentos, las historias. Creo que necesitaban una carátula así, tipo Pin Up: sensualidad y vulgaridad al mismo tiempo; erotismo cincuentero a tono con el alcohol y el desarraigo.
—¡Ah, qué profundo! —dijo Alex con ironía.
Entró Ileana. Su culo respingón de negra chocó contra la silla de Ivo. Llevaba un short corto, anaranjado, un top amarillo pálido y tenis a juego con el cinturón de tela, también anaranjados. Los senos apretados bajo el top hacían recordar los torsos de las damas francesas en la época de Luís XV. Formaban unos sensuales y apetecibles montículos a punto de escapar. «Ileana es una negra bonita, pero demasiado botá pa’l solar», pensó Ivo, sin dejar de mirarle a las tetas cuando la negra se les plantó delante, a ambos, con los brazos en jarra.
—¡Qué volá! —dijo.
Ivo sabía que Alex se la estaba singando. La negra le servía de modelo y siempre que posaba para él no duraba ni dos minutos en su posición, enseguida acababan revolcándose en el camastro. Alex no tenía aguante, apenas Ileana se desnudaba ya tenía la pinga afuera y los pantalones por los tobillos.
—Aquí —dijo Alex, y comenzó a difuminar el vientre y la pelvis del dibujo con la misma suavidad de antes. Luego tomó el lápiz y continuó, con trazos ágiles, dibujando el vello púbico, como si lo peinara.
—¿Bukoswski? —dijo la negra, arrancándole el libro de la mano a Ivo. Ivo se quedó callado, esta vez mirándole fijamente a la raja, a la papaya de gruesos labios como su propia bemba de negra. Aquella ropa amarilla y naranja era como una llamarada en sus carnes prietas. «Candela» pensó Ivo—. ¿Éste no es el que siempre está de singueta con rubias y tomando güisqui?—agregó Ileana.
—Más o menos, más bien yo diría que él y su alter ego, Chinasky —contestó Alex. La miró en toda su rotundez y agregó— bebiendo y singando, como tú y yo.
—No seas fresco —dijo ella, haciéndose la ofendida y mirando de soslayo a Ivo.
—¿Lo has leído? —preguntó Ivo, dirigiéndose a Ileana, sin quitarle la vista de la raja.
—Claro, ¿qué te crees, que soy una negra inculta que sólo lee los chismes de artistas en la revista Opina? No, mi amor, yo leo cosas buenas, tengo un buen maestro…
—¿Sí, quién? —le interrumpió Alex.
—Pedro Juan, el calvo de arriba, el Bukoswki tropical. Tras una buena singueta me deja manosear su librero.
—Ya vemos —dijo Alex con malicia.
—Y me recomienda buenos autores: Houllebecq, Kerouac, Henry Miller…
—Ah, qué bien, todos muy apocados y modosos… ¡Qué coño, unos mojigatos a la hora de abordar el sexo en su literatura! Ja,ja,ja —rio Alex con ganas.
Ivo no podía apartar la vista de los labios de Ileana, de los labios de la vulva, tan perfectamente marcados en el short. Aquella papayona le estaba haciendo sudar y despertar instintos primarios.
—Qué gracioso —dijo Ileana, y le tiró el libro sobre el cuaderno de dibujo.
—Hija de puta —chilló Alex— me has hecho hacer una rayada —y levantándose, con furia simulada, se lanzó sobre la negra, cayendo ambos sobre el camastro. Ella chillaba y reía mientras él le metía mano por todas partes.
Ivo tuvo la idea de marcharse, hizo el intento de ponerse en pie y dejarlos en su juego, pero entonces vio como un portentoso seno de Ileana salió desbocado por encima del top, y como Alex comenzó a mordisquearlo y lamerlo. El instinto primario se puso en ristre, tieso como una vela. Despacio, pero seguro, se fue acercando al camastro. Alex ya le había arrancado completamente el top a Ileana y sus exuberantes senos habían quedado al descubierto. Ileana miro a Ivo y le dedicó una provocadora sonrisa, alzó la mano hacia él y lo conminó a acercarse del todo. Luego ella se irguió en el camastro como una poderosa esfinge, acabó de desnudarse y, tomándolos a ambos por la pechera de sus camisas, atrajo sus cabezas hacia cada uno de sus senos; ellos, como los cachorros humanos de Rómulo y Remo, comenzaron a chupar aquellos imponentes pezones. Ileana Luperca, madre nutricia, se dejó y dejó hacer mientras gemía y emitía ahogados y guturales aullidos de loba1. •
1._ Del libro Cicatrices y otros relatos guajiros, de Ovidio Moré, publicado por la editorial Dualidad 101 217 (2022)
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