Subvirtiendo la semántica de la presunción

Por: David Mateo

Si se llevara a cabo un inventario del quehacer pictórico, instalativo y audiovisual cubano, de los últimos 25 o 30 años, que parta de la manipulación de artificios de la publicidad o la propaganda política y comercial, para desarrollar una serie de reflexiones suspicaces sobre el contexto insular, desde lo histórico, político y social, habría que incluir con toda seguridad la obra de la artista Crisel Lo.

Al incorporarla, habría que enmendar de paso ese juicio de valor sobre el alcance, el protagonismo que han tenido sus métodos de asociación simbólica y montaje alegórico. Porque, aunque han existido otros artistas que, a partir de ese sentido de manipulación visual han logrado un mayor reconocimiento público, y su presencia resulta recurrente ya dentro de la cronología de exposiciones, estudios críticos y curatoriales; yo considero que la producción artística de Crisel Lo —con recursos técnicos muy cercanos al paisaje urbano expresionista— ha sido una de las más eficientes desde el punto de vista comunicativo, incitador, en cuanto al uso de la ironía y la parodia. Con el añadido, además, de que muchos de sus abordajes temáticos, de enfoque crítico, lograron resaltar tempranamente importantes problemáticas —casi siempre ocultadas por los medios masivos gubernamentales— que condujeron al país hasta la situación de crisis irreversible en la que hoy se encuentra. 

Crisel Lo ha venido apuntado con eficiencia, desde hace ya algún tiempo, hacia fenómenos preocupantes como la inestabilidad financiera, la promiscuidad monetaria, los trucos falsos de seducción y cosmética emprendidos desde la actividad turística, la ineficiencia económica, la impostación de valores foráneos, la falta de libertades de expresión, y la discriminación de género, entre otros.

El material iconográfico de referencia para realizar su trabajo ha sido impresionantemente abarcador. No ha habido una consigna retórica, un anuncio hiperbólico citadino, una sentencia gráfica presuntuosa, que no haya sido escudriñada hasta la saciedad por ella, y llevada hasta el plano del extrañamiento y la enunciación paradójica. Al hacerlo, ha tratado de seguir con rigor una secuencia de inventario temporal e histórico, improvisando una especie de «crónica de la altisonancia o la presunción nacional». Y no se ha quedado solo en la detección y el realce documental de la parodia gráfica, sino que se ha atrevido, incluso, a improvisar su propia versión formal y estética del concepto que refiere; creando anuncios bidimensionales y audiovisuales que ha logrado exhibir o ubicar en algunos sitios importantes del circuito galerístico y el entorno comunitario. 

Con el paso de los años he visto obras y autores dados por novedosos, excesivamente halagados por la crítica, que no han hecho otra cosa, incluso, que replicar ideas, conceptos y soluciones representativas ya desarrolladas anteriormente con mucha humildad por Crisel Lo. Con esto quiero decir que sigue pendiente una valoración más exhaustiva sobre el carácter emblemático de su trabajo visual, producido sobre todo entre los años noventa y dos mil, dentro de ese perfil de cuestionamiento, de subversión semántica y semiótica. Trabajo que describe una trayectoria de engarce y continuidad con esa vertiente artística desarticuladora desde lo propagandístico y dogmático que va de los años ochenta hasta nuestros días, y en la que se involucraron de manera espontánea también algunos nombres imprescindibles de nuestro movimiento artístico, como los de Rubén Torres Llorca, Glexis Novoa o Ciro Quintana. •

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