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BELLAS ARTES

SOMOS DIOSES Y CREAMOS COMO TALES

Por: Gregorio Vigil-Escalera / Ilustración: Letni Art

ARTÍCULO. (Versión digital)

El artista —dado que Dios ha muerto o nunca ha existido (Nietzsche)—, en cualquiera de sus obras construye el ser de sí mismo al considerarse con un atributo divino que le confiere su condición de demiurgo —principio activo del mundo—, lo cual hace que su trabajo tenga vocación de eternidad, pues el arte, desde que lo conceptuamos tal como lo conocemos, es siempre un desafío a la muerte.

Durero, en sus autorretratos, pensaba en sí mismo como Cristo, Rembrandt en su inmortalidad, Warhol en no salir de su limbo menopáusico, Beckmann en no fluctuar en la tierra sino en el infinito, Velázquez en ser el fundador de un cosmos en el que reposar y seguir pintando.
Y no solo ellos, también invocaban ese pathos beatífico Miguel Angel, Leonardo, Ingres, Klimt, Friedrich, El Greco, Turner, Cézanne, Picasso, etc. Al fin y al cabo, son los que tienen que desvelarnos los grandes misterios de la vida, a enseñar a saber enfrentarnos a la angustia de la muerte y hablarnos de los mitos.

Pero es que, además, las infinitas relaciones simbólicas que la existencia proporciona, hacen del creador el inventor de nuevos mundos visuales y realidades ignoradas hasta su intervención, como es el caso de Uccello, Tiziano, Courbet, Kandinsky, llegando incluso a ser el autor de territorios cósmicos que en Van Gogh se proyectan hacia lo eterno, en Hopper a una soledad perenne, en Morandi a un inagotable sueño, en Miró y Klee a una infancia ilimitada, en Monet a un refugio paradisíaco, en Pollock a un mito abstracto, en Goya y De Kooning a una catarsis poderosa o en Lam a una selva animista.

El creador, así, muestra un gesto desafiante, convencido de que ni el abismo podrá acabar con él, dada la naturaleza inmortal con la que está constituido y que es el blasón de su finalidad como agente de transformación a perpetuidad. •

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