Por: Ángel Alonso

HISTORIAS VISUALES

Se olvida con frecuencia que la fotografía nació imitando a la pintura. Luego los pictorialistas la emularon de forma mucho más evidente, pues trabajaban la imagen fotográfica para que esta fuese semejante a una pintura, renunciando a un porcentaje de la semejanza con la realidad que ya había logrado -y que le es inherente- tras algún tiempo de desarrollo tecnológico, tras superar la tosquedad de los primeros intentos.

Uno de los temas que la fotografía asumió desde su surgimiento fue el retrato. Actualmente hay muchos fotógrafos que, sirviéndose de los grandes adelantos tecnológicos, continúan esta tradición, pero son pocos los que logran, más allá del dominio técnico, una verdadera compenetración espiritual con sus modelos. Es esta afinidad, este componente humano que enlaza al fotógrafo y al retratado, lo que primero salta a la vista en la obra de Dadne Agustín Carbonell Fiol (1973).

Estamos ante un fotógrafo que juega con los cánones  para romperlos, su trabajo con sus modelos rebasa los esquemas de la fotografía beauty, porque al apretar el obturador capta algo que está mucho más allá de la belleza física.

No se detiene en el lenguaje publicitario sino que toma de este lo que le aporta como creador; en vez de subordinar sus habilidades a la venta de un producto utiliza como medio expresivo este tipo de fotografía para edificar un discurso propio. La cuidadosa iluminación es uno de los factores que determinan el virtuosismo que aprecia el espectador. Sus modelos están lejos de ser maniquíes, son expresivos y relatan en sus rostros la vivencia que están llevando a cabo al ser fotografiados, porque lejos de representar parecen encarnar aquello que sucede en la escena.

Hoy regálate un abrazo y perdona todo subordina con delicadeza el uso sutil del color al sentimiento que expresan las modelos; las tonalidades utilizadas, los claroscuros, afirman la confianza del abrazo, su carácter íntimo. Esta es una obra que celebra la fraternidad, las modelos parecen fundirse: sus ojos cerrados, las esbozadas sonrisas, afirman la calidez de la atmósfera presentada. Es muy diferente esta obra a otra como La conquista, por ejemplo, mucho más transgresora, en la que el muy diferente uso del color remueve otros sentimientos. El artista goza de mucha claridad en cuanto a utilizar diferentes recursos en pos de una idea determinada, se aleja de la repetición mecánica y conecta cada procedimiento a lo que quiere provocar en nosotros.

El azul de La conquista armoniza con los tatuajes de la chica que asume aquí el rol dominante. No es cualquier tono azulado sino uno preciso que envuelve a los amantes con una atmósfera de dulce veneno, de un intenso placer que juega con el sado-masoquismo desde una óptica positiva. Las manos de la chica manipulan el cuello del hombre sugiriendo la posibilidad del estrangulamiento, pero lo que tienen de amenazantes se anula ante la rendición. La entrega del que recibe la caricia de su lengua no da margen a ninguna violencia porque su aceptación  desactiva el amago de intimidación.

No hay literalidad en su discurso, más bien hay una sabrosa ambigüedad que nos intriga en vez de darnos una respuesta única. Por eso el artista nos dice:

«Creo que la magia visual está en lo delicadamente simple, la imagen que más me impacta es aquella que siempre nos dice todo sin darnos cuenta en qué idioma nos habla».

Y luego agrega:

«Me gusta contar historias visuales»1

Lo que el artista llama «delicadamente simple» se emparenta con ese axioma de las artes visuales -y de las artes en general- que tanto definen las más logradas obras: Obtener más con menos, es decir, que los recursos utilizados sean únicamente los necesarios para lograr el resultado.

Más allá de su profesionalismo como retratista y de su capacidad para agradar, lo cierto es que Dadne no pasa por alto los problemas sociales y humanos. No siempre sus retratos abordan la belleza, a veces penetran en temáticas candentes como la relación entre la pobreza y los espejismos de la abundancia. Sobre su más reciente serie, titulada Prosperidad y Evolución, ha expresado con certeza Eva María Fariña Abelenda:

«¿Acaso existe la una sin la otra? ¿Acaso pueden ellas existir sin los términos crisis y decadencia?

Una mujer que ejerce la que dicen es la profesión más antigua del universo, intentando festejar unas fechas que pueden traer tanta prosperidad como decadencia, no nos puede dejar indiferentes. No podemos hablar de prosperidad en una parte del mundo viviendo a todo tren mientras otra mayor está en una crisis, con apagones y hambre, que se perpetúa año tras año, década tras década, generación tras generación emigrada, exiliada, arrancada de sus raíces. Vemos luces, sedas, pieles, lujo, tras los que se esconden el querer y no poder, el intentar y no ser permitido, una evolución necesaria y una prosperidad equivocada. El simple hecho de sentarse a una mesa, el tener comida o ser comida, trasciende más allá de lo que esta mujer nos muestra con su actitud y pose: las apariencias son nuestros deseos más escondidos y nuestras palabras conativas hieren más sensibilidades descubiertas que felicitan vidas. Lo básico escasea, lo poseído se vuelve superfluo. 

Mientras el mundo no deja de dar vueltas y evolucionar, la prosperidad es más deseada que obtenida; derechos que llegan para otros ser ignorados o borrados de nuestras mentes tras capas de pintura e inocentes ejemplos de avances sin parangón que no son tales. Ni nos mejoran como sociedad ni hacen mejor el planeta que habitamos. Hoy vivimos el frenado a toda libertad y evolución: El rechazo y la muerte, los acontecimientos que nos han rodeado de pandemia, mentiras y atentados a la integridad humana, la decepción de un año duro, lleno de devastación, donde es imposible festejar algo de evolución y prosperidad. Esta serie fotográfica tiene mandanga: muchas lecturas, desde la de una buena resaca hasta una paz total de una realidad que hace trizas. 

La necesidad o deseo de poder celebrar el acontecimiento del año pero sin llegar a probar nunca esas uvas simbólicas, tener que frenar la rutina diaria para vivir la ilusión óptica navideña, no es más que un truco de un mago que no desea que nos preguntemos si quien nos rodea o nosotros mismos somos felices de verdad. Así que esto significa todo lo contrario, porque ahora mismo no vivimos en prosperidad. Despertemos del letargo imbuido por lo que nos rodea y evolucionemos, prosperemos de verdad».

El camino de Dadne como fotógrafo es, por lo tanto, el sendero de un artista implicado hasta la médula en los problemas sociales que le golpean. No es, como pudiéramos pensar ante sus más hedonistas fotos, alguien indiferente a lo que sucede a su alrededor. La voluptuosidad de muchas de sus fotos es un medio para transmitir algo; la elegancia de sus modelos, incluso los más agraciados, no se queda en la superficie. Después de una primera lectura, en la que somos devorados por la admiración a sus habilidades técnicas, comenzamos a recrear la historia que nos sugiere. De pronto nos sorprendemos jugando a ser guionistas, incluso poetas, pues es indiscutible el valor poético de una imagen como En lo alto de la noche, en la que la piel erizada de la modelo contrasta con la dignidad de su mirada, con la seguridad de su gesto. Las luces al fondo que delatan el espacio y la altura, la perfección de las ondulaciones de su vestido ajustado, la desnudez de su piel contra la oscuridad de la noche, la impecabilidad de su peinado… solo en esta fotografía coinciden una multitud de perfecciones que la hacen contundente.

Descansar la vista en el reposo desde su título ya apuesta por la poesía, la modelo es aquí una efigie, sus manos avanzan sobre la piedra hacia nosotros y el paisaje de fondo se funde con su abrigo. La composición, como en muchas otras fotografías de este autor, centra su atención a un lado y estabiliza el espacio con el horizonte.

Sobre una de sus más recientes obras, El insólito castigo, el artista ha declarado: «(…) todos hemos estado en muchas situaciones de castigo, obligados sin más. En situaciones donde nunca hemos querido estar, en situaciones donde nuestra ética y moral corren peligro y es ahí donde incluso en el castigo seguimos amenazados». Esta es una de esas fotos en las que la suma del talento del fotógrafo y la profesionalidad de la modelo es imprescindible. El resultado se lo debemos a ambos.

Muchos son los caminos que puede tomar la obra de Dadne Agustín Carbonell Fiol a partir de este momento y es un peligroso reto suponer su rumbo. Pienso que lo más nutritivo para él y para nosotros, como espectadores, sería que continuase en ese equilibrio que logra con un pie en la belleza y otro en la realidad. El provecho que puede sacar al glamour y a la elegancia no está reñido con sus preocupaciones sociales. Mientras menos prejuicios tengamos, mientras menos excluyentes seamos, seremos más capaces de apreciar en su totalidad la sólida madurez de esta obra fotográfica y artística. •

Simulador Digital & Kiosco

Ver versión digital en el siguiente enlace o adquirir ejemplar impreso de alta calidad en nuestro Kiosco Artepoli
Diseñado-por-Freepik para revista impresa

COMPARTE, DALE ME GUSTA, REPITE

¡ESTAMOS LISTOS!

vamos a conectar