Si estiramos demasiado la cuerda ¿Puede el Arte romperse?
Si estiramos demasiado la cuerda ¿Puede el Arte romperse?
“…toda gran obra de arte ha de ser un apocalipsis silencioso. O también, añado, la expresión de un sentimiento, de una emoción, de nuestra poderosa dimensión humana…”
Actualmente existen y nos ofrecen su presencia y coexistencia todos los géneros del arte, empezando por el clásico o tradicional hasta el contemporáneo, pasando por el moderno –aunque Danto está convencido de que el arte es eternamente el mismo-. Pero el segundo y también último en el tiempo, dada la aceleración, bastante artificial, de tendencias y movimientos, ya se está quedando obsoleto sin saber si ha agotado todas sus posibilidades.
La facilidad de su producción y difusión genera tal proliferación de falsas propuestas y compromisos que llega a confundir a menudo la superficialidad de sus códigos y ontologías con las auténticas fuentes de la creación (de tanta sesera se anuló el crear y sentir). Y es que el llamado arte contemporáneo, entre unos y otros, quedó devaluado y convertido en su mayor parte en un cabaret de refritos onanistas.
El mismo Robert Motherwell –conceptuado como moderno-, ante la obra del contemporáneo Frank Stella, comentaba que era muy interesante, pero no pintura. Y en cuanto al pop art, le causaba estupor e incomprensión la exclusión, por parte de los artistas encuadrados en esta modalidad artística, de los problemas estéticos a los que supuestamente deberían enfrentarse. Y como Motherwell, las declaraciones en el mismo sentido de unos cuantos más.
En realidad, considero que nos hemos olvidado que el arte es mucho más que eso. Como señala J. F. Martel, éste trabaja con la propia conciencia, con el material del que están hechos nuestros sueños, para concluir que toda gran obra de arte ha de ser un apocalipsis silencioso. O también, añado, la expresión de un sentimiento, de una emoción, de nuestra poderosa dimensión humana que con tantos fetiches conceptuales, mensajes críticos, prácticas y entresijos institucionales, acaban enterrados bajo un juego de “póntelo, pónselo”.
Por consiguiente, ¿qué viene ahora? ¿El arte peritoneo, el arriano, el ortodoxo, el milenarista, el visionario? Sin patronímico no hay investidura según los expertos, sea cual sea el mismo, se caracterice por sus planteamientos o ausencia de los mismos, sus elementos o bases estructurales o sus discursos metodológicos, lo esencial es la consigna proclamada en todo el mundo del arte. La buena nueva, oro puro, intenta barrer con todo lo anterior, pues se trataría de un descubrimiento que implicaría revolución y total ruptura. A menos que haya perdido o no tenga ya una dirección narrativa (Danto).
Sin embargo, hay un poso de escepticismo -compartido con mi amigo Álvaro Sánchez- que no evita el que pensemos que quedaremos huérfanos de misterio, símbolo y significado, de trascendencia y sentimiento. De una verdad, en definitiva, que es la suya, la del arte en todo tiempo y espacio.