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A veces los vínculos entre los artistas ocurren de manera misteriosa y lo que los une está muy lejos del aspecto formal de sus obras. Estamos ante tres artistas cubanos que se diferencian mucho en cuanto a lenguajes expresivos, y no obstante esas diferencias los unen lazos muy fuertes. El hecho de querer presentarse aquí, juntos, es prueba de que existe algo que los une, un nexo que trasciende los lenguajes expresivos, que no tiene una explicación obvia.
Al indagar sobre esta unión nos responde Mylene León: «Nos une pertenecer a Cuba, su cultura, su tradición y su gente. Somos seres extraordinariamente sensibles, llenos de imaginación y creatividad, que transmitimos a un lienzo en blanco la visión de lo real o lo imaginario. Vamos por la vida llenos de pasión y compromiso, disfrutando de poder enfrentarnos a nuevos retos de manera continua y batallando por conseguir nuestras metas personales. Transitamos nuestra existencia motivados en creer vivir nuestras propias creaciones, cronistas de nuestro tiempo, plasmamos mediante el arte descontento o felicidad, emocionando siempre al espectador».
El lenguaje pictórico de Mylene es diametralmente opuesto al de los otros dos artistas aquí presentes, lejos de todo academicismo, su representación tiene un alto poder expresivo y nos hace recordar aquello que decía Gauguin: «El arte no reproduce lo visible. Lo hace visible». Hay en ella mucho de naive pero también mucho de expresionista y de fauvista. De su variada paleta todo parece salir por primera y única vez; no reutiliza los mismos logros de un cuadro en muchos otros, sino que experimenta nuevamente y así produce siempre una obra nueva y fresca. Y en cada elemento que pinta se puede sentir la presencia de un sentido específico: «Cuando pongo verde, no es yerba; cuando pongo azul, no es el cielo», nos dice Matisse.
Desde que los fauves introdujeron en el arte occidental las imágenes que copiaban de las esculturas africanas y de aquellas máscaras que tanto ayudaron a Picasso a fundar el cubismo, resulta más ingenuo que la supuesta pintura ingenua segregar cualquier expresión de carácter «primitivo». Lo que llamamos naive es un componente importante de la pintura de Marc Chagall, de Paul Klee, de Jean Dubuffet y de muchos importantes artistas que definimos de otro modo. No puede haber segregación alguna ante lo naive, y la calidad expresiva de esta obra lo demuestra,
Leonel Cobo apuesta por el retrato y el paisaje, y tanto en uno como en el otro de estos géneros logra impregnar sus cuadros con su inconfundible personalidad. Caracterizar esta obra como realista sería limitar sus posibilidades, implicaría etiquetarla en base a lo que percibimos en una primera ojeada. Más allá de la primera impresión, nos damos cuenta de que se trata de paisajes cargados de dramatismo, en los que no falta la elegancia pasional que caracteriza a los herederos del romanticismo. Si recordamos ese movimiento, que se caracterizó por despertar los sentimientos pasionales del espectador, nos damos cuenta de que en estos cuadros también ocurre ese fenómeno, y acontece de manera natural, orgánica y sin pretensiones del artista.
Si observamos una obra como Perenne, por ejemplo, vemos que logra una armonía tan suave y agradable que nos seduce; es tal su eficiencia que no queremos dejar de mirar el cuadro. Lo bien puesto de su título nos remite a la persistencia del mundo natural y al mismo tiempo a su fragilidad, provoca una conmoción, un sentimiento de introspección que nos conecta con la naturaleza.
Graduado en la Academia Provincial de Artes Plásticas Eduardo Abela en San Antonio de los Baños —en la especialidad de Ilustración— y de Diseño escenográfico en la ACAA de Matanzas, su desarrollo como artista ha tenido un éxito precoz, como el premio que obtuvo en el XXII Salón Nacional de Paisaje Leopoldo Romañach realizado en la Galería Espacio 34, localizada en Varadero, Matanzas.
La tercera integrante de este texto —breve presentación de artistas de los que se debería hablar mucho más— es Pady Hill Pupo, su talento se hace evidente en el virtuosismo de sus retratos; estos van más allá de la técnica en sí porque nos trasmiten una calidez tan humana que se diferencia del fotorrealismo más convencional. Constatamos en una obra como la suya que la validez de estos recursos sigue teniendo vigencia, sobre todo cuando actúan como un medio para el discurso artístico y no como un fin en sí mismo. La artista logra una cercanía con el espectador que trasciende la habitual frialdad que encontramos en las copias mecánicas de los rancios retratos academicistas.
Los detalles de la piel en ocasiones nos asombran por la fidelidad naturalista, las miradas de sus modelos acentúan las intenciones de la artista, comunican al espectador sus sentimientos. La base fotográfica pasa a un segundo plano y se prioriza la afectuosidad, el espectador siente que conoce a la persona retratada, no le resulta ajena, y es que hay algo de doméstico en algunas de estas imágenes, aun en las que incluyen elementos de la fantasía.
A menudo realiza retratos de actores famosos, ejercicio que le mantiene entrenada con el lápiz, que desarrolla su habilidad y le permite resultados eficaces en el lienzo a la hora de realizar otras obras más complejas. Su certero trazo nos asombra; se lee en él una seguridad en sí misma y una transparencia que no necesita explicaciones. Se mantiene alejada de las pretensiones pseudoartísticas que abundan en los discursos de la mayoría de los artistas de su tiempo. No le interesa conceptualizar ni demostrar ninguna tesis compleja, simplemente pinta y lo hace muy bien.
Es interesante que importantes espacios de exposiciones como la legendaria galería Luz y Oficios —Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño—, hayan difundido la obra de esta joven creadora. Es hora ya de comprender que la pintura al óleo sigue siendo tan representativa del arte contemporáneo como las instalaciones o el performance, es hora de dejar de ser sectarios en cuanto a lenguajes artísticos y dejar de discriminar unos en pos de otros.
Quizás lo que une a estos artistas es precisamente la naturalidad con la que realizan su trabajo, una pureza muy escasa en los tiempos que corren. Lejos de toda ampulosidad se respira en ellos honestidad y sencillez.
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