Yo pronuncio tu nombre
En las noches oscuras,
Cuando vienen los astros
A beber en la luna…
Yo pronuncio tu nombre,
En esta noche oscura
Y tu nombre me suena…
¿Qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡Si mis dedos pudieran,
Deshojar a la luna!1
La magnificencia de la Luna no nos ha permitido pasar de largo ante tanta belleza, el encanto de ese género asignado, símbolo de la fertilidad, sus mutaciones en ciclos… han desatado múltiples instintos cual conjuros de vida. Su imagen se ha retomado una y otra vez en todos los campos artísticos; la tipicidad o posibilidad de su cambio y transformación ha devenido en innumerables representaciones en el mundo de la visualidad estética, considerándose motivo para declarar estados de ánimos; júbilos, tristezas, amores y desamparos. En una cronología a saltos hemos visto una luna en La noche estrellada de Van Gogh, en La vista de Londres de Monet o en El Concierto, de Marc Chagall y en cada obra se ha reinventado esa imagen, transgresora de un sentimiento más allá de toda duda razonable. Es que en su ductilidad recae la poética de su efigie.
Cómo no retomarla, parece decir Patricia Martínez Anglada en sus andares voluntarios y libres por los predios de la pintura. Con una figuración ingenua e intimista cargada de nostalgias y alegrías, de recuerdos y vivencias concibe esta artista paisajes y personajes de una realidad mágica; su paleta múltiple de colores planos describe una herencia caribeña que enaltece con esa luz tropical. Los astros acompañan cada relato, el sol y la luna se muestran en repetidas ocasiones, pero esta última parece ser la pretenciosa, la Luna de Patricia —cuarto menguante siempre— no sabe de noches oscuras, aun cuando intenta conectarse —a que sabe dónde—. Con esa perenne sonrisa se tamiza en cada escena, en una pose serena, apacible. Pertinente acompaña en El músico, en Zorongo o se deja enlazar en el romántico abrazo de Con Juan en la Luna. Es motivo y conjunto, referencia y símbolo de intenciones explícitas de un sosegado y lírico ardid.
Es una luna privada que cierra los ojos para soñar con su nueva aparición, es esa Luna particular que no sabe de noches y días porque siempre se queda, feliz, oportuna, acertada, es esa luna personal que identifico con la amplia sonrisa de quien la coloca, para distinguir en ese lenguaje sano, llano, sin segundas lecturas, toda la grandeza que la simplicidad puede ofrecer a la vida. •
1._ Fragmentos del poema de Federico Garcia Lorca ¿Podrían mis manos hojear la luna?
vamos a conectar