La pintura de Rigo, fiereza y candidez
La pintura de Rigo, fiereza y candidez
La asimilación del expresionismo en Cuba no ha sido mimética, su resultado contiene características propias que no pudieran entenderse sin observar primero los condicionamientos que las han avalado, desde los entornos sociales hasta la geografía misma, que con sus altas temperaturas exhorta a una vida social extrovertida y dinámica.
La pintura de Rigo (José Rigoberto Rodríguez Camacho. La Habana, 1969) contiene una soltura y espontaneidad heredada de la vertiente menos complaciente del expresionismo; puede verse en sus cuadros la violencia de una pincelada tan vigorosa como la de Willem de Kooning, holandés de nacimiento pero muy norteamericano como pintor y exponente del expresionismo abstracto. El legado de este y otros pintores en la obra del artista que nos ocupa es insuficiente para caracterizar su obra; el filtro de muchos años de trabajo ha personalizado las influencias derivando en una distintiva y reconocible manera de pintar.
Quizás como balance a la agresividad del gesto, Rigo pinta figuras que suelen contener una peculiar comicidad, incluso una ternura, en la que hasta sus monstruos se convierten en seres inofensivos, en los que el efecto de la fiereza es interceptado por el humor. Es una comicidad controlada, que no cae en la caricatura, como la del Charlot de Chaplin que provoca, tras la carcajada, un sentimiento de complicidad.
No son cuadros narrativos, existe en ellos un acercamiento simbólico al lado más frágil de la existencia humana. Incluso cuando sus personajes poseen una grave profundidad psicológica, cuando la gama agrisada nos remite a la tristeza, la ternura y bondad que irradian los torna «chaplinescos», la deformidad y la consciente desproporción apelan al corazón. Así es como nos interpela, así es como nos cuestiona, provocando primero una risa mordaz para luego hacernos sentir vergüenza de nuestra actitud. Y la vergüenza llega con la identificación, pues nos damos cuenta de que estamos allí, que una parte de nosotros es como esa gente que ha pintado, o que en algún momento de nuestras vidas nos hemos sentido así.
El acercamiento al Expresionismo no tuvo en Cuba un vínculo directo con las causas que dieron lugar al nacimiento de este movimiento en Europa, ni con la tragedia de la posguerra ni con el desesperado grito de Edvard Munch. Con excepción de unos pocos, como Fidelio Ponce de León (1895-1949) o Antonia Eiríz (1929-1995), más centrados en el dramatismo y el dolor, la mayoría de nuestros pintores influidos por esta corriente se enfocaron en la sensualidad de la pincelada y la festividad del color, características que pueden apreciarse en cuadros de Carlos Enríquez (1900-1957) o Eduardo Abela (1889-1965), este último de marcada intención humorística.
La obra de Rigo se mueve entre ambos caminos: lo dramático está presente en sus atmósferas de tonalidades grisáceas (a menudo polarizadas con brillantes trazos), en la desnudez de la línea, en la visceral pincelada… mientras que lo humorístico destaca en lo representacional, en los personajes mismos, en lo que son más allá del tratamiento formal con que se han construido.
En la serie Cabezas esto se hace notable, pues cualquier fragmento de estos rostros, si se aislara, sería un cuadro totalmente abstracto; nunca reconoceríamos un ojo separado del conjunto. A menudo, sus figuras se componen de cabeza y piernas obviando torso y brazos, o se resuelve bajo un mismo gesto una mano y un pie, o un ojo y una oreja, injertos que obedecen a una lógica compositiva que, por sutil, escapa a la comprensión de un espectador que no sea agudo en su apreciación. Esta frecuente mirada equívoca, que mira y no alcanza a ver, confunde con “deformidad” la tensión espacial que el artista resuelve entre un círculo-ojo y un trazo horizontal-boca, o entre una escalera-nariz y una serpentina-mano.
La supuesta incongruencia solo existe si se mide con el rasero naturalista, pero la estructura interna, la proporción entre las grandes masas de color y el ritmo que conciertan las líneas, demuestran que no son figuras amorfas, sino muy bien proporcionadas en este otro sentido, que no obedece al canon de la figura humana pero sí al de la pintura, entendida esta como una combinación de elementos armónicos, como una sinfonía que es quien verdaderamente trasmite, a nivel sensorial, la profundidad psicológica que encontramos en sus figuras.
Visto así la figura es el pretexto y la construcción sistémica de las formas es el verdadero texto, para entender el triángulo que hace de nariz hay que ver dónde está dentro del espacio del cuadro, hay que ver su función como mancha (precisa en un sitio y en relación con otras manchas) y solo así sabremos su significado como nariz.
Nunca he visto a Rigo teorizar sobre su obra ni hablar de intenciones conceptuales o deseos de comunicar algo en específico. El didactismo está fuera de sus pretensiones, confía en otro camino: mantener la inocencia y la pureza. Sin negar el racionalismo de las últimas décadas y todo lo interesante que puedan ser otros lenguajes más conscientes, lo cierto es que resulta saludable contar con artistas que conservan este modo de mirar descontaminado, como el de un niño que, por ingenuo, puede ver más allá de las apariencias.