Hay un momento de la carrera de un artista en el que toda su investigación fragua en una obra redonda y contundente. Luego de experimentar y obtener logros en diversas direcciones, los resultados le sorprenden con la satisfacción de una pieza o varias que sintetiza o sintetizan lo que tanto tiempo anduvo buscando. La serie El infierno, de Dadne Agustín Carbonell Fiol (1973) cristaliza toda una etapa de su trabajo, resume y materializa las intenciones que ya manifestaba en series anteriores.
El artista no elige ese momento, y tampoco obedece a una lógica simple con relación a las horas trabajadas; en la creación artística no hay garantías. Joseph Kosuth nunca superó su One and Three Chairs (Una y tres sillas), obra que dio inicio al conceptualismo, aunque luego trabajó con más madurez, aquella pieza de su juventud fue su mayor aporte a la Historia del Arte. Rafael Sanzio fue otro ejemplo de precocidad mientras que Vincent van Gogh empezó a dibujar con 27 años. Si el tiempo de trabajo fuese una garantía entonces no tuviésemos ejemplos como estos. Al parecer no se trata de tiempo, sino de intensidad.
Dadne Agustín ha desarrollado en su fotografía un camino cada vez más propio, y ahora, misteriosamente, logra lo que es —en su opinión—la serie más madura que ha realizado. Y podemos ver con claridad que este logro no obedece únicamente al aspecto formal sino a la fortaleza contenidista de las imágenes y su muy elevado —y sobre todo nada panfletario— compromiso social.
El artista se opone a lo binario y a cualquier forma de segregación. Aquí se aplica la Ley de la unidad y lucha de contrarios, aseveración de que todo lleva implícito contradicciones internas, pero que las mismas son la fuente del proceso de desarrollo. Armonizar el blanco con el negro, en un delicioso y a la vez lúgubre ambiente de sedas y elegancia, parece hablarnos de la unidad dinámica que existe entre los opuestos y que caracteriza la dialéctica.
Lo andrógino de sus modelos aporta a su obra la belleza exótica que los caracteriza y contribuye a la intención del fotógrafo con respecto a armonizar los polos opuestos. Es de destacar también que no estamos ante cuerpos musculosos y «perfectos» salidos de un gimnasio; son cuerpos hermosos por su individualidad y por estar lejos de lo que los cánones exigen.
Es de enorme importancia en esta serie la textura de las superficies, el claroscuro de los fondos que nos remite a la pintura tenebrista. Hay algo aquí de aquel dramatismo que aplicaba Caravaggio en sus tonalidades sienas de clave oscura. Aquel importante artista también observaba de cerca sus modelos y combinaba el uso de fuertes rayos de luz con sombras por momentos cortantes, por momentos suaves. La gama de colores utilizada en estas fotografías también recuerda a artistas como él o José de Ribera. Dadne, como estos y otros maestros de la pintura, sabe encontrar la belleza donde la sociedad solo ve fealdad, sabe encontrar el Paraíso donde la sociedad solo ve el Infierno.
Pero… ¿de qué hablamos exactamente cuando nos referimos a armonizar lo que la sociedad considera «polos opuestos»? Las enseñanzas de El Kybalion pueden sernos útiles en este caso para comprender estas fotografías en las que el modelo blanco y el negro se funden entre telas de sedas y establecen una dinámica continuidad entre sus cuerpos. El enigmático libro, atribuido a William Walker Atkinson1 pero firmado por «Tres Iniciados», nos dice: «(…) los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son medias verdades, todas las paradojas pueden reconciliarse».
En estas fotos se establece este principio sobre la polaridad que manifiesta que existe una continuidad entre un polo y otro, se cuestiona la condición de opuestos, se relativiza lo binario. De nuevo el sabio libro lo corrobora: «¿Dónde termina la oscuridad y dónde empieza la luz? ¿Cuál es la diferencia entre grande y pequeño? ¿Cuál entre duro y blando? ¿Cuál entre blanco y negro? ¿Cuál entre alto y bajo? ¿Cuál entre positivo y negativo?».
Apasionado de la luz y con un sentido pictórico de la fotografía, la autoexigencia de este artista, su profesionalismo, le obligan a cuidar de la imagen hasta el punto de evitar cualquier alteración que la diferencie de cómo fue creada, tarea cada vez más difícil en un mundo de inexactitudes, de pantallas de diferente calidad, de monitores calibrados de diversa manera, de probables tergiversaciones en las tintas de las imprentas… Dadne ama cada detalle de sus fotos, cada tonalidad, porque sabe que el contenido lo encarna la forma y que su discurso solo será recepcionado si la reproducción de sus claroscuros es exacta, si su gama de color es percibida tal como él la concibió.
El infierno solidifica la carrera de este artista y al mismo tiempo lo lleva a una encrucijada, pues esto es lo que ocurre cuando llegamos a la cima de una montaña. Dadne Agustín Carbonell Fiol está ante un reto: sabe que de seguir caminando bajaría por el otro lado de la montaña; ya sus pies no le alcanzan, ahora deberá remontar vuelo. Será la única forma de superar el nivel alcanzado en esta serie. •
William Walker Atkinson (Baltimore, Maryland, 5 de diciembre de 1862 – Los Ángeles, California, 22 de noviembre de 1932) fue un abogado, comerciante, editor, escritor, ocultista y pionero estadounidense del movimiento Nuevo Pensamiento. También es conocido por haber sido el autor de las obras seudónimas atribuidas a Theron Q. Dumont, Magus Incognito y Yogui Ramacharaka. Se considera, por su estilo, que es el autor del Kybalion, publicado en la primera década del siglo XX. (https://es.wikipedia.org/wiki/William_Walker_Atkinson)
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