Bellas artes
Caminos que se entrecruzan. Encrucijada, trampa o torsión secular. Esferas que flotan, embelesan, hipnotizan al atrevido que sigue sus giros. Un paisaje como concepto de la cubanidad, sin tropicalismo apabullante.
Reflexión inusitada ante los colores nada serviles de nuestros campos. Entre todo el marasmo, las palmas, esas mismas palmas, símbolos y signos de un discurso pictórico nada banal, nada caprichoso, nada suspicaz. En todo caso seríamos nosotros los que armados de sutilezas nos sentiríamos atrapados en las redes que quisimos tender al prójimo y se nos levantó como una ventisca sobre nuestras cabezas para atraparnos en las gracias y desgracias del tiempo real de fin de siglo.
La turbulencia en el cielo de fondo, todo se mueve, todo gira. Una atmósfera surreal nos crea la obra de Ulises Bretaña, pintor de formación autodidacta y de trayectoria sostenida por una creación que ha invadido con su espíritu las galerías y el mercado.
Premiado en muchos certámenes, Ulises nos hace mirar a un mundo destinado al recuento de los subliminales misterios del paisaje, a la maravilla de la metáfora en los códigos referenciales de un mundo caro, pero hostil. Y cuando se decide a incluir figuras humanas se jacta de no menospreciar al ser, aunque los suyos se mueven entre lo perdido e inacabado de la existencia y la realidad nada complaciente de nuestro hábitat. Esa suerte de ironía trágica, me recuerda las obras escritas por los antiguos griegos.
La intranquilidad del espíritu del pintor por volcar en el lienzo lo que le dicta su conciencia es, por qué no, el intento de punzar sin lacerar, de abrir brechas sin trampas, de juzgar sin sobornar.
Si de pronto me viera en la necesidad de definir el proceso a través del cual se engendran las obras de este artista diría que son el resultado de la pura actividad y dependen en gran medida del planteamiento de una cosmogonía agreste, llena de accidentes; se forma de un conjunto de cualidades diferentes, de conveniencias y de la convivencia secreta con el miedo al Apocalipsis. Cuando falta una de estas condiciones, de hecho imprescindibles, la obra no existe, o es imperfecta o se le niega su identidad.
En ese gesto está la metáfora, la inclinación a una comunión surreal, sin explicaciones causales, y con la ductilidad de las cerdas del pincel.
Usher y Bretaña o temas del mundo y la provincia
En la obra en expansión de Carlos Ulises Bretaña Hevia (Pinar del Río, 1957) creo intuir dos temáticas que se imbrican pero a ratos se repelen, complementándose: la lúcida asunción de un cosmopolitismo martiano, aledaño de la repulsa hacia la aldea (no la global, entiéndase, en estos trazos hay mucha susceptibilidad on-line), y una bien asimilada provincia, patrimonio y fuente de ciertas figuraciones que ya le van definiendo un estilo de contar y así ofrece cabida en sus telas a personajes que refunden los arquetipos de cualquier villa o conglomerado social más o menos reducido, un simple viandante, un loco pacífico, un infante que no es terrible ni literario sino ecologista y hurta razones a lo ontológico para valerse de criaturas no pensantes o humanoides con los que abrir diversas brechas discursivas, nuevas, totalmente relevantes…
(…) arte que pretende la denuncia o a lo sumo una rama de árbol que nació torcido, y sin embargo tal proyecto se queda en lo que desde siempre estuvo en su ambición original: la belleza. Y, por supuesto, también la extrema belleza del espectáculo de Usher y la casa poseída o fragmentada, una casa que el maestro Ulises coloca en la colina, una colina tutelar y a secas, aridez que habremos de asperjar corriéndola de Poe a Bradbury, de Hieronymus Bosch hasta Eiriz, en una suerte de mágica cadena de superposiciones en la que conviven la armonía y el delirio, lo grotesco y lo trágico, lo sensual y lo expresivo. Por si fuera poco, el artista tiene su arca, insisto en la declaratoria anterior, quizás demasiado solemne, que le define una actitud ante su obra, aunque ahora sí adjetivada, y en ella, en el arca acotada o tal vez marcada con trazo excesivo como isla, regresamos a un punto de partida, mejor a una meta, con la seguridad de lo transcurrido, nunca la desazón de haber puesto en funcionamiento un mecanismo hacia delante que es necesario parodiar (El Beso de Gustav y el maestro y la Guantanamera ) para poder aprehenderlo. Y entre un punto y otro de esta geografía, que ya sabemos mano sobre mano, cabrá una línea o la paloma del arca, pero igualmente el orbe o la provincia.
Juan Ramón de la Portilla
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