ARTE DE ROSAS CON ESPINAS

Escucho al artista confesarme que su verdadera sustancia vive en el sueño y es sombra de sí mismo. Pero al huir, conmocionado, por esta revelación, me encuentro con Van Velde, el cual exclama:

«¡Pinto mi miseria! La pintura es el hombre ante su derrumbamiento, por eso pinto la imposibilidad de pintar. La vida es líquida».

De ser así, a través del deseo y la decadencia, el creador se enfrenta a la muerte subconscientemente como una nueva forma enérgica y profunda a la que amar apasionadamente una vez difunto. Se me viene de golpe el título: La pasión de los muertos es el arte.

Si le diéramos vueltas a estas observaciones precedentes, a lo mejor nos inclinaríamos por hacer caso a Fichte para quedarnos anclados en la fase del espejo y conseguir hacer depender nuestra identidad de las imágenes externas, con el fin de huir de nuestra libertad existencial.

O también nos sirve de creencia incontrovertible la personificación del mito, con el que contamos para no ser rebasados en el medio artístico por una tecnología que ya se está aplicando a la práctica del mismo.

Algunos querríamos vivir con el artista otra vida imaginaria que nos permita esperar con claridad y luminosos pensamientos el que nuestra alma, como asegura Platón, pueda volver al sitio de donde vino después de pasar diez mil años.

Poseeríamos así ese arte que nos haría vivir renovadas formas de pensar, imaginar y percibir en nuestro encuentro con él, a pesar de que no seamos desafortunadamente eternos y sin que nuestro llamamiento a la forma manifieste la pulsión de superar el carácter efímero, caduco y perecedero de la vida.∙