En la paleta de Daniel Luis Solana Rivera (1965) proliferan las mezclas con el blanco, abundan los tonos apastelados y la variedad de matices. Parece querer hacernos vivir su proceso creativo, pues en la construcción de sus figuras queda al desnudo el movimiento de la pincelada. Esto nos da una sensación de cercanía con el artista, nos hace respirar un clima de intimidad, como si al pintar nos estuviera confesando algo.
Y tal vez sea eso, puede que el acto de pintar sea para él como una confesión, por eso en una misma imagen enlaza lo personal con lo divino, lo familiar con lo fantástico. Así, lo que sus cuadros tienen de autorretrato no deja fuera su paisaje físico y espiritual, pues un libro, un gato o un ángel, pueden convivir junto a la torre de una iglesia o el mar, ese mar tan cotidiano para él, ese mar con el que convive.
El mar -Daniel lo sabe- es bueno para la mente, ayuda a soportar casi cualquier cosa, nos llena de paz, nos protege, nos libera… y así es su pintura, una obra al mismo tiempo muy interna y muy libre de amarguras. Es una pintura natural, coherente, sin artificios… porque su autor no pone una pincelada extra ni un color que no sea necesario. No es que se lo plantee desde un punto de vista intelectual sino que le sale así, y la respuesta es muy sencilla: no tiene ningún motivo para ir más allá de lo estrictamente necesario, no tiene ninguna necesidad de pintar algo que no le salga del corazón.
Y como se trata de un corazón en el que no hay espacio para el odio, de una mano que no pretende lucirse ante nadie y de un cerebro libre de túneles y laberintos, esta combinación nos da una obra preciosa, sin perfeccionismos enfermizos. Recuerdo aquella frase de Rufo Caballero sobre la película Te llamarás Inocencia (1988), de Teresa Ordoqui: «No es una película perfecta, pero es una película preciosa». Así veo la obra de este artista, de la que emana una belleza espiritual ajena a cualquier canon, a cualquier ideal de perfección.
Un cuadro como We Rock!, por ejemplo, recrea sus discos favoritos, rememora la calidez de aquellos tiempos en los que al decir de Fito Páez «estaban altas las defensas, no se comía tanta mierda»; y es que en los 80 todavía se respiraba la atmósfera soñadora de los 60, no había llegado aún esa indiferencia al espíritu que redujo el acto de bailar a una acción mecánica y exhibicionista. Muchos nos identificamos con este cuadro porque va más allá del autorretrato, más bien refleja el sentimiento de toda una generación.
En un cuadro como Bodas de plata el artista nos confiesa su triunfo verdadero, pues nada puede superar la realización en la vida personal, familiar y amorosa. Es curioso como siendo un estilo hasta cierto punto naive, logra un extraordinario parecido físico con las personas que retrata. Cuando pinta a su esposa Sandra Dooley -destacada artista- la refleja con mucha eficacia, no solo logra la semejanza externa, sino la amable y tranquila expresión de su rostro.
Controla con profesionalidad su paleta al representar las figuras de los animales domésticos con quienes también comparte su vida. Yuri es un cuadro realmente hermoso, se destaca en él la mirada del animal, que parece dialogar con el espectador.
Su autorretrato Fortaleza es ingenioso y de gran actualidad, de un lado está la protección (la mascarilla) y del otro la creación (el pincel); sus manos sostienen este balance. Si somos creativos y al mismo tiempo nos protegemos, no pereceremos. Aquí la fortaleza es la salud mental, una mente creativa vence los límites, los confinamientos, los encierros… Cuando muchos enloquecen por no poder llevar una vida «normal», el que sea creativo siempre encontrará un camino.
Daniel Solana es uno de esos raros artistas libres del ego, publica en su página de Facebook más cuadros de su esposa que suyos. No se circunscribe solo a lo figurativo sino que también explora el mundo de la abstracción, investiga las armonías, hace uso de los salpicados, de los chorreados… pero lo que más destaca en su trabajo es la profundidad psicológica de sus retratos y autorretratos. El artista ama la naturaleza, la sencillez, el mar, la familia, el sosiego… Y va sin prisa, va con la sabiduría de quien no necesita de la prisa. •
vamos a conectar