Provocar, sacudir, interpelar
Provocar, sacudir, interpelar
La obra de Jorge Luis Legrá
Por: Ángel Alonso
Es curioso que a más de 100 años del surgimiento del Expresionismo numerosos artistas contemporáneos continúen el rumbo que abrió este movimiento; sería interesante realizar una investigación a fondo sobre su vigencia, es posible que encontremos algunas respuestas si observamos las condiciones que lo generaron y su similitud con las actuales, momentos históricos ambos en los que el miedo toma protagonismo, en los que las personas se sienten amenazadas por acontecimientos que no pueden controlar en el ámbito personal, como las guerras o los atentados. Caracterizada como pesimista, esta tendencia expresaba la frustración de sus autores frente a la vida, porque se supone que para que exista el expresionismo tiene que haber angustia; no es habitual encontrar un expresionismo “feliz”.
Jorge Luis Legrá (La Habana, 1964) es, paradójicamente, el pintor expresionista más feliz que conozco, los espectadores imaginan tras sus cuadros un autor de ceño fruncido, despojado de sonrisas y atormentado, como en esas representaciones cinematográficas de los genios a las que nos ha acostumbrado Hollywood.
Estamos ante un artista que sorprende por su manera de interceptar lenguajes, por su habilidad de reinterpretar códigos. El dripping, un recurso que en Pollock tiene más de geométrico de lo que parece -por su condición rítmica, repetitiva, fractal- aporta agresividad a sus figuras. Se trata de una obra osada, no solo ajena a cualquier propósito de complacer al espectador sino intencionalmente molesta. Porque existe un tipo de comunicación con el espectador que se establece a partir del rechazo. Lo feo, lo desagradable, ha penetrado profundamente en el arte, alterando aquella categoría estética que le suponía como una construcción de acuerdo con las leyes de la belleza, concepto académico fabricado para definir la creación artística. En oposición al orden, a la mesura y a la simetría, los artistas han encontrado belleza también en lo que convencionalmente se considera feo.
Por este camino, Legrá establece una analogía entre la fealdad y la crueldad. Temas como el maltrato familiar, el abuso del poder o la superioridad clasista, son abordados a través de una gestualidad sin poses, en la que la brocha cargada de pintura chorrea intensamente, descubriendo la fuerza de los trazos y sin cálculos para que salga “bonito” en el diseño del cuadro, esto es: caótico, barroco y sin intenciones de agradar.
En la exposición colectiva “El Sentiment De La Urgència” (Calaf 2017) una espectadora se estremecía ante un cuadro de Legrá, se trataba de la obra “Violencia doméstica”, la pieza le impresionaba por su fuerza, por el horror que allí veía, por eso se sorprendió tanto cuando conoció al autor, una persona sencilla, alejada de los egos enfermizos de muchos artistas, que no deja de sonreír e irradia bondad, que juega softball y para colmo es… ¡Orfebre! ¿Cómo? ¿El mismo que pinta esos monstruos hace joyas? Sí, y su proyecto de grado en la Academia de Arte “San Alejandro” fue precisamente joyería de autor, por eso siempre dice que es un pintor que hace joyas. También hace grabados, instalaciones y esculturas que son menos agresivas que su pintura, pero igual de reflexivas y provocadoras. No se circunscribe a una sola actividad artística ni se encasilla en un estilo único, es contradictorio porque es ancho, va por la vida incluyendo en vez de rechazando, como decía Whitman de sí mismo en su poema Leaves of grass: “Soy amplio, contengo multitudes”.
Legrá rompe con los prejuicios sobre la supuesta personalidad apesadumbrada del pintor expresionista, él toma la pintura como un desahogo, como una expansión de libertad individual, como una expresión de sus sentimientos, pero no tiene nada que ver con el personaje que nos han montado sobre el artista bohemio, enloquecido y embriagado, al que habría que perdonarle todas las majaderías por su condición de genio. Legrá es un artista pero no le interesa aparentarlo. Y es que a un verdadero artista no le interesa parecerlo.
No es indiferente a los problemas sociales que le rodean, por eso parodia lo que le parece ridículo, ejemplo de esto es su serie “Crisis de Las Meninas”, interpretación humorística de las de Velázquez. En sus grabados suelen aparecer escaleras, pues ha crecido rodeado de ellas y simbolizan el esfuerzo, la necesidad de ascender a un peldaño superior en la escala de los sueños, porque la utopía es inherente al ser humano. Legrá creció en un medio lleno de precariedades, de dificultades, pero en el que la voluntad por lograr quimeras tomaba un gran protagonismo. En su obra está presente esa formación, bagaje cultural que conlleva a una autoexigencia: la concepción de que el arte es algo que debe provocar, sacudir, interpelar…por encima de cualquier otro objetivo.
Ahora, en este contexto geográfico, inmerso en el “primer mundo”, le cuesta estar rodeado de tanta indiferencia, de tanta debilidad, de la recepción de la obra de arte como objeto decorativo, mudo, blandengue. La desbordante pasión de su trazo destaca entre tanta gestualidad estudiada, medida, impostada… No hay píldora dorada ni prestidigitación, no hay remilgos, no hay música de fondo en su película. No es el nuevo Lars von Trier sino aquel de Dogma 95, no es un Spielberg sino un Tarantino, mezclado con “Sangre, sudor y lágrimas”, esa frase tan pronunciada que da nombre a una banda de Jazz-rock.
Irreverente y reflexivo, desordenado y coherente al mismo tiempo, Jorge Luis Legrá va edificando una obra que nos remueve, que nos hace recapacitar sobre este viaje saturado de violencia, pero también de belleza, que llamamos vida.