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EN PORTADA

Victor Alexis Puig

«Pues la belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente desdeña destrozarnos.

Todo ángel es terrible». 

Rainer Maria Rilke

Por: Redacción

ARTÍCULO. (Versión digital)

En la tradición occidental, el concepto de belleza se ha asociado históricamente con el equilibrio, la simetría y la placidez, pero a través del desarrollo de las vanguardias artísticas del siglo XX estos cánones han sido cuestionados; muchos movimientos han afirmado esa otra belleza ignorada, disonante, que nace de la manifestación de sentimientos humanos como el miedo, la rabia o la indignación.

Lo primero que sentimos al acercarnos a la obra de Victor Alexis Puig (La Habana, Cuba, 1966) es su fortaleza visceral, que interpela al espectador desde una frontalidad salvaje. Él logra re-actualizar la herencia expresionista desde una paleta ardiente, y lo hace con una agresividad que va más allá de lo ya socialmente aceptado. No estamos ante la pincelada suelta de los expresionistas alemanes, ni siquiera frente a la crudeza —todavía cuidadosa— de Francis Bacon; se trata de un riesgo mucho mayor, porque el artista se atreve a molestar incluso a los que ya habían aceptado los excesos de la transvanguardia italiana. Aquí la belleza se manifiesta en la distorsión, la crudeza y la intensidad emocional llevada a ese límite, esa frontera que nos demuestra que lo hermoso puede residir en lo que socialmente se considera feo. Puig nos recuerda que la belleza también puede estar en lo terrible, como afirmaba Rainer Maria Rilke.

Especialmente en su obra No, las pesadillas no pasan, que hoy ostenta nuestra portada, Puig nos enfrenta a un rostro deformado y casi al borde del grito, que con ojos desorbitados, boca entreabierta, dentadura expuesta y una piel dividida en campos cromáticos irreconciliables; logra una extraña armonía en la que habita una belleza intensa, desbordada, abrumadora. La pincelada de Puig no acaricia ni halaga, por el contrario agrede, se interrumpe, se tensa; es precisamente en esa violencia donde se encuentra la clave de su fuerza expresiva.

Conceptualmente, el rostro que asoma ocupando casi la totalidad del lienzo puede leerse como un símbolo de identidad en crisis, un cuerpo fragmentado por experiencias interiores, psicológicamente demoledoras. El título del cuadro sugiere una persistencia del trauma, una huella que no se borra, que sigue vibrando bajo la piel, como lo hacen las capas superpuestas del pigmento utilizado. Porque el color en esta pieza es de una carga simbólica y emocional que no pretende agradar, sino comunicar, se convierte en un grito de desgarro emocional. Los verdes ácidos, los rojos encendidos, los violetas densos y los trazos oscuros que se infiltran como sombra o amenaza, remiten a estados anímicos extremos: miedo, furia, desasosiego. 

El rostro aislado, monumental, funciona como ícono del sujeto contemporáneo, atrapado entre sus cualidades humanas y su distorsión simbólica; su piel es una superficie fracturada, casi cartográfica, donde se trazan rutas de dolor o resistencia. La obra de Puig interroga los límites entre belleza y perturbación, entre figura y abismo, recordándonos que el arte sigue siendo uno de los espacios más fértiles para el pronunciamiento de la verdad.

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