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ascenso espiritual
Renacer / Óleo sobre lienzo / 91,44 × 76,2 cm / 2020

Bellas Artes

Los paisajes imaginados de Sergio Rodríguez Alfonso

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Por: Ángel Alonso

«El arte no reproduce aquello que es visible
sino que hace visible aquello que no siempre lo es».
Paul Klee

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¡La luz! Eso es lo primero que salta a la vista en la obra de Sergio Rodríguez Alfonso (San José de las Lajas, Cuba, 1983). No puede ignorarse que es el tratamiento de la luz en sus paisajes lo que más condiciona nuestra lectura. Son unos vastos espacios salvajes que nos atrapan por la psicodelia del color y por lo que despiertan en nuestra imaginación, enriqueciéndola.

Los títulos actúan como brújulas en el camino para desentrañar los misterios que nos propone. El poder de la fuerza, por ejemplo, es un cuadro en el que recurre a la capacidad simbólica de la espiral, para guiar hacia el centro el recorrido de nuestra mirada.

Aunque no se sabe exactamente de donde proviene, en la mayoría de las tradiciones antiguas la espiral encarna la evolución, el movimiento del universo, la creación y su desarrollo. Pero la misma tiende a ser reversible, puede verse como algo en expansión (partiendo de su centro) o también en el sentido inverso, de contracción, de afuera hacia adentro. Si en el paisaje natural los torbellinos levantan con fuerza los árboles, en el paisaje fantástico de Sergio esta espiral adquiere la connotación espiritual de un rabo de nube, de «un barredor de tristezas» como dice una vieja canción. Este cuadro posee un nivel simbólico capaz de resumir, en una sola imagen, una enorme cantidad de ideas humanas relacionadas al mismo tiempo con la ciencia y con lo divino. En el cuadro la espiral está construida por aguas marinas ¿Se trata acaso de un ascenso espiritual?

Renacer es otro de sus cuadros que parece atender al crecimiento espiritual, se trata de un paisaje muy atractivo en el que la iluminación es aún más protagónica, la misma estalla en el horizonte como un amanecer esperanzador. El ser humano es el sujeto omitido de sus paisajes, no aparece pintado pero está, se siente entregado a la inmensidad, aceptando que somos parte de un todo, que somos moléculas dentro de un gran organismo.

La herencia de cierta zona del surrealismo ha dado a Sergio ciertos recursos visuales, pero no cabe duda de que actualmente sus obras poseen la individualidad a la que aspira todo creador auténtico. Y eso ha sido gracias a su mirada introspectiva. El artista no se apoya en ningún paisaje externo; atiende a su interior. Por eso mantiene y desarrolla un estilo muy propio en el que refleja ambientes imaginados que él mismo manifiesta que no sabe de donde provienen: «Ni yo mismo sé de dónde salen —nos dice—, no sé si son de antes o después del surgimiento de esta humanidad, no sé si son en este mundo o en uno nunca antes visto, o no sé si ese mundo solo está en mi mente».

Esta pureza, esta posición humilde ante el conocimiento del origen de sus propios paisajes fantásticos, esta sabiduría que nos recuerda a Sócrates —«Solo sé que no sé nada»—, es la misma que nos trasmiten sus cuadros. La intensidad de las luces, la brillantez del color, el esplendor con el que se manifiestan estos maravillosos espacios, dan cuenta de la armonía del universo. Sergio nos está haciendo ver aquello que existe y no vemos por estar demasiado implicados en nuestras pequeñas vidas, por estar demasiado engañados con nuestras individualidades, ignorando que somos parte de una verdad inmensa y absoluta.

El artista se graduó en la Escuela de Artesanía Tomas David Rollo Valdés, en Batabanó, allí aprendió las técnicas de la cerámica, la talla en madera, el papel maché… Comenzó su carrera dando clases de dibujo a niños pequeños en su pueblo, cursó un año en la Escuela de Instructores de Arte de San Antonio de los Baños, no llegó a graduarse sino que siguió su propio camino y en el 2017, luego de un año de emigrar a los Estados Unidos, comienza a exponer en varias galerías de Miami.

No es extraño que sus cuadros agraden a muchas personas, no solo por la admirable realización sino porque nos dicen mucho sin necesidad de explicaciones, son una prueba de una de las cualidades más complejas del arte: Hablarnos desde el silencio, comunicarnos sin los malos entendidos (como decía Antoine de Saint-Exupéry) de que son fuente las palabras. •■

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