Los paisajes de Jorge Luis Legrá

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Por: Ángel Alonso

En la actualidad, el paisaje rural no suele ser valorado más allá de sus valores formales; existe una creencia, bastante generalizada, de que se trata de una práctica puramente esteticista y superficial. Tal idea no es más que un prejuicio, pues a través de este género de las artes plásticas el artista tiene la capacidad de identificarnos con nuestro entorno y de generar un sentimiento de pertenencia con respecto a la naturaleza

Los paisajes de Jorge Luis Legrá (La Habana, 1964) poseen aquella humildad ante la naturaleza que nos enseñó William Turner y la precisión en la ejecución que nos enseñó Edward Hooper. Lejos de cualquier efectismo el artista se adentra en el entorno de manera meditativa, recoge la espiritualidad de la montaña de Montserrat, sintetiza los árboles en una pincelada suave, acolchada —en la que los empastes encarnan las luces de las hojas— y recrea el movimiento de la hierba bajo el mismo aire que siente al pintar al aire libre.

Esta es una zona de su obra que parece establecer un balance con sus ya conocidos interiores. Durante los tiempos del confinamiento Legrá solo pintó dentro de casa y si hubo algún paisaje tuvo que hacerlo tras el cristal de una ventana. Ahora puede verse en estas nuevas obras que ha realizado al aire libre un deseo de fundirse con el entorno rural, de integrarse a esa paz que da el campo. •

Conociendo al artista, que habiendo investigado en el expresionismo llegó a realizar obras extremadamente dolorosas, veo en esta etapa de su trabajo un reencuentro con la paz interior. Se trata de una vuelta al mundo natural en la que intenta recuperar la pureza de aquellos pintores impresionistas, aquellos que salían al campo con sus caballetes y se hundían en el estudio del color.

Parece decirnos el artista, desde ese gran cambio que dió su obra hace algunos años, con esta nueva actitud, que ha encontrado en la sencillez de la vida el antídoto a la artificialidad que ha permeado al mundo del arte durante las últimas décadas. Su discurso va más allá del paisaje en sí, se trata de una actitud contra lo superfluo en busca de lo único que sabe que vale en cuestiones artísticas: la autenticidad.