Por: Julio Lorente

Las radiografías políticas de César Castillo

Ernst H. Kantorowicz, en Los dos cuerpos del rey (Un estudio de teología política medieval)1, advertía sobre la doble condición de la figura del rey en el imaginario de los súbditos.  El cuerpo físico y el cuerpo divino prefiguran al monarca como simbiosis y garante del poder político.

Traducido esto a una sociología del poder laico posterior, resultó una entelequia amparada en una sucesión de símbolos y relatos justificantes del grupo de hombres en el poder. Fuese en forma de estado o ideología, o ambas inclusive.

La pintura de César Castillo es una especie de cuña crítica puesta en los entresijos de esta narrativa. Pintar para desacralizar, con una dosis de ironía que pone en solfa los arquetipos colectivistas que han logrado su utópica unidad, al decir de Albert Camus, en la fosa común.

De esta serie de obras resalta El clóset. Icónicos trajes que incluyen los de ciertos dictadores, y hasta un traje Armani, colgados en un clóset que resulta una hábil metáfora de las fluctuaciones que realizan muchos regímenes autoritarios para sobrevivir o disimular sus parentescos.  La dictadura perfecta es aquella que sabe mutar su epidermis manteniendo intacto su poder político.

Cesar Castillo extiende una radiografía sobre el cuerpo del poder,  asumiendo la pintura como emulsión reveladora. Corroer los símbolos, atravesar  los mitos con vocación arqueológica, es acercarse a la memoria del poder sin mascaradas ni retóricas sublimadas.

Desacralizar el rosario de imágenes que han supeditado al mundo, propicia una crítica que intenta rebasar las normas que la política impone de forma solemne.

Es una buena apuesta para el arte erosionar las tibias definiciones que cierta comercialización académica ha implantado en la percepción de los fenómenos discursivos de la esfera pública y las ciencias sociales. Hans Haacke ha notado que la gestión  política no suele ir acompañada de la reflexión crítica. El alemán advierte lo estimulante que puede ser para un artista mostrar ese entramado de sustituciones apócrifas  a un público habituado a rehuir  de los contenidos conflictivos del mundo. Esa facultad de «hablarle claro al poder» que ha mencionado en algún  momento Edward W. Said, debería pasar por un ejercicio de transparencia entre lo que se piensa y lo que se dice.

Cuanto más poderosa es la coerción más propensas son ciertas cancelaciones, disolviendo dentro del forzoso paréntesis de Nación y Estado,  la creación de sentido. En esta línea de modelos unívocos la obra Red Light es bastante puntual. Un semáforo con la luz roja encendida anuncia, con un texto debajo, una única dirección de desplazamiento. Contradicción entre el detenimiento y  el movimiento que signa el desastre de sistemas políticos que condenan a sociedades enteras a falsear sus sinergias, o más bien, a sustituirlas por obediencia. 

Una tradición ideológica siempre resultará una genealogía inventada en la medida en que soslaya determinadas discontinuidades internas para promover un arquetipo ideal de la historia. En estos términos la obra de César Castillo, en general, bien podría ser un intento de desequilibrio de esos modelos construidos con suspicacia por los que  fabrican  símbolos para cotizarlos en el mercado de las emociones.

Pintar con vocación metahistórica  provoca el deseo de mirar de frente al poder. Dependerá de la honestidad del artista sostener esa mirada. •

1._ Los dos cuerpos del rey (Un estudio de teología política medieval), Ernst H. Kantorowicz,  Alianza Universidad.

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