La nueva obra de Jorge Luis Legrá
Por: Ángel Alonso
Y al artista le preguntaron:
-¿Qué utilidad le encuentras
a acumular tantos lienzos?
¿Para qué servirán si no los vendes?
Y el artista contestó:
-Siempre servirán para algo porque
pueden servir como abono.
La nueva obra de Jorge Luis Legrá (La Habana, 1964), por la profunda empatía que despierta, correrá una suerte infinitamente mayor que la del olvido, (o que la de servir como abono), pero esto ocurrirá precisamente porque el autor no se propone con ella ningún tipo de trascendencia.
Ya sabemos que muchas obras de importancia universal en la Historia del Arte se han realizado por encargo o bajo intereses de diverso tipo, pero lo que realmente las engrandece es la presencia de ese momento mágico, inconmensurable, en el que el artista trabajó para sí mismo, sin tener en cuenta la censura que sufriría luego o el beneplácito del que gozaría. La verdadera madurez llega cuando el creador comienza a mirar hacia adentro en vez de al exterior, cuando empieza a crear para sí mismo sin ningún tipo de presión en cuanto al paradero que tendrá lo que hace. Cualquier condicionamiento externo, sea una pretensión de gustar al comprador, la búsqueda del aplauso del público o la aprobación del crítico; cualquier sometimiento a un curador, al mercado, a una ideología o a un estado, prostituye la pureza de la creación.
Porque al artista que mire al exterior en vez de a su interior, le pasará como al perro que persigue inútilmente su propia cola hasta darse cuenta de que ella siempre estará allí, muy cerca e inalcanzable al mismo tiempo, por lo que es mejor no preocuparse e ignorarla, así vendrá mansamente detrás de uno, como se dice de la felicidad, que cuanto más se persigue más lejos está.
Estas son pinturas en las que no hay ninguna pose intelectual ni personifican ningún ismo. Sí tienen, como toda obra posible, una referencia en la Historia del Arte; yo aquí la veo en Hooper, por el tratamiento de la imagen y por el reflejo de la vida cotidiana, solo que el pintor americano no estaba confinado cuando comenzó a hacer sus célebres cuadros sobre la vida estadounidense, y si encarnaba la soledad era porque esta encajaba en su discurso.
Legrá siempre fue un expresionista muy radical, contenidista y agresivo, estos cuadros nuevos son hijos de un gran cambio en su vida y se han convertido en una necesidad vital, en una forma de respirar mejor detrás de la obligada y necesaria mascarilla. Pintar el entorno doméstico, retratar a los miembros de su familia en las actividades que desarrollan actualmente, es una manera de fructificar, de aprovechar de manera positiva los límites de la vida actual, es una terapia contra el desespero y la frustración, una manera de concienciar la situación real y sacarle partido en el sentido espiritual.
Sus cuadros nos hacen pensar en las infinitas posibilidades que tenemos como individuos y en la mágica capacidad del ser humano para adaptarse a cualquier situación que nos limite. Porque la libertad es relativa y sobre todo mental; un rey puede sentirse esclavo de su corona y sus deberes artificiales e insulsos mientras que Papillón, con solo planear su fuga y recrear en su mente sus objetivos a alcanzar, ya puede sentirse mucho más libre. Los nuevos cuadros de Jorge Luís Legrá nos enseñan a vivir este momento, a ampararnos en las soluciones posibles y disfrutar del calor del hogar.
Esta obra es, en mi opinión, la más certera de toda su carrera, sin desdeñar para nada su labor anterior, sus pinturas y esculturas, sus instalaciones y su trabajo como orfebre. Si deduzco que es la más eficaz no es por sus aciertos formales, sino por el contenido que encarnan precisamente esos aciertos; rompiendo con el mito del «artista loco», esta obra encuentra sus más precisas particularidades en su cordura.
Observemos la posición en que estamos con respecto a la escena plasmada, sobre todo en aquellas representaciones en las que habitan varios personajes. El punto de vista no es el que se elegiría normalmente, Legrá acepta las incomodidades de la visión: puertas de cristal, objetos fuera de orden, casuales vestimentas de andar por casa, contribuyen a la comodidad psicológica del observador, que asimila la escena no arreglada como paradigma de transparencia y sinceridad. El artista parece decirnos «esto es lo que es, no te lo revisto de elegancia», porque aquí la belleza emana de la franqueza, del no ocultar nada.
Los nuevos cuadros de Jorge Luis Legrá le convierten en uno de los artistas actuales más sui géneris e interesantes que podamos encontrar en la Barcelona de hoy día, no aquella llena de turistas y espectáculos populares repletos de gente, no aquella de las concentraciones alrededor de la fuente de Montjuic para bailar y celebrar la vida, sino esta otra, la del tele trabajo, la de las mascarillas, y la de mucho tiempo en casa.
LAS INFINITAS POSIBILIDADES DE LO COTIDIANO