«Todas las artes son acaso una forma de sueño»
Jorge Luis Borges
Desde sus inicios la obra de Brian Sánchez Jiménez (1986) se caracterizó por su elegancia y por poseer una factura refinada; no usaremos la palabra sofisticada, porque su complejidad no es impostada, sino que se apoya en un rigor imprescindible para sustentar las emociones que nos quiere transmitir. Con una codificación construida de manera que supera cualquier intento de verbalizar sus contenidos, el artista nos hace sentir, más que entender, el particular mundo que ha creado como metáfora de la realidad circundante. Sus figuras de ojos grandes y tristes, a menudo cerrados, trazan en nuestras mentes las más disímiles historias; abunda la languidez en las miradas, la suavidad de los rostros, la ensoñación.
En su proceso creativo prioriza la autenticidad de los sentimientos por encima de cualquier análisis racional; se entrega a la ejecución de la obra sin los prejuicios de la mente y bajo una actitud muy parecida a la meditación. La representación de los objetos flotantes nos recuerdan a los pensamientos que pasan y dejamos ir sin aferrarnos a ellos cuando meditamos. Ruedas, cruces, o estructuras que sugieren mandalas, rebasan aquí su significado convencional, se desprenden de las definiciones esquemáticas, adquieren nuevos alcances simbólicos, aquellos que lejos de los límites de la razón, se manifiestan desde el subconsciente.
Los personajes duermen, se abrazan, se protegen y en ocasiones mueren en la placidez de un silencioso cosmos donde impera la ingravidez… son seres frágiles, delicados, indefensos… Brian ha creado una figuración muy propia, con alguna reminiscencia de cómic, con algunas herencias del mundo de la ilustración infantil, pero también con mucho de lo que nos dejó el movimiento surrealista.
Brian sabe —como también lo sabía Bergman, por eso su cine es tan autobiográfico— que la niñez es la etapa más compleja de la vida y la explora acercándose al mundo mágico de la infancia. Esa aceptación de lo irreal como real, que solo es posible en la mente de los niños, es la misma aceptación que ocurre mientras soñamos. En nuestros sueños no nos asombramos de volar o de estar caminando sobre una nube, de esa misma manera se comportan los personajes de las historias que crea aquí el artista.
Son muy pocos los creadores que poseen la capacidad de resguardarse de las presiones sociales y salvar su alma, muchos sucumben ante las exigencias del poder político, otros se convierten en esclavos del mercado repitiendo hasta la saciedad la mísera fórmula que les hizo brillar un día, pero están también los que no se sientan, los que mantienen la constancia del investigador. Estamos ante un artista que no se detiene y hace caso omiso al aplauso para continuar su camino de crecimiento y libertad individual.
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En las nuevas pinturas de Brian Sánchez se pueden apreciar cambios que fortalecen su discurso. Lo onírico se mantiene como plataforma pero ahora se trata de sueños que han dejado de ser dulces; el predominio de la ternura ha sido sustituído por cierto dramatismo gótico, por cierta violencia, solapada algunas veces y obvia en otras ocasiones en las que el trazo se manifiesta más fuerte. Las texturas uniformes de puntos se hacen notar en muchas de sus obras, ofreciendo un carácter industrial que contrasta con el tratamiento delicado de los rostros. Así ocurre en una obra como Mística, pieza cortante y metálica que nos golpea y nos hace pensar en la muerte.
Lo que antes remitía a apacibles sueños hoy se ha comenzado a volcar, cada vez más, hacia las pesadillas. Un cuadro como Libélula herida, por ejemplo, se aparta bastante de la dulzura que predominaba en aquellas figuras de rostros inclinados producidas en años anteriores.
Ahora comprendo mejor cuando Antonio Correa iglesias nos dice: «Sus lienzos son fosas comunes, aberturas en la tierra, criptas, nichos donde reposan cuerpos agazapados en fetal o mortuoria posición, pero agazapados, como queriendo retener a quien por su soberbia ha fracturado la “apacible” tranquilidad que la muerte provee»1. Una observación como esta no hubiera resultado certera ante las dulces obras que antes conocí de Sanchez, tuve que actualizarme y observar con detenimiento su evolución. En realidad no es que haya cambiado tanto, el terror siempre estuvo escondido tras la fragilidad de sus personajes, pero ahora toma fuerza y se despliega en obras de fondo oscuro como El pesar tiene forma de triángulo.
Nuestro creador, en su desarrollo, en su madurez, profundiza cada vez más su mirada al ser humano. Ahora se adentra en terrenos más sinuosos, su pasión arqueológica por la investigación de la imagen le aleja de cualquier posibilidad de acomodo. El artista, inquieto, no quiere estancarse en lo ya logrado, asumirá los riesgos de volar a una mayor altura. Ahora su pintura, endurecida, tendrá cada vez más cabida en los museos.
1._ http://cdecubaartmagazine.com/es/brian-sanchez-artista-cubano-contemporaneo-por-antonio-correa/
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