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Entre la amalgama variopinta que es Art Madrid observo con agrado una deriva al maximalismo capitaneada por una generación de artistas milenials y genZ con ganas de ponerle los puntos sobre las íes a los restos de la narrativa general del siglo pasado.
Mientras el minimalismo ensalza valores como el orden o la pureza de formas y prioriza la reducción y la función. El maximalismo opta por el espectáculo, la pompa, el theatrum mundi y la fantasía como escudo contra la opresiva realidad. Es un movimiento que reacciona frente; al nihilismo del cambio climático, a la era de la sobre información y al periodo del Covid del alma que se alarga insondable dentro de nuestros corazones con pocas perspectivas de futuro, o distópicas y apocalípticas esperanzas. Estos anti-esperanzados reaccionan con un contundente y mayúsculo «más es más». La corriente estética se extiende desde la moda, al arte plástico, al diseño de interiores con el abarrotacionismo (bauticemos al cluttercore). Ojito con Mario Soria (N2 Galerie) gran ejemplo de ello.
Así como el minimalismo reduce para encontrar la forma esencial (o real) de las cosas, el maximalismo nos ofrece la posibilidad de alejarnos de la realidad y de nosotros mismos. Es una eléctrica manera de comunicarle a la sociedad su profundo descontento y desilusión con el rumbo de la historia. Y a la vez es una manera inteligente de utilizar la manufacturación como crítica a la alienación global, reciclando muy oportunamente la estrategia que ya hizo Warhol con su PopArt. Ciertamente, una tribu que sabe aplicar las tres R (reducir, reciclar y reutilizar) que popularizó Greenpeace para todo. Pero esta vez, me atrae el matiz de atacar con el mal gusto. Así como el PopArt sí que pretendía estar en el mercado del arte y ser un bien de intercambio económico en sí mismo, los maximalistas se comportan como repudiados del sistema. Y así como los poperos querían estar en voga y ser lo mas «in» y lo más «cool», este nuevo movimiento tiene el matiz de ensalzar esta especie de mal gusto apocalíptico que reniega del mercado. Es una corriente estética que se cimienta sobre una ideología ecologista y anticapitalista. La obra de Samuel de Saga rompe con el lenguaje gráfico monolítico, con una representación en la que se vale todo. Recurso con el que rompieron barreras los creadores de la serie televisiva Gumball, y que cada vez podemos ver más habitualmente en artistas plásticos como Albert Bonet, también expuesto en Art Madrid y entrevistado por mí anteriormente en el BAUM festival de Barcelona.
¿Puede el maximalismo con su opulencia y exceso ser sostenible? Sí, y de hecho lo es. Rechaza el consumismo, sus leyes de la oferta y la demanda, y la creación de tendencias cíclicas. Paradójicamente, el exceso que genera la producción en masa y su abundante excedente es la materia prima de estos creativos reutilizadores, y la única manera de calmar su ecoansiedad. Este eclecticismo y heterogenia también les ayuda a reivindicar su persona y/o su obra dentro del mundo pangeico al que hemos derivado. Aunque, cierto es, habría que ver la efectividad formal diferencial de esto, ya que la globalización en sí ya es una mezcla de culturas e ideologías. Grabadas a fuego tenemos las campañas de United Colors of Benetton, perfecta manufactura del eclecticismo racial.
La reutilización excesiva de estos productos vintage les confiere una individualidad radical dentro de un mundo globalizado. Porque para el minimalismo no tienes que tener intereses concretos ni personalidad. Sin embargo, para salpicar una habitación de posters, fotografías y figuritas; tienes que haberte construido una cierta peculiaridad. En definitiva, haber vivido, importante para tener recuerdos que colgar en la pared.
Vaticino que el síndrome de Diógenes de esta generación Z de creativos, acuciados por su contexto histórico, derivará en el gris marengo más opaco y receloso de estridencias. Sumidos en el interminable ciclo nostálgico de 20 años, que hemos exportado de la moda y la cultura consumista a todos los demás aspectos de la existencia. El tiempo ya no dura lo mismo. El tiempo en el siglo XXI fluctúa, se entrecorta y tiene sentimientos. Hay inocentes crédulos profesando que nadamos en la era dantiana donde se vale todo. Todas las corrientes son válidas y se entremezclan sin jerarquías ni preponderancias, creando una bonita nueva idiosincrasia azarosa. Aunque yo no me dejaría llevar por esos pensamientos noventeros tan alentadores. Porque salieron directos de El Fin de la Historia de Fukuyama, y después de: el 11S, la crisis de 2008, la creciente brecha entre ricos y pobres y polarización política, ya sabemos que no tenemos la respuesta. Occidente está a medio siglo de pasar de moda, y por supuesto muy muy lejos de haber encontrado la solución definitiva para el orden mundial. Aunque, al ralentí, aún hay que ver movimientos como el del capitalismo negro. Se han tragado el cuento a pies y juntillas, y tarde. Pues se han puesto a aplicarlo con más fuerza que nunca justo en el declive de ese imperio, a lo últimos romanos paganos, con el hashtag #buyblack como hacha de guerra y una definición de lo que es la excelencia negra, harto dudosa, a lo mejor, este nuevo renacimiento negro puede servir para financiar, visibilizar y comprar obra de artistas afrodescendientes. Representando el arte caribeño encontré a la galería Krystel Ann Art que venían desde Guadalupe para realmente marcar la diferencia. Tanto con la temática de sus obras como con esta nueva visión y estética blaxitera que empieza a adoptar la panafricanidad desperdigada por el mundo. Aclaro que el blaxit es una idea irreal enmarcada en el debate de internet, que invita a los negros del mundo a volver a «casa». Como si un sitio ideal al que volver, en este caso Wakanda, existiera. Aunque espero que se entienda que es un concepto muy útil propuesto en aras de reflexionar.
He hablado de las novedades alentadoras, pero también he advertido algunos stands agarrándose a la etnicidad forzosa para ofrecer «novedad» o más bien seguir estando de moda; y ya no funciona, espero que no lo hagan por eso. Por otro lado, a la entrada de Urvanity había una chica negra que desafiante salía del cuadro y de su función de representada, para mirarme fijamente desde un cuadro de Yann Leto. Os juro que no me quitaba ojo de encima, parecía que me dijera…: ¿y para el siguiente hablaras del elitismo y del racismo institucional; de lo que te parecen las ayudas y las cuotas; del espejismo de los premios y concursos; o de la falacia de las subastas? ¡Aunque puede que calladita este más mona! Mejor las monerías se las dejo a otros, ya que no me gustaría caer en la superioridad moral propia del europeo medio. No vaya yo a convertirme en algo decadente como Occidente. Porque puede que Occidente derive en ser una de esas cosas que un maximalista del futuro un día acabe reciclando. ■
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