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‘ISIS, EL CALIFATO DEL APOCALIPSIS’

‘ISIS, EL CALIFATO DEL APOCALIPSIS

 

Álvaro Bermejo

Pese a que el color del Islam es el verde ellos enarbolan banderas negras, la enseña de guerra del Profeta, la que señalará el advenimiento del Mahdi en la Batalla Final, y visten uniformes negros, los del cuarto caballo del Apocalipsis. El Corán también tiene el suyo, sus hadit cifran claves escatológicas que apuntan a la Consumación de los Tiempos. Los muyahidines del Califato Islámico se aplican a cumplirlas a sangre y fuego, pues se consideran heraldos de un inminente Fin del Mundo.

UNA UTOPÍA REGRESIVA

Tanto bajo su acrónimo árabe –Daesh-,  o en su versión occidental –Islamic State of Irak and Siria-, el nombre de Isis nunca se pronuncia en vano. No hablamos de un movimiento de liberación tercermundista ni de una revolución árabe más, nada tiene que ver con la que llevó al poder a Jomeini, ni con la que practican Al Qaeda o Hamás. Para ellos el chiísmo o el alauismo suponen apostasías merecedoras de las mismas decapitaciones que practicaron sobre el periodista estadounidense James Foley o el cooperante británico Alan Henning. Su lectura del Corán es tan literal como estricta, cualquier innovación doctrinal supone negar su perfección original. Su mesianismo augura la parusía del duodécimo imán, el Imán Oculto, cuya misión soteriológica se completará con el advenimiento de un Anticristo Tuerto (Al-Dajjal) y un Redentor (Al-Mahdi), que coincidirán con la segunda venida de Cristo (Isa) sobre la Tierra.

Gerd Altmann desde Freiburg, Deutschland

Gerd Altmann – Freiburg, Deutschland

 La aparición de La Bestia será la señal. El campo de batalla, un Armagedón coránico que ahogará de sangre  la ciudad de Dabiq, cerca de Alepo, en Siria, donde se enfrentarán los ejércitos de la Nueva Roma y los del Último Califato. Más allá de todo el horror que puedan inspirarnos, los iluminados del Estado Islámico son verdaderos creyentes que predican vía Internet un concepto medieval de la Yihad en aras de una utopía regresiva: hacer retroceder la civilización actual al siglo VII y culminar la llegada del Apocalipsis. La suya no es otra que una guerra cósmica en nombre del Islam.

PLAYOFFS SOBRE UN ARSENAL ATÓMICO

Sea a cuenta de la toma de ciudades tan significativas como Nínive, Bosrah o Palmira, o del marketing viral que retransmite sus atroces performances, por más que se habla de él a diario en los medios de comunicación, apenas sabemos nada acerca del Estado Islámico. Con una frivolidad impropia de su  relevancia, Barack Obama declaraba hace un mes a The New Yorker: “Si un equipo filial se pone la camiseta de los Lakers, eso no le convierte en Kobe Bryant”.  Para él los Lakers del terror islámico son Al Qaeda, y Kobe Bryant, Osama bin Laden. El presidente se equivoca. Esto no es la final de la NBA, pero los playoffs del Daesh pueden acabar jugándose sobre un arsenal atómico. Sin duda, el error más grave pasa por intentar entenderlo desde conceptos y maneras de pensar propias de Occidente.

Para nosotros la religión es un capítulo de la existencia reservado al ámbito de las creencias privadas. Ellos la viven como un absoluto, poseídos de una formidable fuerza de fe que les lleva  indistintamente a la guerra como a la inmolación. Se consideran personajes centrales del guión de Dios a partir de  una interpretación literal del Corán según la cual hemos entrado en el periodo escatológico que precederá al Apocalipsis. En su credo la palabra Al-Din –la enseñanza sagrada-, se entrelaza con otra, Al-Dunia, que se traduce como el Mundo de las Postrimerías. Casi las mismas letras, apenas permutadas sus vocales. Tan cerca una de otra como la Consumación de los Tiempos. En los hadit del Profeta se afirma que “Su Misión y la Última Hora están tan cerca como el dedo medio y el dedo índice” ([1]). Cuando alza su mano Abubaker Al-Bagdadi, el líder del Califato Islámico, sabe dónde apunta.

Sus objetivos capitales pasan por la destrucción de la Asiria bíblica –un territorio que comprendería Babilonia y Mesopotamia-, sin importarles que sus habitantes sean musulmanes, pues los consideran apóstatas. También el arrasamiento de Turquía, entendida como el lugar donde impera la Bestia –concretamente en la ciudad de Pérgamo, cuyo altar, no por nada hoy en Berlín, fue uno de los tesoros más codiciados del III Reich-. Y finalmente, una batalla final contra los ejércitos de la Nueva Roma, en Dabiq, para la que les resulta imprescindible que EE.UU. despliegue sus tropas sobre el terreno. Cada una de sus sanguinarias ejecuciones transmitida urbi et orbe implica una provocación evidente: aguijonear a la Casa Blanca para desencadenar el Apocalipsis. Dabiq supondrá el Holocausto de los infieles.

Sabemos lo que nos dicen a nosotros: “Conquistaremos vuestra Roma, romperemos vuestras cruces y esclavizaremos a  vuestras mujeres”. No resultan más halagüeñas las amenazas que vierten sobre sus correligionarios extraviados: “Caiga la desgracia sobre los Árabes del Mal, pues entre ellos y el Mahdi no cabrá más que el filo de la Espada.” ([2])

AL-DUNIA, LA HORA DE LA PRUEBA

Antes de su presidencia, cuando era un discreto senador del partido Demócrata, Barack Obama visitó por primera vez Jerusalén la noche del 9 de enero de 2006. El 9 de Zu Al-Hijja, según el calendario musulmán. Se trataba del mismo día en que, sobre el monte Arafat, cerca de la Meca, le fue revelada al Profeta  la conjunción en que se produciría, trece siglos adelante, la apertura de la Al-Dunia, la Hora de la Prueba, el tiempo previo a la eclosión de las Postrimerías. Seis meses después, siempre dentro de ese mismo año, nacía al norte de Irak  el Dawla-Al-Islamiya, una rama del sunismo salafista –de Salaf al Salih, los devotos antepasados-, que sería el embrión del Estado Islámico, en principio auspiciado por Al Qaeda.

Todo eso sucedía mientras un oscuro doctor en teología islámica cumplía una condena de dos años en Camp Bucca. Entonces se llamaba Ibrahim  Awwad Al-Badri. Pero ocho años después, el 5 de julio de 2014, cuando subió al púlpito de la mezquita de Mosul para proclamarse como el Último Califa Verdadero, eligió el nombre de guerra de Abubaker Al-Bagdadi, el honor al primer califa del Islam -el suegro de Mahoma-, declaró infieles a los chiítas y rompió sus vínculos con Al Qaeda. Hoy la revista Time lo considera el hombre más peligroso del mundo y tiene sus razones: en apenas dos años de Yihad controla un territorio más grande que el Reino Unido, con más de ocho millones de personas bajo su mando, sus llamamientos a través de la Red no dejan de captar a centenares de hombres y mujeres que desde todos los puntos de Europa ponen rumbo hacia el Califato –solo con billete de ida-, sus  franquicias se multiplican por todos los países del sur del Mediterráneo, codicia por igual el arsenal atómico de Pakistán como las plantas enriquecedoras de uranio de Irán,  y hasta se comienza a hablar de células del Califato implantadas en México ([3]) , a las puertas de EE.UU.

Debe ser por eso que según un sondeo reciente de la CNN, el 59% de los norteamericanos creen firmemente estar viviendo los umbrales del Fin de los Tiempos, mientras el Washington Post habla del “Nacimiento de una Edad del Apocalipsis”.

EL TERCER SELLO

Para el Apocalipsis coránico resulta prescriptivo que el Último Mahdi posea un territorio, un Califato homologable al primero, regido por una aplicación estricta de la Sharia, la ley islámica. El mismo Osama bin Laden  consideraba su actividad terrorista como el preámbulo de ese Califato escatológico que no esperaba ver en vida. En clave soteriológica, tanto él como Al Qaeda, diseñada como una organización terrorista convencional, ubicua pero no ligada a un territorio concreto, simbolizarían el Caballo Bermejo, aquel que según el texto de Juan aparecería tras la apertura del Segundo Sello –“Le fue dado el poder de quitar de la Tierra la Paz, y se le dio una gran espada (Ap. 6:3-4)-.

El siguiente caballo, el del Tercer Sello, será tan negro como los colores emblemáticos de los yihadistas de Al-Bagdadi, y quien lo monte llevará “una balanza en la mano, donde pesará dos libras de trigo por un denario” (Ap. 6:5-6). ¿A qué alude esta balanza? Sin duda a algo que se puede pesar en bienes contantes y sonantes –trigo y denarios-, lo que bien admite traducirse por una alegoría de la economía mundial.

El Caballo Bermejo derribó las Torres Gemelas del WTC, el Negro tiene el color del petróleo. No parece accidental que la primera gran conquista del Califato fuera la ciudad de Mosul, la antigua Nínive de los asirios, donde se encuentra la tumba del profeta Jonás, que no vacilaron en destruir, pero también el punto nodal del oleoducto Kirkuk-Haifa, el más relevante de Oriente Medio.

Con petróleo se financia el Estado Islámico, por el petróleo se desencadenaron las guerras del Golfo, y el oro negro puede ser el desencadenante de una nueva Recesión global -¿de magnitudes apocalípticas?-.

U.S. ARMY, MILITIA CHRISTI

Según El Corán, la codicia es el emblema de Al-Dajjal, el Anticristo que los ulemas del Califato encarnan en el presidente de los EE.UU., casualmente de raza negra. De su destrucción, paralela a la de los hebreos, dependerá la aparición del mesías islámico, el Mahdi. El Imán Oculto tiene ya escritas las palabras que habrá de pronunciar: “La Hora Suprema no llegará hasta que se produzca una batalla final entre dos ejércitos que predicarán la misma cosa” ([4]). ¿De qué estamos hablando?

Herbert Röttgen es un prestigioso investigador de las religiones que suele firmar sus libros con un seudónimo muy elocuente: Víctor Trimondi –¿Victoria sobre los Tres Mundos?-. En su último ensayo –“Guerra de religiones, la fe y el terror en los signos del Apocalipsis” ([5])-, va un paso más allá de las teorías de Fukuyama sobre el Fin de la Historia, las concilia con las tesis de Samuel Huntington sobre el Choque de Civilizaciones, y habla directamente de la emergencia de un “mesianismo militante”, en las tres religiones monoteístas. La progresiva autoidentificación de la US Army como una nueva Militia Christi, las legitimaciones bíblicas esgrimidas por los sionistas del Likud tendentes a la creación de un Gran Israel, desde el Nilo al Eufrates, comparten una misma “matriz apocalíptica” con los muyahidines del Califato.

La ecúmene mundial y cualquier forma de diálogo político o interreligioso no tendrán efecto alguno si el mainstream que sustenta las tres grandes creencias globales no pone en cuestión los contenidos destructores de sus escrituras apocalípticas y mesiánicas.

Muy lejos de todo eso, la multiplicación de los focos de conflicto parece conducir hacia una escalada bélica cruzada con una self-fullfilling prophecy. Una profecía autocumplida, un delirio apocalíptico que comportaría la inversión del milenio americano en su peor pesadilla.

LOS DIEZ SIGNOS MAYORES

En los Malahim, los relatos de naturaleza escatológica de la tradición musulmana, sus exégetas distinguen entre los Signos Menores -(Alamat Sugrah)-, y los Signos Mayores –(Alamat Kubrah)-, que precederán a la Hora de la Prueba. Entre los sesenta menores destacan señales tales como la guerra entre las naciones musulmanas -¿Primavera Árabe?-  pero también el hecho de que “la sierva dominará a la madre” -¿preeminencia de Occidente sobre Oriente?-, o la “construcción de casas cada vez más altas por los pastores” –¿el skyline de Manhattan?-.

Los mayores no resultan menos inquietantes. El hadit 6.931 cuenta cómo el Profeta sorprende a un grupo de fieles preguntándose cuándo será la Hora. Mahoma responde: “Sucederá cuando veáis Diez Signos: la Gran Confusión y el Djaal (El Anticristo), la Bestia y el Falso Profeta, alzarse el sol por donde se pone, el descenso de Jesús, hijo de María, la aparición de Gog y Magog, y tres grandes seísmos: uno en Oriente, otro en Occidente y el último en la Península arábiga.  Finalmente, un Gran Fuego surgirá de Yemen y será el comienzo del fin”.

De los seísmos económico-políticos que afligen a Occidente y a Oriente ya está todo dicho. Pero, mientras escribo estas líneas, las casas torre de Sanáa, patrimonio de la humanidad, se derrumban bajo los bombardeos de la aviación saudí. Como la Nigeria de Boko-Haram, la Somalia de Al-Shabah, o el Túnez de los salafistas, Yemen, por medio de las milicias Huthi, configura un nuevo frente de batalla para el Califato que, entre tanto, no deja de desafiar a EE.UU. como a Siria, Jordania, Arabia Saudita o Irán.

AL-ANDALUS, PUERTA DE EUROPA

Tanto como librar una guerra apocalíptica, expandir el territorio es un deber esencial del Califa. Para el Estado Islámico las fronteras son anatema: en su credo no cabe más que una sola nación, hacer ondear el estandarte del Islam sobre los cinco continentes.

Esto se traduce en su fanática voluntad de que las huestes del Profeta vuelvan a Europa vencedoras, después de haber sido expulsadas dos veces. “¿Qué ciudad será la primera en ser conquistada?” –preguntaba recientemente un periodista de The Observer al jeque Qaradawi, una de las voces más influyentes del Islam suní-. La respuesta no pudo ser más perturbadora: “Volveremos a la ciudad de Heracles, y la otra ciudad, Romiyya –Roma-, también será nuestra”.

El periodista apenas acertó una clave, y solo a medias: identificó la nueva Roma con Manhattan, algo relativamente plausible, aunque el propio Al-Bagdadi no se cansa de repetir que hará ondear sus estandartes sobre la cúpula de San Pedro. Se equivocó, clamorosamente, al ubicar la ciudad de Heracles en Estambul. ¿Qué confín de Europa se precia de alzar las columnas de Hércules, cuál lo muestra en su bandera  autonómica, verde y blanca? Los estrategas del Daesh tienen a Al-Andalus en su punto de mira.

EL BAUTISMO DE FUEGO

La conquista del reino visigodo  a cuenta de los bereberes de Tariq Benzema ibn Ziyad –El Golpeador-, fue un proceso sorprendentemente rápido. En apenas quince años llegaron a ocupar buena parte de la Península. Una conquista tan fulgurante sólo puede explicarse desde la complicidad o la anuencia de los territorios ocupados. Sucede algo semejante con la expansión del Califato de los Últimos Días. Miles de musulmanes sunitas de Siria, Jordania, Somalia, Arabia e Irak se suman a los salafistas de Marruecos, Libia y Argelia con la misma euforia fanatizada que lleva a centenares de europeos a dejar atrás  todas las comodidades de una vida a la sombra de la Tour Eiffel, el Bundesbank o el Big Ben, a cambio de retrotraer sus campanadas a la fe de los primeros seguidores del Profeta.

Las mujeres aceptan someterse a la dura regla de la Sharia que consideran un modelo de comportamiento, así en el vestir como en su vida familiar, a veces en condiciones de semiesclavitud. Los hombres no cesan de salmodiar suras coránicas mientras alzan sus AK-47, con tanta hambre de matar como de morir para ascender al séptimo cielo de la Yanna –el Paraíso musulmán-, donde moran los profetas y los mártires. Allá les servirán las huru ein, las doncellas creadas en la perfección que deparan “un placer cientos de veces mayor que el terrenal”.

 Así como Abd Al-Rhaman hizo de Córdoba un califato independiente, separándose la tutela de Bagdad, las huestes de Al-Bagdadi aspiran a conquistar los dos extremos del Arco Islámico, incluso a “liberar” La Meca, pues  también será aquí donde se manifestará la Bestia de los últimos días, concretamente sobre una de sus colinas, la de Safa. Además de una Guerra Santa, la suya es una conflagración ecuménica propia de una mentalidad medieval que aplican sin fisuras en el presente.

Las excomuniones de musulmanes herejes –tafkir-, las decapitaciones, las crucifixiones, concuerdan con el modelo de las guerras de religión que vivió Europa en el tiempo de los anabaptistas. También los “verdaderos creyentes” del Daesh aspiran a construir una sociedad nueva y a un Nuevo Bautismo en la fe del Corán. El bautismo de fuego que precederá al Cierre de los Tiempos. Los telepredicadores de Iqraa TV –la cadena sunita de El Cairo-, no se equivocan cuando afirman que el Califato no es una mera entidad política sino, fundamentalmente, un “Vehículo de Salvación”.

ISIS PACTA CON ISA

Presunto descendiente de la tribu del Profeta –quarish-, condición indispensable para ser califa, Al-Bagdadi, es plenamente consciente de los genocidios que implementa. Ha retrocedido al primer Islam y reproduce al pie de la letra sus normas bélicas, sin cuidarse de garantizar su supervivencia, decidido a la inmolación, pues se considera  un demiurgo del inminente Fin del Mundo.

Las señales comenzaron a producirse durante la ocupación estadounidense de Irak –“el sol que sale por donde se pone”, según la profecía: la ascensión del imperio americano de Occidente-. Fue entonces, precisamente en 2006 –fecha de la creación del Daesh-, cuando irrumpió en la república vecina, Irán, un oscuro ayatolá, Hossein Kazemenyi, que predicaba la separación entre política y religión, es decir,  la apostasía suprema. Kazemenyi tenía una particularidad física que lo hacía acreedor de los títulos del Anticristo coránico (Al-Dajjal): era tuerto. “Vosotros debéis saber que el Falso Profeta es tuerto” –dicen los hadit-, “pero Alá no lo es”.

La segunda señal nos lleva a descodificar el nombre del presidente de los Estados Unidos. Pocos saben que Barak o Buraq es un nombre islámico, que se traduce como Rayo, el nombre del caballo de Mahoma. Y concuerda con el primer caballo del Apocalipsis, el Blanco.  Según la escatología coránica, el siguiente paso  lleva a la emergencia de un Mahdi –Al Bagdadi-, y a la segunda venida de Cristo. Cristo en el Islam es conocido como el profeta Isa. También él juega un papel decisivo en esta historia.

Ya hemos apuntado que la batalla final se producirá en la ciudad siria de Dabiq. Casualmente, es el mismo nombre de la revista de propaganda que difunde las ideas de Isis desde Londres ([6]) en cinco idiomas y en alta definición. Ya no es noticia afirmar que, pese a su genealogía medieval,  el Estado Islámico se sirve de las más avanzadas tecnologías de la comunicación configurando una suerte de Cibercalifato paralelo, tanto más poderoso que el analógico. Lo sorprendente es que, según la profecía, su victoria dependerá de que Isa –Cristo-, venza a Dajjal –el Anticristo-, erigiéndose, en su rango de profeta coránico, en el restaurador de un “Islam de Justicia” en el mundo entero.

HACIA LA BATALLA FINAL

Por más visionarios que nos parezcan, Isis no oculta sus planes. Los difunde de una manera explícita por Facebook y YouTube, a través de sus masacres en vivo y en directo. El pasado junio, apenas inaugurado el Ramadán que conmemoraba la creación del Califato, cuando el yihadista francés Yassin Salhi decapitó a su jefe en la central gasística de Isére y se hizo un selfie junto a su cabeza cortada, operaba dentro de la misma lógica macabra que sancionó la decapitación del estadounidense Peter Kassig un año atrás -esta acompañándola de un desafío al presidente Obama en un inglés genuinamente british-, o al video donde se quemaba vivo, dentro de una jaula, al piloto jordano Muath al-Kasabeh. Si Jordania les declaró la guerra a cuenta de ese crimen, EE.UU. tarde o temprano tendrá que decidirse a una nueva ocupación terrestre de Irak. La proclamación de una Cruzada –en muchos de sus comunicados siguen llamando “cruzados” a los más de cinco mil asesores que el Pentágono mantiene en Bagdad-,  seguida de una nueva operación Tormenta del Desierto, ayudaría a reclutar miles de nuevos yihadistas en todo el mundo. Desencadenar la Guerra Total es un deber esencial del Califa, pero también un arma de doble filo: porque si es derrotado y pierde el territorio, este dejará de ser un Califato y la Profecía quedará nuevamente postergada.

EL CABALLO PÁLIDO

El fundamentalismo mesiánico de Isis  supone su mejor arma de destrucción masiva, pero también su talón de Aquiles. Por más que el credo sunita englobe a cerca del 90% de los musulmanes del mundo, repudiar al 10% restante equivale a condenar a muerte a doscientos millones de creyentes. No serán pocos los que se pregunten quién es el verdadero Anticristo y quién su Mahdi. Pues el mismo Profeta ha dicho: “Su Paraíso será un Infierno, y su Infierno un Paraíso” ([7]).

Pero El Corán también valida un viejo mito bíblico según el cual “la emergencia de Gog y Magog devastará Oriente” ([8]).  Algo que corrobora Zacarías al recordarnos la simbología sísmico-política de Jerusalén: “El Eterno aparecerá y combatirá a las naciones. Sus pies se posarán sobre el Monte de los Olivos y este se partirá por la mitad, cayendo una parte sobre Oriente y la otra sobre Occidente” (Zac. 14:3-4)

De toda esta historia para no dormir solo nos cabe la certeza de que millares de musulmanes se han entregado a un escenario milenarista fundado en una teocracia expansiva  y abocado a la dominación mundial por parte del Islam. Si hemos entrado en los Tiempos Proféticos ya solo nos queda por mentar al cuarto caballo, el Caballo Pálido, cuyo jinete se llama Muerte, “…y el Hades lo seguía”.

“Dios me ha enviado con una espada para preparar la Hora del Juicio” –dice Mahoma en El Corán-. La espada ha sido desenvainada, los caballos galopan desbocados, hasta la Biblia contempla el ascenso del Islam durante la Edad de las Tinieblas. Todos tenemos la sensación de que se multiplican los signos de una cuenta atrás. Por más que este panorama apocalíptico nos parezca delirante, Occidente no debería permitirse ignorarlo por más tiempo. El choque de civilizaciones vaticinado por Huntingon puede derivar en el fin de la civilización tal como la conocemos. Tal vez en el estricto Fin del Mundo.

  EL IMÁN OCULTO

Así como los cristianos esperan la segunda venida de Cristo y los judíos la del Mesías, los musulmanes aguardan a su duodécimo Imán. Las tres creencias sostienen que regresará al final de la historia –en un tiempo de caos y confusión-, pero solo el Ungido por Alá demanda un camino violento para redimir al mundo. Según sus ulemas permanece oculto en una cueva de La Meca, a la espera del Día del Juicio, aunque otros sostienen que saldrá del pozo de la mezquita de Jamkaran, en Irán. Cuando se manifieste, conquistará el Medio Oriente, destruirá Jerusalén, y finalmente establecerá la sede de un Califato Mundial en Irak. Si Al-Bagdadi cree fervientemente en la profecía, no resulta menos inquietante que los ayatolas iraníes sostengan haber “firmado un contrato” con el Imán Oculto, cuya escatología se cifra en su progresiva capacidad nuclear

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EL PAPA EN EL PUNTO DE MIRA

 

En septiembre de 2014 el International Business Times llevaba a portada un titular muy poco rentable: “Un diplomático iraquí advierte que el asesinato del Papa es inminente”. Se trataba de Habib al-Sadr, el embajador iraquí ante el Vaticano, quien, en vísperas de la visita de Francisco a Albania, alertaba de la presencia de veteranos yihadistas de la guerra de Bosnia al servicio del Califato.

El diplomático iraquí afirmaba textualmente que “El Estado Islámico anhela establecer el califato en Roma y erigir sus banderas negras sobre la cúpula de San Pedro”. Lo subrayaba el periódico italiano Il Tempo, bajo otro titular de impacto: “Italia es un trampolín para los muyahidines”, y a renglón seguido desvelaba que entre las filas del Califato se cuentan decenas de estadounidenses, franceses, británicos, “e incluso italianos”, lo que podría facilitar el magnicidio del sumo Pontífice.

Las alarmas volvieron  a dispararse en noviembre del mismo año, durante su viaje a Turquía. Pero fue en el transcurso de su visita a Filipinas, en enero de 2015,  cuando una célula de la Jemaah Islamiyah intentó asesinar a Francisco con una bomba al paso de su comitiva por la Kalaw Street de Manila. No consiguieron su objetivo, aunque volvieron a intentarlo dos días después, en Leyte. En esta ocasión, fue la tormenta tropical Amang la que impidió activar los explosivos.

Salvado por la Providencia. ¿Pero hasta cuándo?

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