La intervención transformadora del espacio, el papel fundamental que juega la iluminación en muchas de las piezas, el juego con la sombra como parte de la obra, la presencia del círculo y su cualidad sagrada, su simetría perfecta, su condición ilimitada al no tener principio ni fin, las delicadas y sutiles transparencias, la presencia del cuerpo humano fragmentado, concebido como recipiente del espíritu y un uso muy consciente del color -casi siempre neutro, precisamente para resaltarlo cuando se requiere- hacen de Laura Actis Danna (Córdoba, Argentina, 1960) una artista contundente, provocadora de una experiencia estética que ennoblece a quienes sean capaces de recepcionarla.
La mirada torpe del espectador apresurado, aquel que acostumbrado al arte como espectáculo (y al cine hollywoodense) sólo pide estridencias, no podrá disfrutar de esta obra, que amerita una contemplación detenida, sosegada, tranquila y silenciosa como una meditación. Estamos ante una de esas creaciones que miran hacia lo interno, que no buscan aplausos sino reflexiones, contiene aquella belleza que no compite, que no está a flor de piel ni excita los sentidos.
El acercamiento a la cultura oriental está muy lejos del uso que habitualmente vemos en las galerías, no se trata de aquellas aproximaciones frívolas que caracterizan a los artistas occidentales cuando se apropian superficialmente de símbolos asiáticos. Existe, en este caso, una asimilación profunda de los conocimientos orientales para ponerlos en función de un discurso propio, en principio simbólico y personal pero que a veces rebasa lo espiritual y se convierte también en social. Si bien ya sabíamos que «lo personal es político1» Laura aborda, mediante un proceso de representación consciente -y no exento de dolor- hechos reales que le conmueven y nos hacen reflexionar.
«En La casa de un pie (2013) empiezo a unir mi obra simbólica con la crítica social- nos cuenta la artista- (…) Esta muestra fue una instalación que hice en la Capilla del Buen Pastor. El Buen Pastor fue un convento de monjas utilizado como cárcel de mujeres durante la dictadura militar. En el ala de la capilla donde hice la instalación iban las reclusas a misa. La obra constaba de mesas circulares iluminadas, tenían impresas imágenes de deidades femeninas de Oriente y Occidente asociadas con la compasión ; se hizo una limpieza energética con cuencos…»
Para Laura Actis Danna la práctica artística va más allá del resultado visual, es una vivencia, un proceso en el que la experiencia espiritual cuenta, no es solo lo que el espectador encuentra sino lo que allí ocurrió. La intervención del espacio arquitectónico no es arbitraria ni puramente formal, hay una simbiosis entre la historia del lugar y la mediación plástica, entre el significado histórico y la acción artística.