Más allá de todo lo subjetivo que pueda decirse con respecto a una imagen, sea relacionado con las intenciones del artista o sobre el virtuosismo con que haya sido realizada, sea sobre el dominio técnico de su creador o concerniente a la escena que describa, hay un elemento objetivo, material, contundente, físico y notoriamente demostrable, que es quien le da la fuerza visual, quien le aporta su solidez y que, de no contenerlo, la hundiría al punto de no sobrevivir como obra de arte.
Este elemento, irremediablemente presente en la escultura y en cualquier obra de arte, pero que demanda exactitudes más precisas en la superficie bidimensional, es la composición.
Si bien componer en el espacio tridimensional puede ser mucho más complejo, nuestro ojo puede elegir desde donde mirar y, con un poco de suerte, encontrar el ángulo más adecuado, pero en las ventanas rectangulares de las fotografías y las pinturas no hay cambio de punto de vista, lo que ves es lo que el artista te pone. Componer con precisión –el buen uso de las proporciones entre los planos y las texturas, el amarre adecuado entre los diversos componentes de la imagen mediante la tensión espacial, lo bien repartido de los colores o los valores, el balance adecuado entre las luces y las sombras- es el recurso que garantiza la coherencia y que diferencia al amateur del profesional. Y esto vale para toda la fotografía y para toda la pintura, desde la renacentista hasta la barroca, desde la clásica hasta el Bad painting.
Por muy irreverentes que se hayan vuelto los artistas nunca han podido zafarse – ni en la experiencia ready made de Duchamp ni en los extremos de Dadá – de validar sus trabajos a través de una buena composición. Y es precisamente una excelente composición lo primero que salta a la vista en las fotografías de Ángel Segundo González (1965).
En cualquier tema que aborda la arquitectura de sus composiciones posee cimientos sólidos y es mediante esta manera de estructurar las imágenes que logra un lenguaje personal, caracterizado por el híbrido entre algunas características propias de la fotografía de reportaje (en ocasiones parece narrar una historia), un poco más de la fotografía documental (pues guarda elementos de esa objetividad que la caracteriza) y sobre todo de aquella otra, considerada «artística», idea que ha sido sumamente discutida pero que más o menos todo el mundo puede entender a qué se refiere. La elección de su lente apunta mucho más a lo que quiere expresar internamente que a lo que está ocurriendo; no vemos solo una bota, un maniquí, unas bragas colgadas o un automóvil sino algo que se nos quiere comunicar con eso, presentimos al autor, notamos un discurso tras la imagen que tiene un componente también temporal, un sabor cinematográfico.
En una obra como Chevrolet with a view, simétrica como un fotograma de Stanley Kubrick, presenciamos el atrevimiento compositivo -y antiacadémico- de partir la imagen en dos sin romper con la armonía que da el juego entre líneas horizontales y diagonales; la figura central de la camioneta, estable como una pirámide trunca, parece observar la escena, el paisaje bucólico de los barcos y el horizonte lleno de árboles, mientras que las nubes dibujan libremente sus formas en la parte superior, contradiciendo la simetría y dinamizando la imagen. Aquí las nubes se comportan como el estallido en el agua que deja el bañista en aquella piscina de El gran chapuzón que pintó David Hockney Todo en aquel cuadro es tranquilo e impasible excepto el violento golpe de agua que se levanta al caer el clavadista; en el caso de esta fotografía son las nubes las que polarizan nuestra atención. Es en ellas donde realmente se pierde la «mirada contemplativa» del personaje central; este automóvil es capaz de mirar al horizonte y al cielo como si fuese un ser humano.
Ángel Segundo González atrapa con su cámara todo aquello que no le es indiferente
El uso del blanco y negro, los contrastes bien definidos, le permiten al autor imágenes como esta, o como West, otra de las fotografías en las que se acerca al pop cuya protagonista es una bota, a la que apunta desde la izquierda una saeta que le da un sabor Rauschenberg, pero es el uso adecuado del color quien define el carácter de otras obras suyas como Equilibrio, cuyo título parece referirse -además de a la acción representada- a lo balanceada que es esta imagen. El amarillo contra las figuras oscuras y la diagonal cuerda floja están orquestados de manera en que sea la sutil sombra la protagonista de la escena, mientras el hombre real actúa fuera de cámara es ella quien aparece completa y se roba nuestra mirada.
A veces no se trata de contrastes marcados sino de sutilezas armónicas. Liberty es una de aquellas fotos en las que su autor apuesta por las atmósferas como condicionantes de su discurso. Hay un dramatismo en este paisaje que nos hace recordar a Turner por el tratamiento de la iluminación, por sus difuminaciones, esa mirada sublime a los grandes espacios que nos hacen diminutos.
Ángel presta atención al paisaje, a los automóviles, a los maniquíes… y se implica al punto que parece que pinta con su cámara. Es un tipo de fotografía en la que aplica recursos estéticos que vienen de la pintura, y aunque sabemos que la fotografía surgió como imitación de la misma, en este caso la relación es consciente e intencional, el autor nos remite al placer estético que hemos aprendido a disfrutar en el campo de las artes plásticas.
Además de esta evidente conexión con la Historia del arte, además de aquellos elementos que lo conectan con diversos movimientos de las vanguardias, también tiene su trabajo un matiz cinematográfico, que se hace obvio en obras como Woman in red, o Tendedera en Nazaré, piezas a través de las que podemos fabular historias, muy conectadas con la vida cotidiana de aquellos lugares que visita.
Sin encasillarse en un solo modo de afrontar la fotografía y sin perseguir un encorsetado estilo único Ángel Segundo González atrapa con su cámara todo aquello que no le es indiferente y lo utiliza como medio para transmitirnos un discurso que tiene tanto de emotividad como de consciencia, y este equilibrio entre pasión y control define la fuerza, el asombroso poderío de su obra.
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