Ellas en mi y yo en ellas

El autorretrato genérico de Gliser Fuentes Mena

Por: Ángel Alonso

La posmodernidad nunca ha tenido la capacidad de aniquilar los grandes (y totalitarios) relatos, de otro modo no estuviéramos arrastrando aún tantos rezagos del pasado, tanta homogeneizante globalización y tanta desigualdad e injusticia naturalizadas. A pesar de este fracaso, surgen voces que legitiman aquella intención emancipadora y enfrentan lo individual a lo pretendidamente universal. 

La obra de Gliser Fuentes Mena (1968) recuerda aquella frase de la segunda ola del feminismo que rezaba: «Lo personal es político». A través de lo más íntimo, estas pinturas expanden un discurso que nos incumbe a todos. En un tiempo en el que se diluyen todos los referentes, en el que la información se disgrega y se mezcla con la desinformación, en el que todas las instituciones pierden credibilidad, la única mirada sincera ha de ser hacia adentro. Es la única manera de acercarse a alguna verdad que, por relativa que pueda ser, posea algo de autenticidad, algún aspecto en el que podamos confiar. 

La pintora sabe que este es el camino, por eso apuesta por su mundo interior, pero no en el sentido narcisista del autorretrato tradicional, pues cuando se autorepresenta  parece decirnos que no se trata de sí misma sino de cualquier otra mujer. «Ellas en mi y yo en ellas», nos explica la artista, asumiendo una posición de observadora que la aleja de cualquier victimismo.   

Estamos en presencia de una mirada hacia el interior, pero no se trata de aquella búsqueda espiritual que caracteriza a la meditación, sino de esa otra introspección, difícil y plagada de preocupaciones, que se manifiesta en la vida diaria. El ruido, la inquietud, la depresión y sobre todo la preocupación, protagonizan muchos de sus cuadros. Y es que a pesar de las distracciones que hacen confundir el entretenimiento con la felicidad, el individuo contemporáneo es muy frágil, está tan dañado que ni siquiera puede quedarse solo un momento, y cuando digo solo me refiero a los pocos momentos en que se queda consigo mismo y —sin el teléfono móvil u otro dispositivo— no puede sentirse a gusto con su propia compañía.

autorretrato genérico

La peculiar atmósfera de color parece de cobre, con tendencia a los sienas rojizos. La lúgubre iluminación recalca el estado depresivo de los personajes. La decoración abigarrada  de los interiores, con el empapelado de las paredes y los barrocos suelos, decorados con apagadas flores, resultan tan recargados como muchas de las vestimentas.

Este horror vacui contribuye a la sensación de ahogo que fortalece sus cuadros, tan hermosos como poco complacientes, tan internos y auténticos como duros y viscerales. La línea que contornea las formas afianza esa sensación de firmeza, de solidez, que encontramos en sus imágenes. Lejos de cualquier tendencia a lo bucólico y lejos de cualquier hedonismo, Gliser destaca aquello que pretendemos ignorar y que posee una densidad incuestionable: El sufrimiento. Ese peso del sufrimiento es una realidad que se ha querido negar desde el olvido y la levedad (término acuñado —o por lo menos re-significado— por  Milan Kundera) que caracteriza nuestra época, en la que el desarraigo afectivo y la despreocupación son condiciones inequívocas para lograr el éxito.

En un cuadro como Malas memorias impera esta sensación de preocupación y sufrimiento, el personaje (ella que es todas ellas) se lleva las manos a la cabeza, está en una habitación que la aprisiona, un interior sin ventanas que la ahoga, los pensamientos la torturan. ¿Considera la posibilidad de liberarse del peso que la aplasta? La obra no responde a esta pregunta, pero no dejamos de relacionar lo que ocurre a esta mujer con el lugar cerrado en que se encuentra; la habitación resulta opresiva, el espacio íntimo funciona como una especie de cárcel.

En una obra como I’m done, la mujer (otra vez ella, que en su sororidad1 puede ser  cualquier otra) da la espalda al público y el título hace referencia a una decisión. Las maletas en el suelo y la puerta sugieren la acción de partir. El personaje parece haber tomado una difícil determinación. Una vez más el rostro está oculto, una vez más la tristeza se hace protagónica. Con su muy particular manera de construir la imagen, Gliser nos remite a la dureza de la vida íntima —la única real— y sus complejidades.•

1._ El término sororidad proviene de la palabra inglesa «sisterhood», utilizada en los años 70 por Kate Millet, referente del feminismo de la segunda ola y autora de Política sexual.

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