Por: Ángel Alonso
Regidas por composiciones elegantes, precisas respecto a su balance y complejas en cuanto a los riesgos que asumen en el terreno del diseño, las obras de Moisés González Acosta (1960) transitan entre la abstracción y la figuración, entre la realidad y la imaginación. El tratamiento de la figura humana fragmentada lo emparenta con el surrealismo, pero se trata, como en Lam o en Matta, de un surrealismo con sabor latinoamericano, cálido y con un trasfondo erótico que se respira bajo la voluptuosidad de la línea.
La obra de este singular artista incluye elementos propios de la artesanía y de las artes decorativas, como las espirales a línea con las que decora los planos de color y las figuras en relieve, y esto es lo curioso, que aunque sus cuadros están conformados por elementos muy afines a la decoración terminan trascendiendo esta cualidad para provocar lecturas más complejas. En los últimos tiempos el valor decorativo de una obra se ha segregado al máximo, se relaciona con lo superfluo, con lo gratuito, pero… ¿no ha sido siempre lo ornamental un aspecto intrínseco de toda obra de arte? Incluso las más agresivas obras de Bacon se montan en una sala con el sentido de decorarla.
Habría que estudiar más las difusas fronteras entre el arte y la artesanía ¿O acaso se trata de un criterio discriminatorio de la cultura occidental para segregar aquellas formas de arte que no coinciden con lo que se quiere legitimar, con lo que se considera «culto» y «elevado» desde el imperio de la razón? ¿No será que se atribuye, con intención despectiva, el término «artesanía» a todo arte salido de aquellas zonas del mundo conquistadas a golpe de arcabuces y espadas? Más allá de esto, la obra de Moisés nos lleva a un tipo de contemplación que va mucho más allá de sus valores artesanales o de su virtuosismo técnico, nos lleva a un jardín secreto que él ha creado lleno de animales fabulosos y deliciosas piernas de mujer.
Su basamento es el dibujo, también cuando la pieza incluye elementos escultóricos como el bajorrelieve, o cuando se trata propiamente de una escultura tridimensional; el uso del color es controlado, utilizado con la mesura necesaria para dejar protagonismo a la línea y al claroscuro. La presencia indirecta del viento, de la temperatura, la encarnan estas aves y estos cabellos despeinados, la presencia de la montaña, del mar, son esos planos sepias, rojizos o azules sobre los que se desenvuelve la escena, sobre el que nadan estos fantásticos peces. Sugerentes alas, huevos y caracolas fantásticas convertidas en cabezas o conformando cuerpos, figuras geométricas de todo tipo, texturas que edifican atmósferas, personajes híbridos que combinan lo humano y lo animal… nos hacen regresar a ese estado de integración con la naturaleza en el que el pensamiento racional pasa a segundo plano.
La riqueza imaginativa de este artista no ha estado prejuiciada por ninguna formación académica. Ha desarrollado su obra bajo el más puro impulso creador, el rigor que se nota en su trabajo con la madera y la terminación exquisita de su técnica viene de la creación y elaboración de cuadros en taracea. Técnica milenaria que se basa en la incrustación, tarea que demanda cuidado y precisión. Luego de haber llevado este camino a su máxima expresión, transita hacia un lenguaje más universal, comienza a internarse en los sacros espacios del arte contemporáneo, manteniendo siempre el rigor que lo caracteriza.
Y es que cada creador vuelca en el objeto que fabrica los conocimientos que tiene, todo lo que ha aprendido, toda su experiencia personal. Por eso ninguna obra es radicalmente formalista, no existe para el artista la oportunidad de no decir nada, el arte siempre trasmite; contrariamente a lo que suele pensarse, todo arte es un poco conceptual en el fondo, pues desde la elección de un tema hasta la selección y tratamiento del material revela datos del artista, sus intereses, su experiencia, su imaginación, sus prioridades. Y en el caso de la obra que estamos analizando el artista deja entrever su riqueza imaginativa, su habilidad con la composición, su destreza en el ensamblaje de la madera, y sobre todo su sensibilidad, sus intenciones de hacernos partícipes de su infinito mundo interior.