LA PERMANENCIA DE LO INCÓGNITO

Una mirada a la obra de Norlam De León

Por: Ángel Alonso

Misteriosos megalitos, menhires fracturados, dólmenes superpuestos y enlazados a sus originarias montañas rocosas, densidad, peso, consistencia, impenetrables masas de dureza y certidumbre. 

Sí, en la obra de Norman de León (Cienfuegos, 1981) lo que más encontramos es certeza, en esa ausencia de levedad -en ese desprendimiento de lo superfluo- que hallamos en sus piezas lo que hay es una afirmación de lo que consideramos absoluto, innegablemente cierto, material, indiscutible (en términos ideales, claro, pues como dice Almodóvar «el arte no es la realidad»). No hay en su producción espacio para adornos ni decoración, apunta a lo perenne, a lo irrefutable, a la corporeidad matérica y desnuda de lo que indiscutiblemente es. 

La primera vez que intenté acercarme a su trabajo me dio la dirección de su Web y me dijo «es muy básica, pues la prefiero menos efectista». Claro, porque como algunos minimalistas prefiere aquella obra que no se apoya en el grito ni en la estridencia. Sabe que cualquier recurso «espectacular» atrae la mirada de manera muy rápida pero muy superficial, prefiere menos miradas pero más detenidas, prefiere que quien se acerque a su trabajo lo haga con el sosiego de poder reflexionar, ya que en sus obras establece una comunicación con el espectador muy cargada de contenido, pero de aquel contenido que no es fácil de traducir al verbo.

Aunque técnicamente son piezas más rigurosas de lo que parecen, no le interesa aquel aplauso de quienes se quedan asombrados por el virtuosismo, aunque a nivel conceptual encarnen un pensamiento profundo tampoco le interesa que se interpreten fáciles «mensajes», pues de simplistas mensajes ya estamos hartos. Lejos de aquel lenguaje inmediato de los carteles, de los anuncios publicitarios, lejos del panfleto y de de las propuestas «de incidencia social», Norlam prefiere desarrollar su propia búsqueda y para conseguirlo se centra en aquello que le parece menos volátil, más sólido, menos cambiante y -aunque nada sea ciento por ciento inalterable- es la piedra, por su lenta erosión, el mayor testigo del paso del tiempo en este planeta.

Entre la abstracción y la figuración, sus contundentes formas se desplazan por la superficie de sus grabados, sus dibujos y sus cuadros. Pero recordemos que el material utilizado no es mudo y el cambio de medio condicionará muy diferentes recepciones a similares ideas. En las complejas armonías de colores que ejecuta en sus lienzos se desprende de la casi total austeridad que lo caracteriza. Aquí de nuevo entra en lo retiniano y permite al posible comprador que decore su casa, le da una pausa, un respiro de ligereza en medio de su habitual solemnidad, pero no es una concesión sino un aprovechamiento del medio empleado y sus posibilidades expresivas, no hay ningún problema con esto porque su monolito, a veces rocoso, a veces tan pulido como aquel al que los primeros habitantes de la tierra lanzaban huesos en la primera escena de 2001: A Space Odyssey– la enigmática película de Stanley Kubrick- regresa en sus trabajos con metal. Puede cambiar incluso la función básica de una idea cuando cambiamos el medio donde plasmarla.

Al ver las expresiones geométricas de alguna de sus obras en metal, como Support II, tan alejada de otras producidas con los mismos recursos -aquellas que representan reconocibles monumentos antiguos, como Ceremonial Distances con sus imágenes de los moáis o Some Natural Notes, un paisaje de dólmenes- no dejo de pensar en aquel monolito de la película ya nombrada. Y es que simbólicamente es muy semejante a lo que leo en la obra de Norlam, una alusión a lo desconocido-perenne, a lo impenetrable y misterioso de aquello que permanece, en el terreno de lo incógnito, desde los tiempos de las cavernas hasta el de las naves espaciales.

Como decíamos el artista se va moviendo entre la abstracción y la figuración, entre lo representacional y lo simbólico, porque ya ha superado estos límites y en cada medio expresivo se comporta aprovechando sus posibilidades. Más arriesgado se muestra en sus collages, pues aquí resulta imposible desprenderse del significado implícito en los elementos que recorta y rearma, un reto del que sale airoso al recontextualizarlos, al convertirlos en figuras igualmente pesadas, como sus piedras, igualmente sólidas. Y es que el artista, cuando es inquieto (y a mi entender si no es inquieto no es un artista) no puede encerrarse en su propia cárcel. 

La coherencia no puede ser una prisión, no se puede ser esclavo de un «estilo» que defina la recepción de una obra como si fuese una camisa de fuerza. A veces el artista, por ser coherente, edifica su propia jaula y luego resulta que no puede salir, o cree que no puede salir. A Norlam no le pasa esto porque se mantiene fresco, investigando las posibilidades de diferentes medios y adaptando su propuesta a lo que ellos pueden adecuarse. El hilo conductor se mantiene igual, su personalidad continúa siendo plasmada en cualquiera de los materiales utilizados, el eje de su obra es exactamente el mismo, pero no se encierra, no se limita a lo que ya tenga garantizado sino que explora, infinitamente, labrando su propio camino.

En sus últimas obras, consistentes en pinturas en un gran porciento monocromas, incorpora entre las piedras que conforman los medievales muros representados, elementos metálicos como tornillos, arandelas…. Estos objetos, industriales y anacrónicos, ocupan el lugar que por naturaleza correspondería a la hierva silvestre. Se hace así evidente la presencia egocéntrica y desestabilizadora del hombre occidental, su desarrollo invasivo y desproporcionado basado en aquello que llamamos «progreso transformador», «sociedad desarrollada»…cuando en realidad se trata de una muy autodestructiva forma de vivir.

De ese modo, investigando en diferentes direcciones y con el talante de un buscador, Norman de León se labra una llave maestra capaz de abrir todas las puertas, capaz de salir de todas las cárceles. 

INCÓGNITO