Por: Marta María de la Fuente Marín

De fantasmas y rumores

 La serie Épica de Edel Alonso

Llevo algún tiempo observando la serie Épica de Edel Alonso (Matanzas, 1982) y confieso que se me resistía en términos apreciativos, pero también reconozco que me limité a encontrar personajes de una historia enhebrada por mi imaginación. Las siluetas con la que juega Neno -no solo en esta serie, sino en gran parte de  su obra-,no tienen nada que ver con mis primeras elucubraciones mentales.

Edel es todo composición caleidoscópica. Aunque en su serie Mutis el collage se permitía el juego de formas rectangulares y rasgado imperfecto sobre la sinuosidad anatómica, para abofetear la percepción desde el principio; lo cierto es que Épica prefiere susurrar una sensación de extrañamiento en el receptor, que va cobrando volumen a través del avance por las obras, hasta que el ojo se despereza de la atmósfera oscura, de las figuras inquietantes, e incluso de tratar de asociar elementos entre sí, como la figura del guerrero, del lobo y de la mitología griega. En ese momento, de observación formal pura, salta el puzle travestido. 

Las líneas que dividen los fragmentos compositivos son mucho más sutiles que en Mutis pero disfrazadas, en mayor o menor medida, sobrevuelan toda la serie como un rumor, que no busca la frontalidad, sino pasar como un fantasma: invisible, fugaz, pero perceptible. En Diana -que me recuerda a la legendaria princesa Mononoke- se pueden advertir las primeras señales de esta «actividad paranormal».

La cabeza de lobo, aunque es llamativa por sus pigmentos diferenciativos, podría precipitar toda la obra en la lista de realizaciones zoomórficas exclusivas. Sin embargo, la falta de homogeneidad entre ella y el cuerpo que aparentemente la soporta, permite que un escrutinio detallado la declare más como una incrustación, que como una verdadera metamorfosis. Ese detalle, si bien aprovecha las bondades de las interpretaciones zoomórficas con un acabado afinado -el depredador representado completa toda una simbología de colores, arma y nombre de la obra que refieren la caza y la ferocidad implícita-, también salva la pieza de ser apreciada solamente a través de esos códigos -se potencia lo oculto en las líneas disimuladas y en el rostro vetado-.

La Montaña es engañosa de manera similar, pero la presencia fantasmagórica de las líneas gana en visibilidad. Los dobleces del paño a merced del viento por la postura activa del guerrero, facilitan un rejuego con las formas. El recreo de luces y sombras permite convertir partes de una larga túnica, en las patas y el torso musculoso de un caballo. Aunque el oscurecimiento de los matices es el mayor cómplice de esta conversión, se extiende también al área más clara del pretendido cuerpo, donde se puede denotar la diferencia entre una verdadera manga -accidentes poco pronunciados, repliegues suaves- y la extremidad del animal  -acabado  en herradura, delineado de las carnes atléticas-.

Estos contrastes revelan un manejo de la técnica pictórica que se extiende a una obra como El Maestro; no solo en la definición ya más evidente de las líneas divisorias, sino en el acabado claro de una mutación, que sobrepasa lo animal-humano y se inserta en el bestiario mitológico. Una hidra encabeza el cuerpo contorsionado que parece avanzar sobre un campo de rosas atrapado en la oscuridad. La conjunción de los propios elementos revela la naturaleza fragmentada de la composición, que lejos de estructurar un nuevo contexto natural, está llamada a ser una experimentación de una realidad otra, quizás espiritual.

En este mismo sentido introspectivo se inserta Hermes, pero ya el fantasma se revela y nos interpela con sus ojos vacíos y blancos, con su tez blanquecina y apagada, con sus pedazos a flor de piel. Las divisiones de unas formas yuxtapuestas que hacen las veces de escudo, sujetas por un venado ciego, coronado y con una extremidad humana poseyendo un arma marcial, ya no se disimulan en pinceladas inacabadas o con encuadres medianamente perfectos, se dejan a la vista con un mínimo de coherencia visual. 

En la serie Épica, la presencia del collage a través de las líneas de sus fragmentos juega con lo (in)visible. Desde incrustaciones veladas, hasta cercanías impuestas, Edel Alonso experimenta un crecimiento técnico con respecto a Mutis, pero también, desde el uso simbólico de guerreros, armas, retazos, hay una sugerencia de superación introspectiva. 

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